Reflexiones hacia el Cuarto Centenario de la Pequeña Compañía
De cara al cuarto centenario de la fundación de nuestra “Pequeña Compañía”, así la quiso llamar San Vicente de Paúl, porque él llamaba la “Gran Compañía” a los jesuitas y que curiosamente, hoy en día, son la comunidad religiosa más numerosa de la Iglesia Católica; me permito hacer unas reflexiones que he tomado de las estadísticas que han dejado grandes sorpresas: el legado de San Vicente ha perdurado en sus dos fundaciones, la Congregación de la Misión (1625) y la Compañía de las Hijas de la Caridad (1633), que ocupan el primer lugar en número dentro de las estadísticas universales de la Iglesia.
Las Hijas de la Caridad, durante muchos años, habían sido las más numerosas del mundo, pero la disminución de vocaciones ha llevado a que pierdan más de un tercio de sus miembros. Hasta hace poco, la comunidad femenina más numerosa era la de las Hermanas Salesianas de San Juan Bosco, quienes también han experimentado una caída significativa en el número de sus vocaciones. Actualmente, las Hermanas Vicentinas han recuperado el primer puesto, pero este dato debe alarmar a toda la familia vicentina y movilizarnos para realizar un buen ejercicio de pastoral vocacional. Necesitamos “echar las redes” en un vasto mundo que exige más personal para atender las numerosas obras que hoy sufren por la escasez de vocaciones.
La Congregación de la Misión y su Realidad Actual
Por otro lado, la Congregación de la Misión se abre paso entre el gran número de congregaciones, órdenes e institutos que la superan en número. Es notable que obras relativamente recientes, como las de San Juan Bosco, ocupen el segundo puesto tanto en la rama femenina como en la masculina. Esto nos lleva a reflexionar sobre la necesidad de no abandonar el apostolado en colegios y con jóvenes, que son los lugares privilegiados donde nacen las vocaciones.
La Congregación ha sobrevivido de manera admirable en medio de esta crisis de identidad vocacional, manteniéndose firme en un carisma que es absolutamente novedoso: el servicio a los pobres. En publicaciones pasadas, he constatado la caída abrupta y estruendosa de “grandes comunidades” que han perdido miles de miembros y no han logrado recuperarse. Las estadísticas de la Congregación desde 1950 hasta la actualidad muestran una mediana estabilidad en el número de miembros y obras, aunque preocupa que los números van en descenso, aunque no más de dos décimas.
El mayor número de vocaciones se presentó entre 1966 y 1967, cuando duplicábamos el número de miembros actuales: 6.284 misioneros y 539 casas. Sin embargo, es notable el descenso de vocaciones a partir de 1976, y solo a inicios del nuevo milenio logramos volver a superar los 4.000 miembros. Desde 2009, las cifras han ido descendiendo, pero no de manera abismal, como ha sucedido con otros institutos.
Un Llamado a la Renovación
Este panorama, que a mí me parece alentador, me motiva a trabajar intensamente en las vocaciones, especialmente en este cuarto centenario que debe ser un momento de renovación y recuperación del espíritu vicentino en las comunidades, donde a menudo se ha perdido la autenticidad del mensaje evangélico. Este mensaje radica esencialmente en asumir la pobreza como una renuncia a los valores capitalistas y materialistas que predominan en la sociedad de hoy.
Para la reflexión, considero que ambas comunidades deben esforzarse por actualizar las estructuras formativas. No es un secreto que existe un desbalance en los seminarios y una falta de criterios rectores a nivel congregacional. Los seminarios deben ser escuelas que fomenten el espíritu de libertad y caminos de conversión. Tristemente, muchos ingresan con anhelos y sueños nobles, pero algunos formadores (sin experiencia misionera) desfiguran el verdadero espíritu de encuentro con Cristo. Esto resulta en que los seminaristas salgan con mucho conocimiento teológico y filosófico, pero faltos de fe, conversión o signos de santidad.
Hoy, también enfrentamos tiempos de crisis en el ámbito humano. La falta de identidad y las crisis que afronta el individuo en una sociedad líquida y “sin corazón” (cfr. 9 Dilexit Nos) hacen que pierda su sed de compromiso y búsqueda de la felicidad, asumiendo los valores del Reino de Dios. Así, muchos entran a la vida religiosa o sacerdotal buscando posición social, comodidad, prestigio, lujos o incluso para ocultar problemas graves de identidad sexual.
Se necesitan sacerdotes, como menciona el Papa en la encíclica antes citada, capaces de inclinarse hacia los pobres, cuando Cristo vive en sus almas (cfr. 180, ibid.). Esta vocación debe estar impulsada por el Espíritu Santo, que nos deja inquietos, que nos da la verdadera felicidad en el servicio desinteresado (cfr. 215).
