Los escritos de Santa Catalina Labouré sobre las apariciones de la Virgen Milagrosa

Los escritos de Santa Catalina Labouré sobre las apariciones de la Virgen Milagrosa

Santa Catalina Labouré por petición de sus superiores tuvo que escribir de manera anónima los relatos sobre las apariciones de la Virgen Milagrosa que tuvieron lugar en el año de 1830.

Relato del 18 de julio de 1830.

En relación con esta aparición y con otras visiones previas, santa Catalina redacta un documento, al parecer a petición de su director el P. Aladel. Lo hace en 1857, «26 años después de los acontecimientos», como ella misma precisa al principio

(n.° 564 de la edición crítica de Laurentín-Roche, «Catherine Labouré et la Médaille Miraculeuse», pp. 334-338. Para la traducción de los documentos de este capítulo he contado con la colaboración experta del P. Benjamín Romo, C. M.).

Padre, usted quiere que le detalle brevemente lo sucedido hace 26 años; me siento incapaz de hacerlo, pero voy a intentarlo con toda la sencillez posible.
Ruego a María, mi buena madre, que me ayude a recordar todas las circunstancias. Oh María, haz que sea para tu mayor gloria y la de tu divino Hijo.

Y después llegó la fiesta de San Vicente, en cuya víspera nuestra buena madre Marta nos dio una conferencia sobre la devoción a los santos y en particular a la Santísima Virgen, lo que me dio tal deseo de verla que me acosté con el pensamiento de que esa misma noche vería a mi buena Madre, ¡hacía tanto tiempo que lo deseaba!, al cabo me dormí. Como se nos había distribuido un trozo de tela de un roquete de San Vicente, corté la mitad, me la tragué y me dormí, pensando que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

Por fin, a las once y media de la noche, oí que me llamaban por mi nombre:
—Hermana, Hermana, Hermana.
Me desperté y miré al lado donde escuchaba la voz, que era el lado del corredor, descorrí la cortina y vi a un niño, vestido de blanco, como de cuatro o cinco años, que me decía:
—Venga a la capilla, levántese pronto y venga a la capilla, la Santísima Virgen la está esperando. Enseguida me vino al pensamiento:
—Pero me van a oír. El niño me respondió:
—Esté tranquila, son las once y media, todos están bien dormidos; venga, la aguardo.

Me apresuré a vestirme y me, dirigí a donde el niño, que había permanecido sin apartarse de la cabecera de mi cama.

Me siguió, o mejor, yo le seguí, él siempre a mi izquierda, llevando rayos de claridad por donde pasaba; por donde quiera que íbamos las luces estaban encendidas, lo que me extrañó mucho; pero quedé más sorprendida al entrar en la capilla, cuando se abrió la puerta apenas tocarla el niño con la punta del dedo; y mi sorpresa fue más completa todavía cuando vi encendidas todas las velas y todos los cirios, lo que me hacía recordar la Misa de Medianoche.

Catherine devant la Vierge
Statue au dessus du porche de la Maison-Mere, 140 rue du Bac, Paris,

Sin embargo, yo no veía a la Virgen. El niño me condujo al presbiterio, junto al sillón destinado al Director. Alli me puse de rodillas y el niño se quedó de pie todo el tiempo. Como la espera se me hacía larga, miraba por si pasaban las veladoras por la tribuna.

Llegó por fin la hora. El niño me previno diciéndome: —Ya viene la Virgen, aquí está.
Escuché como un rumor, como el roce de un vestido de seda que salía del lado de la tribuna, cerca del cuadro de San José, y venía a sentarse en un sillón parecido al de Santa Ana, la Santísima Virgen solamente; no era la figura de Santa Ana y yo dudaba si era la Santísima Virgen, pero el niño, que seguía allí, me dijo:

—Es la Virgen.

Me sería imposible decir lo que experimentaba en aquel instante, lo que pasaba dentro de mí, me parecía que no veía a la Santísima Virgen. Entonces el niño me habló no como niño, sino como el hombre más enérgico y con las palabras más enérgicas. Mirando a la Santísima Virgen me puse de un salto a su lado, arrodillada sobre las gradas del altar, con las manos apoyadas en sus rodillas.

Allí pasé el momento más dulce de mi vida, me sería imposible decir todo lo que sentí. Ella me dijo cómo debía comportarme con mi Director y otras cosas que no debo decir, la manera de conducirme en mis penas, el venir al pie del altar, que me mostraba con su mano izquierda. Me echaré al pie del altar y expansionaré alli mi corazón y recibiré todos los consuelos de que tenga necesidad. Le pregunté el significado de todo lo que había visto y ella me lo explicaba todo.

