La vida de santa Luisa de Marillac está marcada por grandes acontecimientos que poco a poco cambiaron su camino y fueron aclarando en su corazón la voluntad de Dios; estos se patentaron en la acción de su Divina Providencia. Fue sin duda la providencia de Dios, la que acompañó el ser y quehacer de santa Luisa y de san Vicente, pero de entre todos estos momentos es necesario resaltar aquel acontecido el 4 de junio de 1623 día de Pentecostés, suceso que santa Luisa denominó «LUZ DE PENTECOSTÉS».
Santa Luisa sintió desde muy temprana edad, el deseo de entregar su vida a Dios en plenitud a través de la consagración en la vida religiosa, pero su frágil estado de salud se lo impidió. Como era costumbre de la época, no paso mucho tiempo antes de que su familia se encargara de buscar para ella un esposo, el elegido es el Señor Antonio Le Grass, secretario de la reina madre Ana de Austria; esto cambia por completo el panorama de santa Luisa, pero lo acepta no sin antes ponerlo en las manos de Dios; fruto de este matrimonio es el nacimiento del pequeño Miguel, que llega para alegrar la vida de la pareja recién casada. Santa Luisa se dedica por entero al cuidado de su hogar, la atención de su esposo y la educación de su hijo; como mujer, esposa y madre es sin duda un auténtico modelo a seguir; sus cuidados y su amor transforman el corazón de Antonio a quien ella misma describe como un hombre de carácter fuerte y un poco brusco; su preocupación por la formación religiosa del pequeño Miguel se verá reflejada durante toda su vida. A pesar de la estabilidad familiar, aun en medio de las pequeñas dificultades que se presentaban, en su corazón seguía presente el deseo de consagrarse a Dios por completo. Su vida de fe era sólida: constante en la participación de la eucaristía y de los sacramentos; de constante oración con un amor entrañable por la Santísima Virgen María y con el apoyo espiritual de grandes hombres de fe como lo fueron monseñor de Ginebra: el gran san Francisco de Sales, y monseñor Pierre de Camus obispo de Belley, -quien posibilitó más adelante el encuentro de Santa Luisa con San Vicente de Paúl-. Todo esto hizo que santa Luisa fuera una auténtica mujer de oración, y le permitió releer lo acontecido en su vida desde la perspectiva de Dios.
1623 fue para santa Luisa un tiempo inolvidable. A comienzos de este año Antonio empieza un largo combate con la enfermedad, Miguel tenía 10 años de edad y Santa Luisa siente temor ante esta situación que la lleva a confrontarse aún más con el deseo de su consagración. Pero es en mayo en la fiesta litúrgica de santa Mónica, que santa Luisa hace ante Dios un «voto de viudez», en el que le promete consagrar enteramente su vida si llama a su esposo a su presencia. Este acontecimiento tuvo su repercusión en la fiesta de la Ascensión del Señor el mismo mes, pues fue allí cuando santa Luisa se sumergió en una profunda oscuridad espiritual y le trajo gran pena y dolor a su alma, tormento que se extendió hasta la fiesta de pentecostés, el 4 de junio día en el que recibió la iluminación de Dios por medio de su Espíritu. Tres dudas asaltaron su alma: 1- Si debía dejar a su esposo –aún enfermo- para consagrarse al servicio de Dios. 2- Su gran apego por su director espiritual (en ese momento monseñor Pierre de Camus) que le impedía pensar en uno nuevo. 3- La inmortalidad del alma y la existencia de Dios.
Santa Luisa fue una gran mística, tanto así que más adelante se convierte en «mística de la caridad» con el apoyo de san Vicente de Paúl. Es imposible no asemejar esta experiencia de su vida con la «noche oscura» que experimentaron grandes santos como Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Esta fue una gran prueba espiritual para su vida, pero la recompensa fue incomparable.
