El velo del templo se rasgó en dos: el cielo quedó abierto

El velo del templo se rasgó en dos: el cielo quedó abierto

Texto base:

“Y he aquí que el velo del santuario se rasgó en dos, de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se partieron…”

Mateo 27,51

“El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo.”

Marcos 15,38

“Y el velo del templo se rasgó por la mitad.”

Lucas 23,45b

1. El velo: ¿qué era exactamente?

En el Templo de Jerusalén había dos grandes velos (en hebreo paróket), pero el que aquí se menciona es el segundo velo, que separaba el Lugar Santo del Santo de los Santos (Kodesh ha-Kodashim). Este lugar era considerado la morada de la Shekiná, la presencia de Dios, y estaba vedado a todos, excepto al Sumo Sacerdote una vez al año, en el Día del Perdón (Yom Kippur) (cf. Levítico 16,2-34).

Este velo medía varios metros de alto (algunos textos rabínicos mencionan 18 metros) y estaba tejido con hilos de púrpura, escarlata, azul celeste y lino fino, según Éxodo 26,31-33.

2. El verbo “rasgar” en griego: un acto divino

El verbo utilizado por los evangelistas es ἐσχίσθη (eschísthē), forma pasiva del verbo σχίζω (schízō), que significa “rasgar, dividir, abrirse”. El uso de la voz pasiva divina sugiere que Dios mismo es quien rasga el velo. Además, tanto Mateo como Marcos enfatizan que fue “de arriba abajo”, lo cual elimina cualquier interpretación humana del acto (pues nadie desde abajo podía alcanzar ese velo y dividirlo así).

3. Simbolismo profundo: ¿qué significa este rasgado?

Hay múltiples capas teológicas en este acto:

a) 

Fin del antiguo culto y del sacerdocio levítico

El Templo ya no es el centro de la presencia divina ni el medio por el cual se accede a Dios. Cristo se ha convertido en el nuevo Sumo Sacerdote y en el verdadero Templo, como dirá Hebreos:

“Entró no por sangre de machos cabríos y de novillos, sino por su propia sangre, una vez para siempre, en el santuario, habiendo obtenido redención eterna.”

Hebreos 9,12

b) 

El acceso libre a Dios

El velo representaba la separación entre Dios y la humanidad a causa del pecado. Al rasgarse, se abren las puertas del cielo. Ya no hay barreras entre el Creador y la criatura. Como dice la carta a los Hebreos:

“Así pues, hermanos, teniendo plena libertad para entrar en el santuario por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo que Él inauguró para nosotros a través del velo —esto es, de su carne—…”

Hebreos 10,19-20

Nota: Aquí hay una bellísima asociación: el cuerpo de Cristo es el nuevo velo. Así como el velo físico ocultaba la gloria de Dios, ahora es Cristo mismo quien revela y da acceso a esa gloria.

c) 

Juicio sobre el sistema religioso

El acto puede entenderse también como una señal profética del juicio sobre el Templo. Jesús ya había anunciado su destrucción (cf. Mateo 24,2) y este rasgado es una señal anticipada de ello. En el año 70 d.C., el Templo sería destruido por los romanos.

4. Detalles complementarios

  • Solo los evangelios sinópticos mencionan este hecho. Juan, por su parte, sustituye el lenguaje litúrgico con símbolos distintos, como el agua y sangre del costado (Jn 19,34), que también remiten a los sacramentos.
  • Mateo vincula el rasgado del velo con un terremoto y la apertura de tumbas (Mt 27,51-52), lo que acentúa el sentido cósmico y escatológico del evento: la muerte de Jesús conmueve los cimientos del mundo.

5. Reflexión teológica y espiritual

Ya no hay separación. Ya no hay distancias. El cielo quedó abierto.

El velo rasgado nos habla de un Dios que derriba muros, abre caminos, rompe esquemas. Ya no se trata de un Dios lejano en un santuario cerrado, sino de un Dios que se hace accesible, cercano, compasivo.

La cruz no es un lugar de derrota, sino el umbral de entrada a una nueva realidad: la del amor gratuito, radical y universal.

En clave vicentina:

San Vicente de Paúl nos enseñó que Cristo se deja encontrar en el pobre, en el marginado, en el que sufre. Si el velo fue rasgado, es porque ya no hay necesidad de buscar a Dios en estructuras cerradas, sino en los “templos vivientes” del pueblo sufriente.

Como decía Vicente a sus misioneros:

“Servir a los pobres es ir a Dios, y es encontrar a Dios.” (SV XI, 393)

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