Celebramos ya la octava Jornada Mundial de los Pobres
Convocada por el Papa Francisco con el profundo deseo de que la comunidad eclesial ponga en el centro de su tarea y misión a los preferidos de Dios: los últimos, los descartados, los más pobres de las diferentes sociedades del mundo.
En su empeño en dedicar una jornada especial para encontrarnos como comunidad de hermanos y hermanas y crecer en caridad y compromiso con quienes más sufren, el mensaje nos muestra a través del lema «La oración del pobre sube hasta Dios» la oración como camino para entrar en comunión con ellos y compartir su sufrimiento. Practicar la oración, «tratar de amistad con quien sabemos nos ama» que diría Teresa de Jesús, es un medio privilegiado para encontrarnos con Dios a través de los pobres.
Esta Jornada es una oportunidad pastoral que nos invita a los creyentes a estar atentos y a escuchar la oración de los pobres, a tomar conciencia de su presencia entre nosotros y de su necesidad.
Las personas más pobres suelen quedar en las afueras de los espacios cotidianos. El sufrimiento, el dolor, la pobreza, incomodan y desajustan nuestro orden personal y social, y tendemos a mirar hacia otro lado, como el que quiere no saber para no tener que responder nada. No verse afectado.
Sin embargo, la propuesta de Jesús a sus seguidores, la comunidad cristiana, es a conocer y tomar contacto con las personas que viven estas situaciones, para dejarnos conmover por el sufrimiento de quienes necesitan ser escuchados, acogidos, vestidos o sanados, tal y como hace el Padre, que cuida y conoce lo que necesitamos cada uno de sus hijos e hijas, porque nadie está excluido de su corazón.
Celebremos esta Jornada en nuestras comunidades y parroquias no como un día más, sino como camino de conversión y crecer en oración, fraternidad y caridad.
PARA LA REFLEXIÓN
Abrir ventanas a Dios y al mundo
Inmersos en la sociedad del activismo, la tarea, lo concreto y tangible a veces cobra todo el protagonismo en la misión. Sin embargo, la acción no tiene sentido sola en sí misma si no está acompañada de valores, actitudes, una manera de estar presente en la vida cotidiana.
Orar, hacer silencio interior, la contemplación y la meditación nos permiten ahondar en el sentido que le damos a todo lo que hacemos. Orar es como abrir nuestras ventanas más allá de nuestras propias necesidades y tomar conciencia de la presencia de Dios en la creación, en nosotros mismos, en los demás y en la realidad en la que vivimos, aprendiendo a entablar un diálogo en el que disponernos a escuchar a Dios presente en todo y en todos, a sentirnos habitadas y habitados por Él.
«Sin la oración diaria vivida con fidelidad, nuestra actividad se vacía, pierde el alma profunda, se reduce a un simple activismo» (Benedicto XVI, Catequesis, 25 abril 2012).
También es necesario abrir nuestras ventanas a los demás, acercarnos a quienes sufren, a los pobres, a los olvidados, a aquellas personas que en Cáritas ya conocemos por su nombre y su historia, porque es una oportunidad para abrir el corazón y descubrir que cada una de nosotras y de nosotros también somos pobres; quizás de otra manera, pero nuestra vida también es frágil y vulnerable; también experimentamos la pérdida, el vacío, la enfermedad o la desesperanza.
Volver los ojos a los pobres nos ayuda a comprender nuestra propia pequeñez.
El clima de desesperanza social en el que vivimos adquiere día a día tintes apocalípticos. El aumento de la pobreza y el sufrimiento derivados de la violencia de las guerras y la crisis migratoria, las catástrofes climáticas, el riesgo que corren los Derechos Humanos, vetados cada día a más personas, ponen en riesgo nuestro sentido de la vida, llenándonos de miedo y angustia.
Abrir ventanas a la esperanza
Solo si nos decidimos a abrir estas ventanas, a dejar que entre y salga el aire esperanzador del Espíritu y rozamos el dolor y el sufrimiento de nuestros hermanos y hermanas, podremos experimentar la caridad que se hace encuentro y cercanía. Así podremos empezar a comprender lo que significa hacer nuestra la oración de los que sufren, rezar con ellos, experimentar una fraternidad nueva que se sostiene en el hecho de que compartimos la misma humanidad.
«El humilde no tiene nada de que presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelarse al amor misericordioso de Dios, ante el cual está como el hijo pródigo que vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15, 11-24). El pobre, no teniendo nada en que apoyarse, recibe fuerza de Dios y en Él pone toda su confianza. De hecho, la humildad genera confianza de que Dios nunca nos abandonará ni nos dejará sin respuesta» (Francisco, Mensaje de la VIII Jornada Mundial de los Pobres).