El escrito original de aquel suceso realizado a puño y letra por santa Luisa se conserva como una valiosa reliquia para toda la familia vicentina, especialmente para la Compañía de las Hijas de la Caridad, en el que describe con total sencillez, orden y claridad todo lo que experimentó. Quien mejor que ella, para relatarlo:
En el año 1623, el día de Santa Mónica, Dios me otorgó la gracia de hacer voto de viudez si Dios se llevaba a mi marido.
El día de la Ascensión siguiente, caí en un gran abatimiento de espíritu por la duda que tenía de si debía dejar a mi marido como lo deseaba insistentemente, para reparar mi primer voto y tener más libertad para servir a Dios y al prójimo. Dudaba también si el apego que tenía a mi director no me impediría tomar otro, ya que se había ausentado por mucho tiempo y temía estar obligada a ello. Y tenía también gran dolor con la duda de la inmortalidad del alma. Lo que me hizo estar desde la Ascensión a Pentecostés en una aflicción increíble.
El día de Pentecostés oyendo la Santa Misa o haciendo oración en la iglesia en un instante, mi espíritu quedó iluminado acerca de sus dudas. Y se me advirtió que debía permanecer con mi marido, y que llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo.
Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podría ser, porque debía haber (movimiento de) idas y venidas. Se me aseguró también que debía permanecer en paz en cuanto a mi Director, y que Dios me daría otro, que me hizo ver (entonces), según me parece, y yo sentí repugnancia en aceptar; sin embargo, consentí pareciéndome que no era todavía cuando debía hacerse este cambio.
Mi tercera pena me fue quitada con la seguridad que sentí en mi espíritu de que era Dios quien me enseñaba todo lo que antecede, y pues Dios existía, no debía dudar de lo demás.
Santa Luisa de Marillac
Siempre he creído haber recibido esta gracia del Bienaventurado Monseñor de Ginebra, por haber deseado mucho, antes de su muerte, comunicarle esta aflicción y, por haber sentido después gran devoción y recibido por su medio muchos favores, y en aquel entonces sé que tuve algún motivo para creerlo así, del que ahora no me acuerdo.
Este suceso que impactó la vida y el espíritu de santa Luisa, representa hoy para la Compañía de las Hijas de la Caridad un momento crucial, significativo y celebrativo que enmarca el nacimiento de la pequeña Compañía en su corazón y bajo la inspiración de Dios a través de su Santo Espíritu. La providencia de Dios en esta «iluminación» aclara todas las dudas que se albergaron en su corazón y en su espíritu durante varios días, trayéndole paz y tranquilidad. Antonio murió dos años después, en el mes de diciembre de 1625, en ese momento Miguel tenía ya doce años de edad, santa Luisa se dedicó a su cuidado con gran amor hasta el día de su muerte. A finales de 1625 tiene sus primeros encuentros con san Vicente de Paúl y allí santa Luisa descubre que ese joven sacerdote de París era el nuevo director que Dios le había permitido contemplar el día de pentecostés y por el que al principio sintió algo de repudio. Este encuentro fue propiciado por monseñor Pierre de Camus y aquí no cabe duda de la acción de la providencia de Dios, que años más tarde convierte a estos dos grandes de la caridad en los pilares del carisma vicentino. La vivencia de esta experiencia mística y espiritual, confirman en santa Luisa el actuar de Dios en su vida y con ello se aleja toda duda de su existencia y de la inmortalidad del alma.
La parte de aquel escrito que enmarca el acontecimiento celebrativo de los 400 años es corta, pero profundamente significativa y es el reflejo patente de la voluntad de Dios. Dice textualmente:
Llegaría un tiempo en que estaría en condiciones de hacer voto de pobreza, de castidad y de obediencia, y que estaría en una pequeña comunidad en la que algunas harían lo mismo.
Entendí que sería esto en un lugar dedicado a servir al prójimo; pero no podía comprender cómo podría ser, porque debía haber (movimiento de) idas y venidas.
