Esta lectura del Evangelio según san Mateo nos ofrece una rica oportunidad para reflexionar sobre la fe, el reconocimiento del sufrimiento humano y la respuesta de Dios a nuestras peticiones.
Los dos ciegos que siguen a Jesús representan a aquellos que, en medio de su dolor y limitaciones, buscan la luz y la esperanza. Su grito de «Ten compasión de nosotros, hijo de David» no solo muestra su condición física, sino también su deseo profundo de ser vistos y escuchados. En un mundo que a menudo ignora a los que sufren, su llamado a Jesús resuena como un eco de la búsqueda de todos nosotros por la comprensión y la sanación. Aquí, el título «hijo de David» es significativo; denota no solo su fe en Jesús como el Mesías, sino también su esperanza en que Él tiene el poder para transformar su situación.
Cuando Jesús les pregunta: «¿Creéis que puedo hacerlo?», no solo está indagando sobre su fe, sino que también está invitándolos a una interacción más profunda. En este momento, la fe se convierte en un puente entre su sufrimiento y la posibilidad de sanación. Su respuesta afirmativa, «Sí, Señor», es un acto de entrega y confianza que precede al milagro. Esto nos lleva a la reflexión sobre la naturaleza de nuestra propia fe: ¿Estamos dispuestos a creer en las posibilidades de transformación en nuestras vidas y en las de los demás? ¿Reconocemos que la fe es un paso activo hacia lo que deseamos ver realizado?
La sanación de los ciegos, simbolizada en el acto de tocar sus ojos, es un poderoso recordatorio de que la acción divina puede traer luz a nuestras tinieblas. Este gesto de Jesús no solo les devuelve la vista física, sino que también simboliza el poder de Dios para iluminar nuestras vidas en un sentido más amplio. El toque de Jesús es un signo del amor y la compasión que Él tiene hacia todos, especialmente hacia los que están marginados y sufren. Nos invita a preguntarnos cómo podemos ser instrumentos de esa luz y compasión en el mundo que nos rodea.
Sin embargo, el mandato de Jesús de que no divulguen lo sucedido plantea una cuestión interesante. ¿Por qué les pide que guarden silencio? Esto puede interpretarse como un deseo de evitar la fama superficial que a menudo rodea los milagros, así como un llamado a una relación personal y directa con Él, más allá de lo que los demás puedan decir o pensar. La fe auténtica no necesita ser validada por la opinión pública; es un asunto personal e íntimo. Este aspecto nos invita a reflexionar sobre nuestras propias motivaciones en la búsqueda de Jesús. ¿Buscamos a Dios por lo que puede darnos o por la relación transformadora que podemos tener con Él?
A pesar de la advertencia, los ciegos no pueden contener su alegría y comienzan a divulgar la noticia de su encuentro con Jesús. Esto nos recuerda que, cuando experimentamos una transformación significativa en nuestras vidas, es natural compartir esa experiencia con los demás. La fe y el testimonio personal tienen el poder de inspirar y traer esperanza a aquellos que aún están en la oscuridad. Nos desafía a pensar en cómo compartimos nuestras propias historias de fe y sanación y la importancia de ser testimonios vivos de la obra de Dios en el mundo.
Definitivamente esta lectura nos invita a reflexionar sobre la fe que nos mueve a buscar a Jesús, la luz que Él trae a nuestras vidas y la responsabilidad que tenemos de compartir esa luz con los demás. Nos recuerda que, aunque nuestras circunstancias puedan ser difíciles, siempre hay un camino hacia la sanación y la esperanza a través de la fe. Al igual que los ciegos, seamos valientes en nuestra búsqueda de luz y no temamos compartir las maravillas que Dios ha hecho en nosotros. Que nuestra fe, como la de ellos, sea un testimonio poderoso de su amor y compasión en un mundo que necesita ver y experimentar esa luz.
Por: Silvano Anacona Ultengo.