San José y sus sueños con la Congregación de la Misión

San José y sus sueños con la Congregación de la Misión

Situados en el entorno de este cuarto centenario del natalicio de nuestra “pequeña Compañía”, y ante la próxima solemnidad de San José, quiero mostrar estas intuiciones que el Señor me ha inspirado para esta celebración.

Entre otras luces que iluminan esta realidad están el magisterio de grandes Papas, sobretodo desde Pío IX hasta el Papa Francisco, quienes nos han dado rica doctrina y abundantes reflexiones acerca del mensaje de San José para nuestra realidad actual. Cómo no remitirnos para una mayor profundización, a la Exhortación apostólica Redemptoris Custos del Sumo pontífice Juan Pablo II del 15 de agosto de 1989, y a la más reciente del papa Francisco Patris corde del 8 de diciembre de 2020.

El Papa Francisco hace clara alusión a los cuatro sueños de San José, que nos trae el evangelio de San Mateo:1,19 – 21; 2,13; 2,19-20 y 2, 21,22-23. Atrevidamente “me meto en el rancho de Nazaret”, imaginándome los pensamientos que pudo tener san José al ver desde el cielo, cómo un convertido sacerdote del sur de Francia, se atrevía a iniciar una colosal obra en bien de la Iglesia y de los pobres. He aquí los sueños que pudo tener con la ilusión de que el Buen Dios “hiciera prósperas las obras de sus manos”.

Primer sueño: apóstoles enamorados de Jesucristo.

Debió vislumbrar San José, que el Señor De Paúl no era un aventurero, ni un sacerdote lleno de glorias humanas que, quisiera prolongar su nombre a lo largo de los siglos, por el contrario, contempló un enamorado de Jesucristo que siguió las huellas del Maestro, y con un sano idealismo se preocupó para que su obra se perpetuara en el futuro. Una vez, instituida la Congregación le colocó como fin “seguir a Cristo evangelizador de los pobres” en tres grandes campos donde ha de realizar su misión. El primer campo es el trabajar por adquirir la santidad, alcanzando así las exigencias de la vocación misionera. Ésta es para él y su comunidad la tarea principal:

Así aconseja al P. Antonio Durand: «No, Padre, ni la filosofía, ni la teología, ni los discursos logran nada en las almas; es preciso que Jesucristo trabaje con nosotros, o nosotros con Él; que obremos en Él y Él en nosotros; que hablemos como Él y con su espíritu…Por consiguiente debe vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo… Para conseguir todo esto, Padre, es menester que nuestro Señor mismo imprima en usted su sello y su carácter. (SVP.XI, 236-237).

En una carta al P. Portail, su primer compañero, se encuentra este himno a Jesucristo, que muestra con claridad el lugar central que ocupa el Hijo de Dios en la fe y en la vida de san Vicente, y que así se ha de prolongar en sus discípulos:

«Acuérdese, Padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo» (SVP.I, 320).

Hoy desde su celestial mansión, San José puede admirar que su sueño se ha hecho realidad, pues miles de hijos de San Vicente han recorrido la senda de la santidad en los más diversos y apartados rincones de la geografía universal, unos con brillantes aureolas y otros callados, pero con el perfume oculto de la santidad, como la fragancia que exhalan las humildes violetas. Y si él está contento por este sueño realizado en el ayer, sin lugar a dudas espera que hoy y mañana los obreros de esta obra no seamos inferiores a los misioneros del ayer.

Segundo sueño: apóstoles eficaces en el silencio cotidiano

San Juan Crisóstomo con su melodiosa elocuencia afirma que “no sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen testimonio”, y con toda verdad, el mundo nos va a creer más por el testimonio cotidiano de vida, que por la espléndida locuacidad que podamos tener.

Y en esta virtud San Vicente fue un extraordinario discípulo de San José como lo han sido muchos misioneros de la Compañía, que como fieles abejas han laborado silenciosamente en la obra del Señor, entre quienes podemos destacar a los Vicentinos de Costa Rica, que por más de un siglo se han gastado allí en la formación del clero y entre los pobres en la selva de Talamanca sin hacerse notar. Y nos viene bien esta breve reflexión del padre Rolando Gutiérrez Zúñiga CM, de esta Viceprovincia quien ha vivido y conocido a algunos de estos extraordinarios misioneros que gastaron sus vidas hasta morir en medio de los pobres: “El bien no hace ruido y el ruido no hace bien» es, quizá, una de las frases célebres del Santo de la Caridad. En efecto, san Vicente de Paúl tenía como regla importante el silencio en el servicio a los pobres para evitar protagonismos de nuestra parte, principio quizá un poco olvidado en la época de las redes sociales, pero sobre todo el silencio de Vicente se trata de la actitud que precede a la obra, de la contemplación del misterio de Dios en medio del sufrimiento, de la sensibilidad por una realidad que nos debe interpelar antes de tomar resoluciones pastorales”.

