Los ojos misericordiosos de María

Los ojos misericordiosos de María

Como estamos en el mes de mayo, mes de María, me ha despertado el deseo de escribir osadamente acerca de los ojos de la Virgen Inmaculada. Tremendo atrevimiento, pero que, con la bendición de nuestra Augusta Madre, confío en que ella me ilumine al hacer esta meditación.

Me ha inspirado para esta reflexión un compartir de uno de nuestros veteranos misioneros: antes del año 1950, los seminaristas lazaristas pasaban sus vacaciones en una finca cercana a la sabana de Bogotá, y en estos tiempos de asueto llegó el Arzobispo de Bogotá, muy cercano a la Comunidad, Monseñor Ismael Perdomo (declarado Venerable el 7 de julio de 2017), quien con sus visos de santidad preguntó a los seminaristas que se acercaban a él con honda veneración: ¿Cómo son los ojos de la Virgen? E inmediatamente el Hermano Eduardo Arboleda con su agudeza intelectual y espiritual respondió: “¡Excelencia! ¡Misericordiosos!”. E intrigado por su respuesta le pregunté de dónde había sacado esta conclusión, y llanamente me respondió: “de la salve que rezamos todos los días”.

Y para nuestra reflexión vamos por partes:

  1. Los ojos: Nuestros ojos tienen un poderoso lenguaje no verbal, que hace que los convirtamos en pequeñas ventanas a través de las cuales se asoma nuestra alma y, deja entrever nuestros sentimientos con mayor o menor intención. Con razón dice el aforismo que los ojos son el espejo del alma, porque reflejan todas nuestras emociones, nuestros miedos y nuestras emociones más profundas y secretas.
  2. Misericordia: recordemos la raíz y el significado de la palabra. Su etimología, del latín misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás); significa tener un corazón solidario con aquellos que tienen alguna necesidad. Es la disposición a compadecerse de los sufrimientos y miserias de los hermanos.

Y si esta es la realidad ¿Cómo me atrevo a hablar de los ojos misericordiosos de María, si nunca los he visto, como lo experimentaron Santa Bernardita, los pastores de Fátima y en especial Melania en la Salette, o Santa Catalina Labouré quien los apreció muy cerca? Pero nos viene bien el escrutar estos testimonios, que mucho nos pueden ayudar en nuestra espiritualidad de peregrinos.

a. En la primera aparición en la noche del 18 al 19 de julio de 1830, sor Labouré nos dice que “mirando a la Virgen, me puse de un salto a su lado, hincada sobre las gradas del altar; y con las manos apoyadas en las rodillas de la Virgen…allí pasé el momento más dulce de mi vida”. ¿Quién ha contemplado más de cerca a María que Catalina? María miraba a Catalina y ella extasiada seguramente no perdió ningún momento para mirar a María, que le daba un mensaje con su voz, pero también con sus ojos. La Virgen expresa su dolor por las dificultades internas de la Familia Vicentina, por las necesidades de la Iglesia y las calamidades que azotan al pueblo, hasta llegar el momento de no poder decir palabra alguna, hablándonos con la aflicción de su rostro y con las copiosas lágrimas que brotaban en sus ojos. Pero el mensaje de María no es sólo de reclamos y quejas ante las miserias existentes, ofrece su permanente presencia, su acompañamiento y protección aún en medio de aquello que se cree imposible de solucionar. María mira nuestras miserias, pero espera de nosotros la seguridad de nuestra confianza en ella y en su Hijo. Aquí bien podemos afirmar, que María habló más a Catalina con sus ojos llorosos que con sus palabras, las solas lágrimas si no hubiera dicho palabra alguna, nos habrían dicho que tiende hacia nosotros sus ojos misericordiosos.

b. En las apariciones del 27 de noviembre, para la reflexión que estamos haciendo, la vidente afirma “…Tenía en las manos una bola que asemejaba el globo terrestre…; los ojos dirigidos hacia el cielo… aquí el rostro era de mayor belleza, no podría describirlo… En el momento que estaba contemplándola, la Santísima Virgen bajo los ojos y me miró… se formó un óvalo alrededor de la Santa Virgen, donde estaban en lo alto estas palabras. ‘Oh María concebida sin pecado ruega por nosotros que recurrimos a Ti’, escritas en letras de oro…” Aquí hay una doble mirada de María: eleva en sus manos el globo y levantando los ojos y lo ofrece al Señor, y bajándolos hacia Catalina y el mundo, nos dona las luces que misericordiosamente expande de sus manos.

