Beata Lindalva, primera flor de santidad, en el jardín vicentino del nuevo mundo

Beata Lindalva, primera flor de santidad, en el jardín vicentino del nuevo mundo

Sor Lindalva Justo de Oliveira nació el 20 de octubre de 1953, en Sitio Malhada de Areira, Açu, estado de Rio Grande do Norte en Brasil.

Desde la infancia se destacó por un amor particular por los más necesitados. Como Hija de la Caridad de San Vicente de Paúl, sirvió a los pobres y a los ancianos. Fue un ejemplo eximio en el trabajo, en la entrega y en el fomento del espíritu de comunión con todos, en particular con las Hermanas. Su servicio de caridad creció sin descanso, y defendió esforzadamente su virginidad hasta la muerte. Coronada con el don del martirio, murió el 9 de abril de 1993 en Salvador Bahía, y fue beatificada el 2 de diciembre de 2007 en la misma ciudad.

  1. La santidad vicentina en tierras latinoamericanas: El camino hacia Dios está abierto para quienes, con un corazón dócil, oídos atentos y mirada limpia, lo van encontrando a lo largo de su trasegar diario, entre los pucheros de la cocina en expresión de Santa Teresa de Jesús, en las guarderías con niños pobres y abandonados, en los campesinos curtidos bajo el sol y el agua, o en nuestro caso en medio de los ancianos pobres, lejos de sus casas y sus familias.

Sor Lindalva, es sólo una exponente entre tantos Misioneros Vicentinos, Hijas de la Caridad y laicos de nuestra Familia Vicentina, que han llegado a la cima de la santidad; es la primera figura vicentina de este suelo, a quien el Buen Dios, le concede la gracia de llegar al honor de los altares y ostentar sobre su sien la aureola de los santos. Como ella, muchos hombres y mujeres, desde la gloria celestial, el día de su beatificación y canonización, se habrán admirado de un honor que nunca buscaron, desearon e imaginaron.

Una de las tentaciones de hoy, que se va infiltrando muy sutilmente entre nosotros es la del brillo, la fama, los honores, el reconocimiento dentro y fuera de nuestros institutos, opacando la centralidad y el honor que es sólo para Cristo; ya nuestro Santo Padre Vicente de Paúl, lo decía “…hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas. Por tanto, nuestra vocación consiste en ir… por toda la tierra… a abrazar los corazones de los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios…” SV XII, 553. He aquí, uno de los grandes secretos, que llevaron a la cúspide de la santidad a sor Lindalva, y que siempre lo será para todos.

  1. La santidad nacida en el hogar: tuvo a sus padres como sus primeros directores espirituales: su madre le enseñó los rudimentos de la fe y las oraciones cristianas, y su padre con frecuencia les leía la Biblia a ella y a sus hermanos pequeños, llevándolos a Misa. La muerte de su padre en 1982, asistido con amor por Lindalva en sus últimos meses de vida, la llevó a reflexionar sobre su existencia y a orientarse de manera decisiva hacia los pobres.

La familia Justo de Oliveira, hizo vivo el querer de Cristo que el evangelio y la Iglesia siempre han proclamado a lo largo de los siglos, y que se ha hecho manifiesto entre otros documentos en Amoris Laetitia en 2016: el camino de la santificación comienza por el cuidado de vivir santamente el amor de cada día, en el interior de la propia familia. Los padres se santifican en la fidelidad, el servicio y la generosidad, y los hijos se santifican con la obediencia, la colaboración, la compasión y la gratitud.

  1. Alegría en la donación a los demás. Empezó a estudiar enfermería para poder darse más y tomó la gran decisión de su vida: en septiembre de 1987, escribió a la Visitadora de las Hijas de la Caridad para pedirle ser admitida en la Compañía: … «Hace mucho tiempo que deseo entrar en la vida religiosa, pero sólo ahora me siento disponible a seguir la llamada de Dios. Estoy lista para dedicarme al servicio de los pobres». PASSARELLI, Gaetano. O sorriso de Lindalva. Recife, 2003.

Ingresó dos meses después y fue enviada a hacer el postulantado en la comunidad del Centro Educativo Santa Teresa en Olinda, Estado de Pernambuco. Este período no fue sino un continuo ejercicio de los ideales de fundamentar su vida espiritual, en la fidelidad a Cristo y en buscar el bien de los hermanos. El testimonio de sus superioras durante esta etapa siempre fue de admiración por su disponibilidad, por su humildad, y la alegría en la entrega a los demás, fueran pobres o ancianos, o sus propias hermanas de vida comunitaria.

Como sor Lindalva y siguiendo su camino, nos llegan bien y acertadamente estas palabras del Papa Francisco en Evangelii Gaudium 10: “Por

consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, ‘la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas (…) Y ojalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”. Sí, la alegría hasta el extremo de entregar su vida, hasta el último instante por Cristo.

Y al final de nuestra meditación: Qué mejor exhortación podemos tomar para nuestras vidas que estas palabras del Cardenal Saraiva Martins en su beatificación: «A todos deseo, y pido al Señor para cada uno, la vitalidad gozosa que transmitía a los demás y que es la herencia más hermosa de Lindalva a sus devotos, para que sepan contagiar a las personas de su entorno, sabiendo bien que en cuanto hijos de Dios todos estamos llamados a ser santos y que el camino de la santidad es una senda de libertad para cada uno, porque hunde sus raíces en Cristo crucificado y resucitado». 2/12/2007.

ORACION

Oh Dios, que en la beata Sor Lindalva Justo de Oliveira has consagrado la corona del martirio y el servicio virginal a los pobres; concédenos que por su intercesión y realizando las obras de tu amor, sepamos ofrecerte nuestra vida como sacrificio agradable. Por Nuestro Señor Jesucristo.

Marlio Nasayó Liévano, c.m.

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