La reflexión sobre las lecturas de hoy puede centrarse en la idea de la esperanza y la sanación que emana de la presencia y la acción de Dios en la vida de las personas.
En la primera lectura de Isaías, se nos presenta un mensaje de consuelo y promesa: aunque el pueblo ha enfrentado momentos de angustia y opresión, Dios no solo escucha sus lamentos, sino que también les promete guía y abundancia. La imagen de un Maestro que no se esconde, que acompaña y orienta a su pueblo, resuena con la idea de que, en medio de las dificultades, siempre hay una luz que nos señala el camino correcto. Esta promesa de sanación y restauración se amplifica con la imagen de la abundancia en la cosecha y la provisión, simbolizando el renacer de la esperanza.
El Salmo refuerza esta idea al recordar que Dios es un sanador, que reconstruye lo que está roto y llama a cada estrella por su nombre, evidenciando su cercanía y cuidado hacia todos. La afirmación de que los humildes son sostenidos por el Señor nos recuerda que, incluso en nuestras debilidades, hay un lugar seguro donde podemos encontrar apoyo y fortaleza.
En el Evangelio, Jesús se compadece de las multitudes que están perdidas y desamparadas, actuando como el pastor que guía a sus ovejas. Al enviar a sus discípulos a curar y a proclamar el reino de los cielos, invita a que la sanación y la esperanza se compartan de manera gratuita y generosa. Este llamado a la acción nos recuerda que todos somos parte de la misión de traer alivio y sanación a los que nos rodean.
En conjunto, estas lecturas nos invitan a reflexionar sobre el papel de la esperanza en nuestras vidas y en la vida de nuestra comunidad. Nos recuerdan que, a pesar de las adversidades, la compasión de Dios está siempre presente y nos llama a ser instrumentos de su amor y sanación en el mundo. La promesa de abundancia y luz en medio de la oscuridad es un poderoso recordatorio de que nunca estamos solos y que siempre hay un camino hacia la restauración y la paz.
Por: Silvano Anacona Ultengo.