Hacemos recuerdo agradecido, de las Hijas de la Caridad pertenecientes a la comunidad de Arrás, conocidas como las mártires de Cambrai, pues allí, murieron víctimas de la Revolución Francesa, el 26 de junio de 1794, mientras ejercían su misión de servicio al pobre. Y también de Sor Margarita Rutan, martirizada en Dax el 9 de abril de este mismo año, donde desempeñaba su misión con los enfermos.
Ellas son:
- Sor María Magdalena Fontaine, nacida el 22 de abril de 1723 en Entrepagny, e Hija de la Caridad desde el 9 de julio de 1748.
- Sor María Francisca Lanel, nacida el 24 de agosto de 1745 en Eu, e Hija de la Caridad desde el 10 de abril de 1764.
- Sor Teresa Magdalena Fantou, nacida el 27 de julio de 1747 en Miniac-Morvan, ingresó en el Seminario de París el 28 de noviembre de 1771.
- Sor Juana Gerard, nacida en Cumières el 23 de octubre de 1752, entró en la Compañía de las Hijas de la Caridad el 17 de septiembre de 1776.
La beatificación simultánea de estas mártires tuvo lugar el 13 de junio de 1920.
Sor Margarita Rutan, nacida el 28 de abril de 1736 en Metz, Lorena. Inició su vocación de Hija de la Caridad el 23 de abril de 1757, en 1779 destinada al Hospital de Dax y, allí como hermana sirviente con sus hermanas de Comunidad, dedicaba sus fuerzas y sus energías en el servicio de los enfermos, siendo arrestada por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Guillotinada el 9 de abril de 1794.
En 1907 se inició su proceso de beatificación y canonización, que después de muchos avatares, puedo se concluido y, finalmente fue beatificada en la misma ciudad de Dax, el 19 de junio de 2011.
El martirio
La palabra MARTIRIO significa «testigo», de ahí que MARTIR es quien es leal a Cristo hasta el final, porque sabe cuál es el fin propio de su vida: conocer, amar y servir a Dios en este mundo, para alcanzar la felicidad con El en la vida eterna.
Si abrimos los libros de historia desde el siglo I hasta hoy, encontramos narraciones de persecución a la Iglesia y, de martirio de cristianos, que no quisieron renunciar a su fe, en Cristo y su Iglesia.
Tal es la realidad de estas nuestras cinco mártires. Eran jóvenes, quienes un día escucharon la voz del Maestro “ven y sígueme”, y habiendo dejado muchas posibilidades en el mundo, entraron en la Compañía de las Hijas de la Caridad, para dedicar toda su vida a servir al Señor en la persona de los “últimos”, en nuestro caso los ancianos en Arras y los enfermos en Dax.
Estando allí, con “la mano en el arado” sirviendo día y noche, en lo material y en lo espiritual, cuando menos sospechaban llegó la Revolución Francesa, que, con banderas agitadas y odio enardecido, irrumpió la labor callada de su servicio a los pobres. Bien hubieran podido buscar su propia comodidad, huir de su trabajo, unirse a la revolución, dejar a los pobres a la deriva, pero como las vírgenes del Evangelio esperaron al Señor con las lámparas encendidas.
Por esta razón, la Iglesia ha venerado a sus mártires, desde los primeros días hasta la actualidad con gran devoción.
La actualidad del testimonio martirial
La persecución y la muerte por defender a Cristo y a la Iglesia, sigue siendo de gran actualidad, en muchas regiones del mundo, así nos lo recuerda San Juan Pablo II en su carta apostólica Tertio millennio adveniente (10 de noviembre del año 1994), cuando afirma que la sangre de los mártires no es un fenómeno exclusivo de la Iglesia primitiva. «Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. Las persecuciones de creyentes —sacerdotes, religiosos y laicos— han supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo» (número 37).
Los frutos de ese martirio producirán un aumento de las conversiones al catolicismo y, una intensificación de la práctica de la fe. Nada mueve más al espíritu que la imitación clara de Cristo, que se encuentra siguiéndolo en su sufrimiento hasta la muerte, con la firme convicción de compartir su resurrección. Los frutos del martirio nos rodean por todas partes. Porque en un mundo presa del pecado y la desesperanza, seguimos encontrando católicos que se regocijan ante la posibilidad de sufrir la «humillación por el bien de su nombre”. (Hch 5,40).
Pero además del martirio por causa de la fe, se presentan nuevas formas de persecución y martirio, como la de quienes dan su vida por defender la verdad, a los pobres, a quienes claman por un mundo más justo y equitativo, o defender la vida…
En la Familia Vicentina, podríamos afirmar que tenemos cada día nuevos mártires, no mártires que derramen su sangre, sino incruentos: enumeremos a algunos, como los jóvenes de los grupos vicentinos, que renuncian a una vida muelle yendo los fines de semana a hacer la catequesis a los pobres, en las barriadas y, que en las vacaciones en vez de dedicar su vida al turismo marchan a una misión donde pocos llegan; mártires las madres de familia que atendiendo a su familia, piensan y ayudan a niños que no tienen el alimento y el calor de un hogar como el suyo, o que por encima de sus trabajos cotidianos visitan a los enfermos abandonados de su entorno; mártir es el laico vicentino que en una empresa es recto y no se deja contaminar de los negocios turbios, a pesar de las burlas de sus compañeros de trabajo; mártires son las Hijas de la Caridad que laborando todo el día en un ancianato, que cuando se marchan las enfermeras de turno, siguen el ritmo a cualquier hora de la noche aún a costa de su cansancio y salud; mártires son nuestros Misioneros Vicentinos que se acuestan muy tarde, atendiendo a los seminaristas en las casas de formación y, luego madrugan para ir a la capellanía y seguir el ritmo ordinario de su trabajo, o aquellos que en una misión apartada e inhóspita, a pesar del cansancio, la soledad y muchas veces la ingratitud, siguen esparciendo la semilla del Evangelio. Estos son los mártires de hoy, que no llegarán a los altares como estas nuestras hermanas, pero que se agotan silenciosamente hasta el final, cuyos nombres están escritos en expresión del Fundador “en el libro de la Caridad”, o en el “libro de la vida” como lo expresa de otra manera Ap.20,15.
Una memoria litúrgica como la de estas nuestras hermanas, es un llamado, para seguir dando testimonio de la fe que profesamos. Es normal que en algunos momentos estas realidades nos causen temor, dudas o incertidumbre. Pero nos fortalece la fe, para seguir trabajando por el Señor y su obra, siguiendo siempre en el campo de batalla. Todo sacrificio, por más pequeño que sea, es siempre semilla de cristianos, nada de lo que hacemos si lo hacemos por amor y por agradar al Señor se pierde. Estamos en pie de lucha, tanto en el miedo como en las dudas, nos animan las palabras de la carta a los Hebreos 12,2 que nos dicen que hemos de mantener “puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe…”, pues, siendo fieles hasta la muerte recibiremos la corona de la vida. Apoc. 2,10.