Estuve allí no sé cuánto tiempo. Lo único que sé es que, cuando se marchó, sólo vi algo que se desvanecía, en fin, sólo una sombra que se dirigía al lado de la tribuna por el mismo camino por donde ella había venido. Me levanté de las gradas del altar y vi al niño donde lo había dejado. Me dijo: Se fue.
Desandamos el mismo camino, siempre todo iluminado, y el niño iba siempre a mi izquierda. Creo que este niño era el ángel de mi guarda, que se había hecho visible para hacerme ver a la Santísima Virgen, pues yo le había rezado mucho para que él me obtuviera ese favor. Estaba vestido de blanco, llevando consigo una luz milagrosa, es decir, iba resplandeciente de luz, y representaba unos cuatro o cinco años de edad.
Al volver a mi cama eran las dos de la mañana, que oí dar la hora, y ya no me dormí.

Más tarde todavía, el 30 de octubre de 1876, año de su muerte, escribe la Santa, también por obediencia, otros dos relatos en los que trata de decir no los hechos sino las palabras de la Virgen en esa aparición de la noche del 18 al 19 de julio de 1830. Según los críticos, el primer relato es como un borrador y el segundo es el definitivo. Traducimos este último a continuación

(Nos. 637-638 de la edición crítica de Laurentín-Roche, pp. 352-357).

1830, 18 de julio, encuentro con la Santísima Virgen, desde las 11 horas hasta la 1, 30 de la mañana del día 19, San Vicente.

Hija mía, el buen Dios quiere confiarte una misión. Sufrirás mucho, pero lo superarás pensando que lo haces por la gloria del buen Dios. Sabrás lo que es el buen Dios, y eso te atormentará hasta que lo digas a quien tiene a cargo suyo tu guía (el P. Jean-Marie Aladel). Te contradirán, pero tendrás la gracia, no temas, dilo todo con confianza y sencillez. Verás ciertas cosas, cuéntalas. Te sentirás inspirada en la oración.
Corren muy malos tiempos. La desgracia va a caer sobre Francia, el trono será derribado, sacudirán al mundo entero infortunios de toda clase (la Santísima Virgen tenía la expresión muy apenada al decir esto), pero venid al pie de este altar, donde se derramarán gracias sobre todas las personas que las pidan con confianza y fervor, sobre los grandes y los pequeños…

Hija mía, gusto particularmente de derramar gracias sobre la Comunidad: la amo mucho. Siento dolor, pues hay grandes abusos: no se observa la Regla, la regularidad deja que desear, hay gran relajación en ambas Comunidades. Dilo a quien se encarga de ti, aunque no sea superior. Dentro de poco se le encomendará la Comunidad de modo particular. Tiene que hacer cuanto esté en su mano para poner de nuevo en vigor la Regla, díselo de parte mía… Que vigile las malas lecturas, la pérdida del tiempo y las visistas… cuando la Regla haya sido restaurada en su vigor, otra Comunidad se unirá a la vuestra. Eso no se acostumbra, pero yo la amo…, di que se la reciba. Dios las bendecirá, y gozarán de una gran paz. La Comunidad se hará grande…

Sobrevendrán grandes males, el peligro será grande: no temas; el buen Dios y San Vicente protegerán a la Comunidad… (la Santísima Virgen seguía triste): yo misma estaré con vosotras, siempre he velado por vosotras. os concederé muchas gracias… Llegará un momento de gran peligro, cuando se dará todo por perdido; estaré entonces con vosotras, tened confianza, reconoceréis mi visita y la protección de Dios y de San Vicente sobre ambas Comunidades.

Mas no será lo mismo con otras Comunidades, habrá víctimas (la Santísima Virgen tenía lágrimas en los ojos al decir esto), en el clero de París habrá muchas víctimas, monseñor el Arzobispo morirá. Hija mía, la cruz será despreciada, la sangre correrá por las calles (aquí la Santísima Virgen ya no podía hablar, la tristeza llenaba su rostro). Hija mía, me dijo, todo el mundo estará sumido en tristeza.
Yo pensaba cuándo será esto: 40 años, y 10 años después de la paz.
Un día le dije al P. Aladel: La Santísima Virgen quiere que usted comience una Asociación de la que será fundador y director. Una Asociación de Jóvenes de María: la Santísima Virgen le concederá muchas gracias y se le otorgarán indulgencias. El mes de María se celebrará con gran solemnidad en todas partes. El mes de San José también se celebrará con mucha devoción, será grande la protección de San José. También habrá mucha protección y devoción al Sagrado Corazón de Jesús.

