En la vida de Santa Catalina Labouré, el 21 de abril de 1830 marcó un hito espiritual trascendental. Al llegar al seminario, con el corazón rebosante de alegría por la festividad de la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl, Catalina se dedicó a pedir las gracias necesarias no solo para sí misma, sino también para sus familias y para Francia, que sentía profundamente necesitadas de ellas.
Catalina experimentó una conexión única con San Vicente, quien parecía acompañarla en su camino. Tras visitar la urna en San Lázaro, sentía que su corazón estaba unido al de Vicente. Esta relación se manifestó en tres apariciones distintas a lo largo de tres días. Primero, lo vio en un blanco radiante que simbolizaba paz y calma; luego, en un rojo de fuego que encendía la caridad en su corazón; y, finalmente, en un rojo oscuro que le llenó de tristeza, vinculado a los cambios en el gobierno que se avecinaban.
Relato:
Yo llegué (al seminario) el 21 de abril de 1830, que era el miércoles antes de la traslación de las reliquias de San Vicente de Paúl, feliz y contenta por haber llegado para este gran día de fiesta, me parecía que no tocaba la tierra.
Pedía a San Vicente todas las gracias que me eran necesarias, y también para las dos familias y para Francia entera. Me parecía que ellas tenían mucha necesidad de esas gracias. En fin, pedía a San Vicente que me enseñara lo que era necesario que yo pidiera con una fe viva. Y todas las veces que volvía de San Lázaro (en donde había visitado la urna de San Vicente) sentía tanta tristeza, que me parecía encontrar en la comunidad a San Vicente, o al menos su corazón, que se me aparecía todas las veces que regresaba de San Lázaro. Tenía el dulce consuelo de verlo encima del relicario donde estaban expuestas algunas reliquias de San Vicente.
Se me apareció tres veces distintas, tres días seguidos: Blanco color de carne, que anunciaba la paz, la calma, la inocencia, la unión. Después lo vi rojo de fuego, que debe encender la caridad en los corazones: me parecía que toda la Comunidad debía renovarse y extenderse hasta los confines del mundo. Y luego lo vi rojo oscuro, lo que llenó de tristeza mi corazón; sentía una tristeza que me costaba mucho superar; no sabía ni por qué ni cómo, esta tristeza se relacionaba con el cambio de gobierno; tuve que hablarle de esto a mi confesor, que me calmó lo más posible, apartándome de estos pensa¬mientos.
Y después fui favorecida con otra gran gracia, la de ver a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento, que lo vi todo el tiempo de mi seminario, exceptuadas las veces en que dudaba (es decir, cuando me resistía); entonces, la vez siguiente ya no veía nada, porque quería profundizar y dudaba de este misterio y creía equivocarme. El día de la Santísima Trinidad, Nuestro Señor se me apareció como un Rey, con la Cruz sobre su pecho, en el Santísimo Sacramento, fue durante la santa Misa en el momento del Evangelio, y me pareció que la Cruz se caía a los pies de nuestro Señor, y me pareció que Nuestro Señor era despojado de todos sus ornamentos, todos caídos por tierra. Ahí fue cuando tuve los pensamientos más negros y más tristes, ahí fue cuando pensé que el rey de la tierra se vería perdido y despojado de sus vestiduras reales, todos los pensamientos que tuve no sabría explicarlos…