Preguntas para reflexionar:
- ¿Qué lugar ocupa la oración en tu vida personal y en tu grupo, equipo o comunidad? ¿Cómo cuidas esta dimensión?
- Oración y acción: ¿a qué le das más peso en tu vida y dedicas más tiempo?
- ¿De qué te ayudas para no caer en la desesperanza? ¿Qué necesitarías?
- ¿Qué significa para ti hoy, en tu realidad, abrir ventanas a Dios y al mundo? ¿Qué ventana puedes abrir tú ahora?
Abrir ventanas a la esperanza
La Jornada Mundial de los Pobres nos invita a crecer en la fe en comunidad. Y es que es en comunidad, en la experiencia de fraternidad donde es posible ver a Dios manifestado en cada persona y donde se gesta la esperanza cristiana que tanto anhelamos.
Es una oportunidad para activar la creatividad, poner en marcha y compartir iniciativas que pueden dar vida y esperanza a los más pobres de nuestro entorno, así como reconocer el testimonio de tantas personas voluntarias que se dedican con pasión y con todo el corazón a los más necesitados. Abramos los oídos y los ojos a su forma generosa de entregarse, de escuchar y sostener a los más pobres, y juntos aprendamos a expresar agradecimiento al Señor por tanto bien recibido y entregado a través de todos y cada uno de ellos.
El testimonio de la Madre Teresa de Calcuta nos permite ver cómo la oración es el lugar de donde sacar fuerza y fe para servir a los últimos:
«Yo solo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús pone su amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en mi camino. ¡Recen también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a su lado. Quizá en la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay alguien que espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les llenará de amor» (Asamblea General de la ONU, 26 octubre 1985).
Este año celebramos la Jornada Mundial de los Pobres a las puertas del Año Santo jubilar, un tiempo de gracia para hacernos peregrinos de la esperanza, ofreciendo signos concretos para un futuro mejor, como reza Francisco en el Mensaje de esta jornada.
Nos recuerda no olvidar «los pequeños detalles del amor» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 145): «saber detenerse, acercarse, dar un poco de atención, una sonrisa, una caricia, una palabra de consuelo». Y el mensaje nos sigue alentando: «Estos gestos no se improvisan; requieren, más bien, una fidelidad cotidiana, casi siempre escondida y silenciosa, pero fortalecida por la oración».
Preguntas para reflexionar:
- ¿De qué te ayudas para sostener tu fe y tu esperanza? ¿En qué y en quiénes pones tu confianza?
- Jesús nos muestra el camino para vivir con esperanza, haciéndose solidario con los últimos. ¿En qué medida crees que el dolor y el sufrimiento pueden ser una fuente de esperanza? Cuenta tu experiencia.
- ¿Qué te aportan las personas más pobres y vulnerables que conoces? ¿Te transforman?
Nos reunimos a celebrar
«En este tiempo, en el que el canto de esperanza parece ceder el puesto al estruendo de las armas, al grito de tantos inocentes heridos y al silencio de las innumerables víctimas de las guerras, dirijámonos a Dios pidiéndole paz. Somos pobres de paz; alcemos las manos para acogerla como un don precioso y, al mismo tiempo, comprometámonos por restablecerla en el día a día» (Mensaje VIII Jornada Mundial de los Pobres, 2024).
Oración y acción, acción y oración, son dos caras de una misma moneda, una forma unitaria de entender el amor de Dios a toda la humanidad. Así lo muestra Lucas en el relato de Marta y María, como dos caras que conviven en cada uno de nosotros y que no se pueden separar:
«Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Respondiendo, le dijo el Señor: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”» (Lc 10, 40-42).
Algunas propuestas
- Reflexión comunitaria:
Organizar encuentros para reflexionar sobre el mensaje del Papa. Utilizar las pautas y preguntas propuestas, intercambiar inquietudes, dudas y experiencias como una oportunidad para revisar nuestra vivencia de la fe y el servicio. - Cuidar la dimensión espiritual:
Fomentar el acompañamiento, la formación, la lectura de textos sugerentes y la práctica del silencio y la oración. - Encuentros de oración comunitaria:
Reunirse en parroquias, centros de acogida o residencias para orar juntos, inspirados en el mensaje de la Jornada. Pedir, agradecer y fortalecer la fraternidad en comunidad. - Eucaristía participativa:
Preparar la misa del 17 de noviembre de manera inclusiva, invitando a todas las personas, especialmente a quienes no suelen participar activamente. Incorporar ofrendas, peticiones y acciones de gracias preparadas previamente.
Todas las personas tienen un lugar en la mesa de la Eucaristía, y quizás en esta Jornada, pueden ocupar
un espacio más activo quienes no suelen hacerlo, a través de las ofrendas, un signo, elaborar
previamente las peticiones, la acción de gracias… Que podamos vivir esta celebración en ambiente de
oración, fraternidad y comunión.