Homilía Domingo de Resurrección ciclo c

Homilía Domingo de Resurrección ciclo c

¡María Magdalena, Pedro, el discípulo amado y los demás discípulos, no sabían dónde estaba su Señor! Pero aún así, en medio de su confusión, salieron corriendo a buscarlo, se encontraron con Él, recordaron una conversación que tuvieron con Jesús y comprendieron lo que Jesús les había dicho: ««Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23). Ellos al fin comprendieron, como nosotros lo sabemos que la fuerza del Resucitado habita en cada una de nuestras personas.

Aprendamos de María Magdalena, Pedro y el discípulo amado las actitudes que hacen posible que la fuerza del Resucitado actúe en nosotros.

(1) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, hagamos que el amor, entendido como vivir para la gloria de Dios (cumpliendo sus mandamientos) y para el bien de todas sus criaturas, sea nuestro guía. María Magdalena va al sepulcro movida por amor; su vida solo es vida, vivida con Jesús. Vayamos a Dios por amor, busquemos a Dios porque es Dios no por lo que nos pueda dar; vivir en la presencia de Dios es elegir la mejor parte, es elegir la alegría que nada, ni nadie nos puede arrebatar. Quienes eligen vivir desde el amor y para el amor, como María Magdalena, expulsan de su vida el temor (cf., 1 Jn 4,18) y alcanzan logros que superan sus propias expectativas.

(2) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, es necesario, como María Magdalena, levantarse, caminar y buscar a Dios también en la noche de nuestras vidas, cuando nuestras heridas están abiertas, cuando la angustia, la incredulidad o la desesperanza hacen presencia en nuestro espíritu.

(3) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, es necesario ser humildes y buscar ayuda en nuestras redes de apoyo, trátese de la familia, de la comunidad de fe, o de los amigos. Encontraremos el apoyo que Pedro y el otro discípulo ofrecieron a Maria Magdalena cuando fue a buscarlos de manera inoportuna, cuando todavía era de noche.

(4) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, lo lograremos cuando seamos solidarios con los que atraviesan necesidad. Pedro y el otro discípulo en su afán por ayudar a María Magdalena, ganan mucho más de lo que pudieron dar. Solo la solidaridad con los que sufren ensancha el corazón y hace crecer nuestro ser espiritual. Es necesario aprovechar el privilegio de las ocasiones que se nos ofrecen para amar, para perdonar, para tolerar, para soportarnos mutuamente, para creer, para esperar. En cada acto de bondad nuestro ser trasciende y un nuevo modo de ver y vivir espiritualmente se va instalando en nosotros.

(5) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, es necesario abrirse a la contemplación de los signos que Dios pone en nuestro camino. Esos signos podrán ser tan sencillos como la piedra corrida del sepulcro, los lienzos y el sudario bien doblados; como el pan y el vino eucarísticos convertidos en el cuerpo y la sangre de Jesús; como los caminantes que se pararon en la tienda de Abraham y resultaron siendo ángeles; o como la zarza que ardía sin consumirse ante Moisés y resultó siendo Dios mismo. Abramos los ojos para ver los signos de la presencia de Dios que Él mismo pone en nuestro camino, de modo que veamos y creamos, y una vez que seamos creyentes todo será posible.

(6) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, es necesario que asumamos una advertencia presente en el evangelio que acabamos de escuchar. Es necesario evitar la creencia de que es imposible que algo bueno ocurra en mi vida. La gracia del resucitado tardó en llegar a María María Magdalena, a pesar de su amor y su valentía, cuando ella al ver la piedra corrida del sepulcro vio una amenaza en vez de creer que era un signo de que algo grandioso estaba ocurriendo. La gracia del resucitado tardó en llegar a Pedro que vio y comprendió lo mismo que el discípulo amado pero se dejó llevar del complejo de que se había hecho indigno del amor de Jesús por haberlo negado. Las nuevas oportunidades son siempre posibles, mal haríamos en negarnos la gracia de aceptarlas cuando se nos ofrezcan.

(7) Si queremos que la fuerza del Resucitado obre en nosotros, repasemos las Sagradas Escrituras con los ojos fijos en Jesús. Él, su persona, su encarnación, su vida, su enseñanza, su pasión, su muerte y su resurrección, son la respuesta a todas las preguntas que se nos puedan ocurrir acerca de Dios y de sus designios.

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