Este sueño tanto de San José como de San Vicente se ha cumplido a cabalidad, quieran ellos seguir dándonos su bendición para que los misioneros de hoy y mañana no dejemos morir esta herencia.

Tercer sueño: apóstoles para el mundo entero

Cuánta alegría debió experimentar San José, al ver que este joven sacerdote ya no aspiraba a las comodidades que le ofrecían una jugosa parroquia, o un episcopado muelle y brillante, al instituir una Compañía para abrazar el mundo de los últimos de la tierra y llegar donde otros no quieren ir, así con meridiana lucidez mostró el derrotero de su obra a los misioneros de primera hora.

El celo o caridad en llamas exige una actitud de disponibilidad sin la que es imposible la obra excelsa de las misiones. Como en tiempos del Fundador, la disponibilidad es requisito y prueba de la vocación a la Congregación de la Misión. En efecto, «nuestra vocación consiste en ir, no a una parroquia ni sólo a una Diócesis, sino por toda la tierra» (SVP XI,553). Lo contrario equivale a negarse a los designios de Dios sobre la Compañía, que ha de estar presente donde haya mayor necesidad de operarios evangélicos. No habrá misiones si faltan misioneros disponibles, libres de toda atadura esclavizante: lugares, ministerios y aficiones idolátricas. La disponibilidad no conoce fronteras de lenguas, color, culturas ni costumbres. Las dificultades que presentan las misiones carecen de importancia para un misionero despegado de sí mismo y de los bienes que promete el Maligno. Lo que cuenta para él es el seguimiento de Jesús, que no tuvo lugar fijo ni dónde reclinar su cabeza.

En este año jubilar, la Congregación de la Misión tiene viñas de antigua raigambre, algunas fecundas y otras en profunda sequía, pero en otros terrenos las nuevas cepas crecen y dan abundante cosecha. Según la ONU en el mundo existen hoy 195 países, y nosotros estamos en 101, en otras palabras, abarcamos la mitad del mundo. ¿Cómo no estarán de felices en el cielo San José y San Vicente al contemplar que esta diminuta semilla es hoy un árbol fecundo y florido? ¡Cuánto necesitamos de sus bendiciones para que la Compañía llegue hasta el último rincón de la tierra donde los pobres nos esperan!

Cuarto sueño: apóstoles ayer, hoy mañana

Es un tesoro, conservar esta providencial reflexión del Fundador, haciendo nuestros, estos anhelos nacidos de su corazón misionero cuando escribe al P. Esteban Blatiron, superior de Génova, el 12 de noviembre de 1655:

“Doy gracias a Dios por los actos extraordinarios de devoción que piensan ustedes hacer para pedirle a Dios, por intercesión de san José, la propagación de la compañía. Ruego a su divina bondad que los acepte. Yo he estado más de veinte años sin atreverme a pedírselo a Dios, creyendo que, como la congregación era obra suya, había que dejar a su sola providencia el cuidado de su conservación y de su crecimiento; pero, a fuerza de pensar en la recomendación que se nos hace en el evangelio de pedirle que envíe operarios a su mies, me he convencido de la importancia y utilidad de estos actos de devoción.

Es natural que el Fundador pensara que esta obra de la Congregación podría ser empresa suya y no de Dios, de ahí que esperó utilizar la sabia medicina del tiempo, caminando y siguiendo los pasos de la Divina Providencia, que en el acontecer de la historia le hizo comprender que la Compañía no era obra humana sino divina. Teniendo esta certeza en San Mateo, 9,35-37 tuvo plena claridad para seguir pidiendo nuevas vocaciones: “A la verdad la mies es mucha, más los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envié obreros a su mies”. Si el Padre Blatiron lo hizo, sin duda mucho más San Vicente realizó en su oración cotidiana en San Lázaro.

San José bendijo a la Compañía, y desde los orígenes no ha dejado de alcanzar del Señor los operarios evangélicos, que ella ha necesitado.

Y el sueño de San José, fue a la vez el sueño de San Vicente, que hoy se sigue haciendo realidad. Los dos santos postrados ante el dueño de la mies, así como alcanzaron del Señor las vocaciones “sabias y santas” para el ayer, las seguirán obteniendo para nuestro hoy y no olvidarán esta obra para el porvenir.

Nosotros siendo fieles al querer de San Vicente, seguimos cada día orando con fe, la oración que muy seguramente nació del corazón del P. Antonio Fiat, C.M. décimo quinto sucesor de San Vicente, la tradicional plegaria “Oh esperanza de Israel” concluyéndola con la invocación: “San José ruega por nosotros”.

Con San José y San Vicente de Paúl, tengamos un triple sueño, que esperamos sea bendecido por Dios para que los Hijos de Paúl crezcamos en número y santidad hasta los confines del mundo.

Marlio Nasayó Liévano, c.m.
19 de marzo de 2025

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