Francisco: El Pastor del Fin del Mundo que Iluminó al Mundo Entero

Francisco: El Pastor del Fin del Mundo que Iluminó al Mundo Entero

Este 21 de abril, el continente americano, la Iglesia católica y el mundo entero han recibido la noticia que nos llena de silencio, recogimiento y gratitud: ha partido a la Casa del Padre el Papa Francisco, nacido Jorge Mario Bergoglio en Buenos Aires, Argentina, el 17 de diciembre de 1936. Su muerte marca el fin de una era, y el comienzo de una herencia espiritual que perdurará por generaciones.

Un Papa del Sur

Por primera vez en la historia milenaria de la Iglesia, un hijo de América Latina ocupó la Cátedra de Pedro. No vino de Europa ni de las antiguas diócesis imperiales, sino “del fin del mundo”, como él mismo dijo al asomarse al balcón de San Pedro aquel 13 de marzo de 2013. Pero desde ese rincón del sur global, su voz resonó con fuerza profética en los cinco continentes.

El poder de la ternura

Francisco fue un pontífice diferente. Rechazó las vestiduras de poder, abrazó la sencillez, habitó con humildad y se dejó guiar por el Evangelio más que por los protocolos. Su revolución no fue de estruendo, sino de misericordia. Nos enseñó que la autoridad auténtica nace del servicio, y que el pastor debe oler a oveja, caminar entre los pobres y consolar a los heridos por la vida.

Una voz para los sin voz

El Papa Francisco denunció con valentía las injusticias del sistema económico global, los abusos del poder, la cultura del descarte, la crisis climática, el drama de los migrantes y la indiferencia ante el sufrimiento humano. Pero nunca lo hizo desde la rabia, sino desde el Evangelio. Su magisterio —Laudato Si’, Fratelli Tutti, Evangelii Gaudium— será recordado como un faro en medio de la oscuridad contemporánea.

El más grande de América

Muchos han pasado por la historia del continente: libertadores, escritores, líderes civiles, mártires y científicos. Pero ninguno ha tenido el impacto, la profundidad moral y el alcance global de Jorge Mario Bergoglio. Como pastor universal, encarnó en su persona y en su misión lo mejor de América: su fe popular, su opción por los pobres, su esperanza terca, su calor humano.

Un legado vivo

Francisco no se va. Queda en sus gestos, en sus palabras, en sus reformas, en sus silencios cargados de amor. Queda en cada comunidad que reza, en cada joven que sueña, en cada sacerdote que sirve con alegría, en cada religiosa que entrega su vida, en cada creyente que opta por la ternura. Queda en el alma de una Iglesia que ha sido desafiada a volver al Evangelio con radicalidad.

Descansa en paz, Francisco. Tú que caminaste con los pobres, ora ahora por nosotros desde el cielo. Que tu espíritu nos siga guiando y que tu testimonio nos siga empujando a vivir una fe que transforma, una caridad que consuela y una esperanza que no defrauda.

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