Estas lecturas nos invitan a reflexionar sobre la grandeza y santidad de Dios, nuestro papel en el mundo y el compromiso que tenemos de responder a los dones que Él nos ha confiado.
En la Primera Lectura del Apocalipsis, se nos presenta una visión majestuosa del trono de Dios. Este trono resplandece, rodeado de ángeles y ancianos que alaban continuamente al Señor, exclamando: «Santo, Santo, Santo es el Señor.» Este relato nos invita a reconocer la inmensidad de Dios, el único digno de recibir la gloria, el honor y el poder. Esta imagen nos puede ayudar a recordar la grandeza de Dios, que está más allá de nuestra comprensión y que merece nuestro respeto y reverencia. En la vida cotidiana, muchas veces nos distraemos con nuestras preocupaciones y nos cuesta ver la inmensidad de Dios y su presencia. ¿Cuándo fue la última vez que nos detuvimos a contemplar a Dios en su esplendor, en el silencio, y reconocimos que nuestra vida depende de Él y de su voluntad?
El Salmo 150 también nos lleva a alabar a Dios en todos los aspectos de nuestra vida. La alabanza aquí no se limita al canto, sino que incluye todos los instrumentos y formas posibles, mostrando que toda la creación, cada ser y cada cosa, puede ser un medio para glorificar a Dios. Al decir «Todo ser que alienta alabe al Señor,» el salmo nos invita a vivir en un espíritu constante de agradecimiento y de glorificación. Esto nos recuerda que nuestra vida tiene un propósito profundo: adorar a Dios con todo lo que somos y hacemos. La alabanza sincera nos lleva a encontrar paz y gozo en el amor de Dios, y cuando la hacemos con nuestro ser entero, nuestras acciones diarias pueden convertirse en una alabanza continua a Él.
El Evangelio de San Lucas, por su parte, nos presenta la parábola de las onzas. Aquí, Jesús nos recuerda que la espera del Reino de Dios no es una actitud pasiva. El Señor ha repartido dones a cada uno de nosotros, y espera que los pongamos en práctica y hagamos crecer lo que nos ha dado. Aquellos que hacen fructificar sus talentos reciben como recompensa mayor confianza y responsabilidad en el Reino. Sin embargo, el empleado que no hizo nada, que escondió su onza por miedo, representa a quienes, por miedo o pereza, no cumplen con la misión que Dios les ha encomendado. Dios quiere que nos arriesguemos y trabajemos con lo que Él nos ha confiado. Nos invita a ser valientes y a dar fruto con las capacidades que tenemos.
¿Qué dones hemos recibido de Dios, y cómo los estamos usando para servir a su Reino? ¿Estamos siendo fieles a lo que Él espera de nosotros o, como el siervo perezoso, guardamos nuestros talentos sin desarrollarlos? Esta parábola nos desafía a preguntarnos cómo administramos los dones que Dios nos da, y a reconocer que, si actuamos con fidelidad y generosidad, participaremos en la alegría de su Reino.
Finalmente, esta combinación de lecturas nos llama a ser testigos de la grandeza de Dios, a vivir en alabanza constante y a responder con fidelidad a los talentos que Él ha depositado en nosotros. Nos recuerda que cada instante es una oportunidad para acercarnos más a Dios, descubrir nuestro llamado y servirle activamente mientras esperamos la plenitud de su Reino. Que podamos vivir en alabanza y con compromiso, trabajando por el Reino con el corazón en el Señor, que nos acompaña y fortalece cada día.