Francisco: entre Asís y Loyola. Una eclesiología en clave franciscano-ignaciana

Francisco: entre Asís y Loyola. Una eclesiología en clave franciscano-ignaciana

En el día de su partida a la Casa del Padre, la Iglesia recuerda al primer Papa jesuita que eligió llamarse Francisco. Su vida y pontificado reflejaron una profunda síntesis entre la espiritualidad franciscana y la tradición ignaciana.

1. Francisco de Asís: el nombre como programa

Desde el primer momento de su elección en 2013, el entonces Cardenal Bergoglio sorprendió al mundo al elegir el nombre de Francisco, algo jamás hecho por un Papa. Él mismo explicó que, al escuchar que su amigo cardenal brasileño le decía “no te olvides de los pobres”, sintió de inmediato en su corazón al Pobrecillo de Asís.

Este gesto no fue solo simbólico. Fue una declaración de intenciones: vivir un pontificado caracterizado por la sencillez, la cercanía a los excluidos, la promoción de la paz y el respeto por la creación.

La encíclica Laudato Si’, que lleva el nombre del famoso Cántico de las criaturas, fue una de sus más audaces propuestas: una ecología integral que une justicia social, espiritualidad cósmica y responsabilidad cristiana con la Tierra. En ella resuena la voz de Francisco de Asís, pero también el alma contemplativa del Papa.

2. Ignacio de Loyola: el discernimiento al servicio del Evangelio

Aunque su nombre pontificio aludía a Asís, su corazón espiritual estaba profundamente modelado por Ignacio de Loyola. Como buen jesuita, Francisco vivió los Ejercicios Espirituales no solo como práctica devocional, sino como método de vida: discernir, contemplar, decidir y actuar, todo en clave evangélica.

Durante su ministerio, introdujo en la vida de la Iglesia una cultura del discernimiento, especialmente visible en la reforma de la Curia, en la apertura sinodal, en el acompañamiento pastoral de situaciones complejas y en su constante invitación a “escuchar lo que el Espíritu dice a las Iglesias”.

Su gobierno pastoral no fue rígido ni dogmático, sino profundamente ignaciano: flexible, atento a los procesos, más preocupado por la misericordia que por la norma. Su estilo fue el del “cura de almas”, no el del administrador del dogma.

3. Una eclesiología desde la intersección de carismas

Lo que hace único el legado de Francisco es su capacidad de sintetizar dos carismas aparentemente opuestos pero profundamente complementarios:

• De San Francisco de Asís heredó el amor por los pobres, la paz, la belleza de la creación y la fraternidad universal.

• De San Ignacio de Loyola, la profundidad interior, el discernimiento, la obediencia al Espíritu y la pasión por la misión.

Esta doble fuente alimentó un pontificado profético, que buscó reformar la Iglesia no desde las estructuras, sino desde la conversión del corazón. Su estilo fue el de un pastor que caminó con el pueblo, escuchó con atención, habló con sencillez y predicó con gestos.

Conclusión: entre el cielo y la tierra

Hoy, al elevar nuestras oraciones por su eterno descanso, es posible imaginar al Papa Francisco encontrándose con aquellos dos gigantes del espíritu que marcaron su alma: Francisco de Asís e Ignacio de Loyola. En una escena que solo la teología mística podría describir, el “hermano de los pobres” y el “soldado de Cristo” lo reciben como uno de los suyos.

Y la Iglesia, desde la tierra, llora su partida, pero celebra su legado: una Iglesia más abierta, más sinodal, más humana. Una Iglesia que, al recordar a este Papa venido del “fin del mundo”, reconoce en él a un pastor que caminó con los suyos hasta el final, y que ahora reposa en el abrazo de Aquel a quien sirvió sin reservas: Jesucristo, el Señor.

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