Y yendo atrás, volvamos ahora a otra vidente, que es la que nos da la clave final para esta reflexión. Se trata de Melania Calvat, vidente de la Virgen en la montaña de la Salette, quien nos dice que “los ojos de la Virgen, nuestra tierna madre, no pueden ser descritos, haría falta el mismo lenguaje de Dios…Los ojos de la bella Inmaculada eran como puerta de Dios, desde donde se veía todo lo que puede embriagar el alma”.

Para nuestra interiorización:

  • De parte nuestra, no podemos ver al Señor y a María con los ojos de nuestra carne, pero sí con los del espíritu, con los del corazón, que son la fe y el amor. Sólo poseyendo un alma pura y cristalina podemos ver y contemplar a Buen Dios y a su Madre. Bien ilustra nuestra reflexión San Agustín cuando afirma: “Sólo en un corazón puro existen los ojos con que puede Dios ser visto”.
  • Si la anterior realidad es la nuestra, no pasa lo mismo con María. Los ojos de María debieron ser hermosos, con la belleza natural de una judía, que no necesitó ninguna clase de maquillaje artificial para que fueran encantadores. Ojos sencillos, de esos que miran a los demás sin soberbia ni menosprecio. Ojos bondadosos, sin odio, ni rencor, ni siquiera al observar las miradas inquisidoras de los enemigos de su Hijo. Ojos sinceros, sin mentiras, que expresaban un corazón sin sombra de doblez. Ojos abiertos a las necesidades ajenas como en Caná de Galilea. Ojos que sabían contemplar más las virtudes de los demás, antes que fijarse y molestarse por sus defectos. Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición y, Pedro en su triple negación…Ojos adoloridos por las lágrimas derramadas por su Hijo crucificado y muerto en sus brazos, pero radiantes y alegres ante la Resurrección. Ojos acogedores y seremos en el Cenáculo a la espera del Espíritu…
  • Ojos que, desde su asunción gloriosa al cielo, desde allí, no dejan de mirarnos en este valle de lágrimas, “pues, asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna. Con su amor materno cuida a los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada.” (L.G.VIII).
  • Con las generaciones que desde el siglo XI rezan la Salve Regina, nosotros podemos también acudir a esos sus ojos misericordiosos…ante este mundo que quiere hacer desaparecer del corazón del hombre la misericordia de Dios. Vamos hacia una sociedad en la que el hombre trata de hacerse dueño de la tierra, a través de los adelantos tan vertiginosos de la ciencia y la técnica, pero en los que no encuentra la solución a sus propios problemas y a los del mundo.

Como hombres y mujeres de fe, imploramos la misericordia de Dios, para hallar una solución a los problemas del mundo. Ante esta situación, podemos invocar a María, Madre de todo consuelo, observando la dulzura de su mirada, a través de sus ojos misericordiosos, para que interceda ante su Hijo por nosotros, en estos momentos tan complicados de increencia, desastres naturales, guerras, hambre y la realidad actual de la pandemia, que azota hasta los rincones más lejanos del mundo.

Sí, Madre Milagrosa, necesitamos de tu misericordia porque somos infinitamente pobres. Tu amor inmenso hacia nosotros se convierte en océano de bondad, de misericordia, y de piedad. Te agradecemos tu amor, y sobre todo reconocemos la misericordia de tu rostro y de tu corazón. Tienes ojos y corazón hechos de bondad “oh clemente, o piadosa siempre Virgen María”.

Marlio Nasayó Liévano, c.m.

Oración para todos los días del mes
P. Rodolfo Vergara Antúnez — Chile

¡Oh María!, durante el bello mes que te está consagrado, todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras oraciones y votos.

Para honrarte, hemos esparcido frescas flores a tus pies, y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Más, ¡Oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan, y coronas que no se marchitan. Estas son las que tú esperas de tus hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes.

Sí, los lirios que tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos, pues, durante el curso de este mes, consagrado, a tu gloria, ¡Oh Virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin manchas y en separar de nuestros pensamientos, deseos y miradas aún la sombra misma del mal.

La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos; nos amaremos, pues, los unos a los otros, como hijos de una misma familia cuya madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.

En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida; y con tu auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.

¡Oh María!, haz producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.

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