Homilía Dominical Cristo Rey del Universo ciclo B 2021

Homilía Dominical Cristo Rey del Universo ciclo B 2021

Primera lectura
Lectura de la profecía de Daniel (7,13-14):

Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin.

Palabra de Dios

Salmo
Sal 92,1ab.1c-2.5

R/. El Señor reina, vestido de majestad

El Señor reina, vestido de majestad,
el Señor, vestido y ceñido de poder. R/.

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R/.

Tus mandatos son fieles y seguros;
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R/.

Segunda lectura
Lectura del libro del Apocalipsis (1,5-8):

Jesucristo es el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra. Aquel que nos ama, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. Mirad: Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que lo atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.»

Palabra de Dios

Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (18,33b-37):

En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: «¿Eres tú el rey de los judíos?»
Jesús le contestó: «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?»
Pilato replicó: «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.»
Pilato le dijo: «Conque, ¿tú eres rey?»
Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz.»

Palabra del Señor

Homilía

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo
(21 de noviembre de 2021)

“Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap 1,8). Hoy junto con toda la Iglesia aclamamos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, respondiendo ¡Amén!, a esta revelación del Señor en el libro del Apocalipsis, diciéndole que queremos y necesitamos que Él, que su verdad, reine en nuestros corazones, en nuestra Iglesia, en nuestro mundo.
Mientras que Pilato le pregunta a Jesús en tono de burla y con incredulidad ¿eres tú el rey de los judíos?, nosotros por nuestra parte le declaramos a Jesús: Señor Jesús tú eres el Alfa y la Omega, el principio y el fin, tú eres la clave para descifrar el sentido de la vida, del mundo y de la historia, tu eres el que existía antes de que todo fuera hecho, tu eres el que viniste del cielo a la tierra, tu eres el camino que nos conduce de la tierra al cielo; tu eres la verdad sobre Dios, sobre el ser humano, sobre toda criatura; tu eres la vida que permanece para siempre; tu eres el que viniste un día en la debilidad de la carne, el que padeciste, moriste en cruz, resucitaste, vives glorioso junto a tu Padre Celestial y un día te manifestarás en gloria. Tú eres el que llevarás a termino la obra que el Padre te encomendó, “someter a tu poder la creación entera para entregarle a Él, majestad infinita, un reino eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (Prefacio SNSJRU).
Al celebrar hoy a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, reconocemos su señorío sobre nuestra vida, sobre el universo y sobre la historia, y al mismo tiempo se nos recuerda que cada uno de nosotros tiene una tarea protagónica en la construcción de este reino, ya que por el bautismo fuimos constituidos un reino de sacerdotes (cf. Ap 1,6). Esto significa que todos nosotros, fieles pastores y fieles laicos, hemos sido ungidos como sacerdotes y por lo tanto hemos sido dotados de la capacidad de entregarnos como Cristo a la obra de Dios para la salvación de todos, poniendo todo bajo el señorío de Dios.

Este reino, que es de Jesús, y que también es tarea nuestra, no es de este mundo, es decir se construye de acuerdo con unas dinámicas propias que están consignadas en la más pura Tradición de la Iglesia y en las Sagradas Escrituras, y rechaza las dinámicas mundanas del poder, la violencia y la exclusión. La tarea inicial para ser constructores diligentes de este reino que Jesús inauguró, consiste en vencer la apatía y esforzarse por conocer y aplicar los propósitos y las dinámicas de este reino de hermanos, hijos todos un mismo y único Padre.

El reino del que Jesús es testigo y del que nosotros hacemos parte, tiene como fundamento la verdad, pues Jesús vino para ser testigo de la verdad (cf. Jn 18,37). Como testigo de la verdad Jesús quiere comunicarnos la buena nueva, de que la verdad auténtica está por encima de las apariencias del mundo imperfecto en el que nos movemos. La verdad que Jesús nos comunica podría resumirse en que el mundo entero salió de las manos de Dios, sigue siendo sostenido por Dios y camina hacia una meta de plenitud que podemos vislumbrar ya si escuchamos su voz. Cuando acojamos la voz de Jesús veremos con nuestra mirada interior, profunda, que el mundo es muchísimo mejor de lo que vemos con nuestros sentidos, muchísimo mejor de lo que experimentamos en la realidad cotidiana. Acoger esta verdad, de la que Jesús es testigo, acrecienta nuestra fe, sostiene nuestra esperanza y nos da fuerza para ser diligentes en el amor que se manifiesta en los hechos.

El reino de Dios es amor, fraternidad, inclusión, “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17); el reino de Dios es el sueño de todos: una humanidad reconciliada sentada a la misma mesa donde hay pan y acogida fraterna para todos; el reino de Dios es una vuelta al paraíso donde el hombre puede vivir una gozosa y estrecha amistad con Dios. Este reino de Dios, en el que se respira amor, justicia, paz, gozo, fraternidad, es una realidad que esperamos de parte de Dios y al mismo tiempo es una realidad que se hace presente ya -aunque de manera imperfecta- donde quiera que se viva en la verdad. El reino de Dios que un día irrumpirá plenamente, restaurando la creación entera, se anticipa ya en las personas, en las familias, en las sociedades que se deciden a vivir en la verdad. Y así mismo la mentira, que procede siempre del diablo, padre de la mentira, es el gran impedimento para que se realice la acción salvadora de Dios, su reino (cf. Jn 8,44).

Vivir en la verdad es un imperativo, un deber para un seguidor de Jesús; tan importante es la verdad para el cristiano, que Jesús, testigo de la verdad (Cf. Jn 18,37) antes de partir de este mundo, ruega al Padre por sus discípulos, pidiéndole que los consagre en la verdad (cf. Jn 17,9). Vivir en la verdad es aceptar que el mundo, contra toda apariencia, sigue estando en las manos de Dios. Vivir en la verdad es respetar la complejidad de la vida y rechazar todo rigorismo, para discernir y juzgar cada situación con sabiduría, buscando siempre lo mejor y más noble, evitando hundirnos en el derrotismo cuando las cosas no salen según nuestros cálculos, pues contemplando la cruz, aprendimos que Dios saca vida de la muerte y amor del odio. Vivir en la verdad significa preguntarme ¿qué quiere Dios de mí, en este momento de mi vida? Vivir en la verdad significa, que si me atrevo a decir que amo a Dios, eso se tiene que notar en mis palabras y acciones de cada día. Vivir en la verdad, significa ser consciente y responsable de lo soy para cada persona y de lo que cada persona es para mi. Vivir en la verdad, para nosotros los cristianos, consiste en vivir de acuerdo con el ejemplo y la enseñanza de Jesús que dijo de sí mismo que Él es la verdad (Jn 14,6); vivir en la verdad es esforzarse por escuchar cada día la voz de Jesús nuestro maestro para conformar nuestra vida a la suya, andar de continuo como Él anduvo, hacer nuestro corazón semejante al suyo, tener sus mismos sentimientos, rehuyendo las grandezas que ofrece el mundo y buscando sólo la gloria que viene de Dios.

Invoquemos la intercesión de María, la mujer que descubrió desde temprana edad lo que Dios quería de ella, y vivió en perfecta obediencia a su voluntad. Que ella nos alcance del Señor, la gracia de vivir la verdad de lo que somos, lo que Dios quiere y espera de cada uno de nosotros. Que ella con su intercesión nos alcance de Dios la gracia de gustar desde ya la presencia del Reino de Dios viviendo en la verdad tanto en nuestras palabras como en nuestras obras.

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