El grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

El grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Textos base:

“Y a la hora nona, Jesús clamó con voz fuerte: ‘Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?’, que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’”

Marcos 15,34 (cf. Mateo 27,46)

1. El único grito de angustia: palabras en arameo

Este es el único lugar en los Evangelios donde se conserva una expresión aramea exacta de Jesús en el contexto de la pasión: Eloí, Eloí, lemá sabactaní. Es significativo que Marcos y Mateo mantengan las palabras originales de Jesús. Esto revela su fuerza histórica y su impacto emocional profundo: un grito tan desgarrador que nadie pudo olvidarlo.

2. ¿Desesperación o fidelidad? La clave está en el Salmo 22

Jesús no improvisa estas palabras: está citando el comienzo del Salmo 22 (21), que dice:

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Estás lejos de mi grito de auxilio…”

(Salmo 22,2)

Este salmo, profundamente mesiánico, describe con exactitud asombrosa los padecimientos de Jesús:

  • “Me taladraron las manos y los pies” (v.17),
  • “Se reparten mi ropa, echan suertes por mi túnica” (v.19),
  • “Todos los que me ven se burlan” (v.8).

Pero el mismo salmo no termina en la desesperación: termina en confianza y alabanza.

“Porque no ha despreciado ni desdeñado la miseria del pobre, no le escondió su rostro; cuando clamó a Él, lo escuchó.” (v.25)

Por eso, el grito de Jesús no es una negación de Dios, sino una oración desde la profundidad de su humanidad sufriente. Está sumergido en la noche del dolor, pero aún allí se aferra al Padre, lo sigue llamando “Dios mío” (ὁ Θεός μου).

3. Teología del abandono: ¿real o solo aparente?

¿Dios realmente abandonó a su Hijo?

No. El abandono es existencial y psicológico, pero no ontológico ni trinitario. Es decir, el Hijo no dejó de estar unido al Padre, pero experimenta en su carne la distancia emocional de quien sufre sin consuelo. En este grito, Jesús asume el abismo de todo dolor humano:

  • El silencio de Dios en la injusticia,
  • El vacío interior del sufrimiento,
  • La angustia de la muerte sin respuesta.

San Pablo explica esta paradoja así:

“A aquel que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros.”

2 Corintios 5,21

Jesús carga con toda la oscuridad del pecado humano, y por eso siente la lejanía del Padre, aunque nunca dejó de estar en comunión con Él.

4. Una lectura cristológica profunda

Este grito revela dos verdades complementarias:

  • Cristo es verdaderamente hombre: sufre como nosotros, sin atajos divinos. En la cruz no hay fingimiento, hay realidad humana hasta el extremo.
  • Cristo es el Siervo fiel: incluso en su angustia, se dirige al Padre. No reniega de Él, no lo maldice. Reza, clama, espera desde el dolor.

5. Lectura patrística

Los Padres de la Iglesia entendieron este grito como parte del misterio de la redención:

San Agustín decía:

“Cristo asumió la voz del pecador, para que tú pudieras asumir la voz del Hijo.” (Enarrationes in Psalmos 21)

San León Magno afirmaba:

“No fue la divinidad la que fue abandonada, sino la humanidad la que expresó su temor y su dolor.”

El grito de Jesús, entonces, es también una intercesión por todos los que sufren en silencio, sin respuestas.

6. Reflexión espiritual

¿Quién no ha sentido alguna vez el silencio de Dios?

El grito de Jesús nos permite orar incluso cuando no entendemos nada. Nos enseña que la fe no consiste en sentir a Dios, sino en seguir llamándolo “mi Dios” incluso en medio del abandono.

Cuando los cristianos atraviesan noches oscuras —por enfermedad, fracaso, persecución, pecado—, este grito de Cristo se vuelve compañía y consuelo. Jesús no solo redime nuestro dolor: lo ha vivido desde dentro.

Aplicación vicentina

San Vicente vivió también la experiencia del abandono espiritual. En sus cartas menciona momentos de aridez, de vacío interior, pero recomendaba:

“Cuando no sentimos a Dios, hay que creerlo con más fuerza.” (SV II, 328)

El carisma vicentino enseña a estar con los abandonados del mundo, y a ofrecerles presencia, escucha y amor, como Cristo hizo desde la cruz. El misionero, el servidor de los pobres, es aquel que puede decir a los crucificados de hoy:

“Yo también he sentido el abandono… y allí me encontré con el Dios que salva.”

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