Relato de la aparición del 27 de Noviembre de 1830:

    En 1841, 11 años por tanto después de las apariciones de la Medalla Milagrosa, escribió Santa Catalina tres relatos autógrafos de las mismas. Parece que lo que la movió a hacerlo fue su deseo de que se levantasen un altar y una estatua en honor de la Virgen del Globo, aspecto de las apariciones que había quedado en penumbra. Hacemos un ensamble de los dos primeros relatos, traduciéndolos de la edición crítica de Laurentín-Roche (nn. 455-456, pp. 290-299, París 1976). El tercer relato es mucho más breve y no aporta ninguna novedad. La traducción es casi literal. La puntuación es mucho más libre, para mejor entendimiento del texto.

    El sábado 27 de noviembre, víspera del primer domingo de Adviento, nuestra buena Madre Marta nos dio una instrucción muy bella sobre la devoción a los santos y a la Santísima Virgen, lo que me dio tan gran deseo de verla, que pensé que ella me haría esta gracia; pues ese deseo era tan fuerte que tenía la convicción de que la vería bella en su mayor belleza; yo vivía con esa esperanza.

    El mismo día, a las cinco y media de la tarde, en el momento de la oración, después del punto de meditación, en medio de un profundo silencio, de pronto me pareció oír un ruido como el roce de un vestido de seda, que venía de la tribuna. Volviendo los ojos a aquél lado vi a la Santísima Virgen cerca del cuadro de San José, teniendo bajo los pies una esfera blanca.

    La Virgen estaba de pie, vestida de blanco, estatura mediana, el rostro tan bello que me sería imposible decir su belleza. Llevaba un vestido de seda blanco-aurora, hecho, como se dice, al estilo virgen, sin escote, mangas lisas. La cabeza cubierta con un velo blanco que le descendía por ambos lados hasta los pies. Debajo el velo llevaba el cabello partido y liso bajo una especie de pañoleta, guarnecida de una puntilla de dos dedos de anchura, sin fruncido, ligeramente apoyada sobre el cabello, el rostro muy descubierto. Los ojos tan pronto levantados hacia el cielo como bajados. Los pies apoyados sobre una esfera, es decir, la mitad de una esfera, o al menos a mí me pareció la mitad. Las manos elevadas a la altura del estómago de una manera muy natural, sosteniendo en ellas una esfera que representaba al mundo. Su rostro era bellísimo, no podría describirlo.

    Catherine LABOURE, vision de la Vierge aux rayons,
    27/09/1830, 140 rue du Bac, PARIS,
    Toile de LECERF, 1835.

    De pronto vi en sus dedos anillos revestidos de piedras preciosas, más bellas unas que otras, unas grandes y otras más pequeñas, que despedían rayos, unos más bellos que otros. Estos rayos salían: de las piedras más gruesas, los rayos más grandes, siempre extendiéndose, y de las más pequeñas los más pequeños, siempre alargándose hacia abajo. Los rayos que salían de las piedras resplandecían por todas partes y llenaban toda la parte baja, de modo que ya no se veían los pies. No sabría decir lo que experimenté, los pensamientos, y todo lo que percibí en tan poco tiempo. En ese momento en que yo la contemplaba, la Santísima Virgen bajó los ojos mirándome, y una voz se hizo escuchar desde el fondo del corazón, que me dijo: «Este globo que ves representa al mundo entero, especialmente a Francia, y a cada persona en particular». Aquí no sabría expresarme sobre lo que experimenté, la belleza y resplandor de rayos tan bellos: «Estos rayos son el símbolo de las gracias que distribuyo a las personas que me las piden», haciéndome comprender cuán agradable es la oración a la Santísima Virgen y cuán generosa es ella con quienes la rezan, cuántas gracias dispensa a las personas que se las piden, qué felicidad experimenta otorgándolas… En ese momento yo era y no era, yo gozaba, yo no sé…

    Se formó un cuadro alrededor de la Santísima Virgen, un poco ovalado, donde había en torno estas palabras escritas en letras de oro: «Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros que recurrimos a ti». Entonces se hizo escuchar una voz que me dijo: «Haz, haz acuñar una medalla según este modelo; todas las personas que la lleven recibirán grandes gracias…, esas gracias serán abundantes para quienes la lleven con confianza».