La preocupación principal que asaltó a santa Luisa durante su vida y particularmente a comienzos del año 1623 era el deseo de su consagración a Dios por medio de los votos de castidad, pobreza y obediencia; ¿cómo?, ¿Cuándo?, ¿con quiénes? Son preguntas que muy seguramente llegaron a Santa Luisa después de la «iluminación», todo esto lo fue mostrando la providencia de Dios años después, pero lo esencial ya había quedado grabado en su corazón, habría un momento en el que podría pronunciar sus votos, entregarse plenamente a Dios en una pequeña comunidad y otras mujeres harían lo mismo, pero no sería esta cualquier comunidad sería una dedicada al «servicio del prójimo» y santa Luisa no comprendió en su momento como sería esto posible, pues ello implicaba movimiento, «idas y venidas» y en la época, era imposible contemplar a una comunidad religiosa que estuviera por fuera de un claustro. Todos estos elementos que aparentemente son muy sencillos, constituyen realmente una riqueza y una herencia espiritual. Esas mujeres que pronunciarían votos, esa comunidad a la que pertenecería, ese servicio al prójimo, ese ir y venir en las calles era sin ninguna duda la contemplación de lo que hoy es la Compañía de las Hijas de la Caridad.
San Vicente no conocía aún a santa Luisa en el momento de la «iluminación de pentecostés», él atravesaba también una etapa de cambio en su vida, sus ojos estaban ahora puestos en la misión y en la evangelización de los pobres, en su corazón y con la ayuda de la señora de Gondi, Margarita de Silly está la Congregación de la Misión que fundará en abril de 1625; no pasaba por su cabeza la idea de fundar una comunidad de mujeres que se dedicaran al servicio de los pobres, viviendo en comunidad y bajo la guía espiritual y maternal de Santa Luisa.
A pesar de lo que había experimentado, Santa Luisa no sabía lo que sería la Compañía de las Hijas de la Caridad, pero sí tenía la seguridad de que Dios le concedería su deseo tan anhelado, ahora sabía que habría una comunidad que podría hacer su votos, que estaría acompañada de más mujeres y que se dedicaría al servicio del prójimo; ¡es inevitable!, ¡ya no hay marcha atrás!, aun desconociendo su nombre, la Compañía de las Hijas de la caridad se había encendido por medio de una chispa en el corazón de Santa Luisa. Vinieron otros acontecimientos providenciales que poco a poco fueron forjando este deseo latente en su corazón y por el que seguramente oraba todos los días. Fue exactamente 10 años después, el 29 de noviembre de 1633 que nace oficialmente la Compañía de las Hijas de la Caridad bajo la dirección de Santa Luisa y de San Vicente, con el deseo profundo de servir a Jesucristo presente en los pobres, enfermos, huérfanos, viudas y en todos los que sufren.
Hoy la Compañía hace presencia en los cinco continentes, llegándose a constituir como la comunidad religiosa femenina más numerosa de toda la iglesia. Miles de Hijas de la Caridad en el mundo siguen donando y entregando su vida con amor y generosidad al servicio de los pobres, son signo profético del Señor en medio del mundo y mantienen encendida la llama de la caridad que con una pequeña chispa aquel 4 de junio de 1623 Dios encendió en el corazón de Santa Luisa de Marillac. 400 años de historia, 400 años de la efusión del Espíritu Santo en la Compañía, 400 años del legado de una mujer que junto a San Vicente de Paúl logró un cambio social y eclesial en el mundo guiada siempre por la voluntad de Dios.
Bendito sea Dios por Santa Luisa de Marillac, por las maravillas que obró en su vida, por su legado espiritual, por la Compañía de las Hijas de la Caridad y por todo lo que representan para la familia vicentina. Que todo vicentino en el lugar donde se encuentre goce de su valiosa intercesión.
¡Felices 400 años del nacimiento espiritual de la Compañía de las Hijas de la Caridad en el corazón de Santa Luisa!