La Experiencia Misionera como Base de la Vocación
Para muchos, es esencial pasar por la experiencia misional de Jesús, quien se hace cercano a su pueblo y experimenta las carencias y necesidades de la comunidad. Esto no se logra solo con misiones cortas o estancias breves en parroquias. Es necesario que cada misionero e hija de la Caridad tenga una experiencia profunda de encuentro con el Señor en un territorio de misión antes de ingresar a un seminario o una casa de formación para enseñar a otros. Nadie puede dar lo que no ha vivido con el Señor. Enfrentamos una crisis de identidad que comienza en los seminarios, donde muchos superiores y formadores solo tienen la experiencia de los escritorios, y el mundo lo entienden desde los libros, basándose en libros escritos por quienes no han practicado lo que plasman en las páginas. Recuerdo un caso en el que, nos hablaban de un sacerdote vicentino que escribía bellamente sobre la vida comunitaria y sendas reflexiones sobre la fraternidad, pero nunca fue capaz de relacionarse y abrirse a los demás en su vida personal; así que es necesario hablar de lo que se ha vivido y no de lo que se ha leído.
Conclusión y Llamado a la Acción
A modo de conclusión, insto a quienes lean esta reflexión a considerar los siguientes puntos:
- Vivir con autenticidad el voto de pobreza: Esto implica ponernos del lado de los pobres y denunciar las estructuras opresivas del mundo actual, donde el dinero se convierte en el estandarte de toda relación humana.
- Fomentar vocaciones desde la infancia: Debemos abrirnos espacio entre niños y jóvenes para suscitar en nuestras comunidades semilleros de vocaciones a la vida consagrada. No se puede descuidar esta tarea; es fundamental motivar, alimentar y fortalecer la vocación de los más pequeños. Por ello, en nuestros itinerarios formativos para grupos juveniles, deben incluirse temas que aborden la verdadera conversión y el encuentro con la persona de Jesús.
- Formadores auténticos: Aquellos que están al frente de la formación deben ser hombres y mujeres no solo doctos en temas académicos, sino también auténticos misioneros. El seminario o la casa de formación no puede convertirse en un lugar para ubicar al cura o la hermana problemática que no saben dónde colocar. Muchas crisis vocacionales se deben al estilo del animador o del superior de la casa.
- Una formación más humanista y liberadora: Necesitamos una formación orientada hacia un humanismo cristiano liberador. Las políticas formativas no pueden ser represivas, invasivas o convertir los seminarios en centros de reclusión. El seminario no debe seguir siendo un lugar artificial donde se enseñan modos de vida que no reflejan la realidad de un sacerdote o una hermana, dejen eso para las escuelas de corte militar, porque no se puede formar con represiones o con miedo, angustiados por el que piensa distinto o por el que pone en tela de juicio la autoridad de los formadores, debemos crecer en un dialogo constructivo, escuchando también el aporte de los jóvenes.
- Formación en la pedagogía de la misericordia: Es crucial ayudar a los jóvenes a través de retiros que toquen su realidad, su familia y su pasado. El seminario no debe ser un lugar donde repriman sus recuerdos o se presenten con máscaras que ocultan inclinaciones dañinas. Debemos hablar con honestidad, trabajar desde el barro, desde lo propio de cada persona, sin temor a represalias; cuando se trabaja con el barro de cada uno se puede moldear individuos espirituales capaces de tener encuentros liberadores con Cristo.
- Uso consciente del ciberespacio: Finalmente, el ciber mundo, el mundo digital, el continente informático, debe utilizarse con moderación. Hoy se pierde mucho tiempo en contenido basura, en querer parodiar las cosas de los mal llamados “influencer” se tiende a ridiculizar nuestra vocación, a ponerla al mismo nivel ridículo, de bailes o coreografías sin sentido, de contenido superfluo y carente de identidad cristiana. Muchos perdidos en chat que no edifican y en una Deep web (web oscura) que destruye la dignidad humana y nos hace esclavos de bajos instintos. El internet debe ser un lugar donde crezca nuestra capacidad de relacionarnos, descubriendo nuevas culturas y formas de interpretar nuestras relaciones humanas. Debemos ofrecer un contenido de calidad que realmente evangelice y atraiga a más personas a iniciar el camino de fe que vivió San Vicente de Paúl.
Caminemos con esperanza renovada hacia el cuarto centenario, confiando en que Dios dispondrá en nosotros las herramientas necesarias para consolidar su Reino en cada periferia existencial del mundo.
P. Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM
Director de Corazón de Paúl.
El cambiante mundo materialista nos arropa y consume, sólo una auténtica vocación sacerdotal y religiosa perdurará a pesar de todas las crisis. Hay que vivir en profundidad, el Evangelio.