    Después de haber contemplado este cuadro, me pareció que daba la vuelta. Fue entonces cuando vi el reverso de la Medalla. Inquieta por saber lo que había que poner en el reverso de la Medalla, después de muchas oraciones, un día, en la meditación, me pareció oír una voz que me decía: «La M y los dos Corazones dicen bastante».

    Y todo desapareció como algo que se apaga y quedé repleta de yo no sé, no sé de qué, de buenos sentimientos y de gozo de consolación.

    Ella se me apareció una tercera vez, no recuerdo cuándo. Ahora, después de dos años, me siento atormentada y obligada a decirle que se levante un altar, tal como ya se lo he pedido, en el lugar mismo donde la Santísima Virgen se apareció. Será privilegiado con muchas gracias e indulgencias y con abundancia de favores para usted y toda la Comunidad y todas las personas que vendrán a pedirlas…

    Se lo pido, mil y mil veces, para mayor tranquilidad de mi conciencia. Creo que el buen Dios y la Santísima Virgen lo quieren de usted. Le ruego que lo demande de nuestro muy Honorable Padre. Soy, en los Sagrados Corazones de Jesús y de María, su afectísima y humilde hija, indigna Hija de la Caridad sirvienta de los pobres Enfermos.

    Para completar con un detalle las palabras de la Virgen a Catalina, traducimos una nota autógrafa de la vidente, escrita a lápiz. Data de la primavera de 1876

    (n. 631 de Laurentin-Roche,o. c., p. 344).

    Hija mía, esta esfera representa al mundo entero, particularmente a Francia; y a cada persona en particular.
    Fijarse bien: el mundo entero; particularmente Francia; y cada persona en particular.
    Estos rayos que ves son las gracias que derramo sobre las personas que las piden; estas piedras de las que no salen rayos, son las gracias que dejan de pedirme.
    Estas líneas deben ponerse debajo del cuadro con caracteres que todo el mundo pueda leer.

    Relato sobre la Virgo Potens (la virgen del Globo):

      A instancias de Catalina llegó el momento en que el P. Aladel comenzó a tomar en cuenta la visión de la Virgen con el globo en sus manos. Entonces debió de pedir a la vidente que pusiera por escrito los datos de esta visión. Lo que se conserva es una hoja con orientaciones para el croquis que iba a realizar el pintor Letaille, en conformidad sin duda con lo apuntado por Sor Catalina

      (cf. nn. 460-461 de Laurentín Roche, o. c., pp. 300-301).

      Sobre un cielo azul, estrellado en lo alto, de aurora en lo bajo, en un sol, la Santísima Virgen: velo aurora, vestido blanco, manto azul celeste, los pies sobre una media luna, aplastando la cabeza de la serpiente con el talón. Doce estrellas alrededor de su cabeza, un ligero nublado sobre la media luna.
      Particularidad esencial: La Santísima Virgen tiene suavemente el globo del Mundo en sus manos y ella lo ilumina con una luz viva. Es importante expresar bien esta luz que ilumina vivamente la tierra, particularmente contra las manos de donde parte el haz de luz. La Santísima Virgen, con ternura maternal, mira a esta pobre tierra. Habrá alrededor: Oh María, sin pecado concebida, ruega por nosotros…

      Chase de Ste Catherin LABOURE, sous l’autel de la Vierge au globe, 140 rue du Bac PARIS,

      Nota manuscrita de Sor Catalina Labouré sobre la Virgen del globo. Arriba de la primera página, una mano no identificada escribió: «Notas a lápiz sobre la estatua de la Santísima Virgen que sor Catalina quería colocar en el lugar de la aparición»

      (n.° 632, ib., p. 345).

      La estatua debe ser de tamaño natural, un velo sobre la cabeza que desciende hasta abajo, debe tener el rostro descubierto, en las manos un globo de oro, teniendo las manos elevadas a la altura del estómago como si ella lo ofreciera a Dios, y los dedos guarnecidos de piedras preciosas; de la mayor parte de esas piedras salen rayos que descienden hasta los pies y cubren todo lo de abajo.
      En la parte inferior de la columna deben ser puestas estas lineas:

      — Hijos míos, este globo representa al mundo entero, especialmente a Francia, y a cada persona en particular… Las piedras de las que no salen rayos son las gracias que dejan de pedirme.
      Oh qué bello será oír decir: ¡María es la Reina del Universo, particularmente de Francia!, y los niños gritarán con alegría y júbilo: ¡Y de cada persona en particular! Será un tiempo largo de paz, alegría y dicha. Ella será llevada en andas y dará la vuelta al mundo…

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