Lecturas 23 de enero de 2021
Primera lectura
Lectura de la profecía de Jonás (3,1-5.10):
En aquellos días, vino la palabra del Señor sobre Jonás: «Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícale el mensaje que te digo.»
Se levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad, tres días hacían falta para recorrerla.
Comenzó Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»
Creyeron en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y pequeños.
Y vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la ejecutó.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 24,4-5ab.6-7bc.8-9
R/. Señor, enséñame tus caminos
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador. R/.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor. R/.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R/.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (7,29-31):
Digo esto, hermanos: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegres, como si no lo estuvieran; los que compran, como si no poseyeran; los que negocian en el mundo, como si no disfrutaran de él: porque la representación de este mundo se termina.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio según san Marcos (1,14-20):
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.
Palabra del Señor
Homilía para el 23 de enero de 2021
La Palabra de Dios de este domingo, nos muestra el corazón de Dios que se conduele de nosotros y persiste en su empeño por salvarnos, “porque Él no ha hecho la muerte ni se complace en la perdición de los vivientes. Él ha creado todas las cosas para que subsistan; las criaturas del mundo son saludables, no hay en ellas ningún veneno mortal, y es intolerable para Dios que la muerte ejerza dominio sobre la tierra.” (Sab 1,13-14). Y como dice el Salmo de hoy: “El Señor es bueno y recto, y enseña el camino a los pecadores” (Sal 24).
Dios trabaja constantemente en nuestra salvación, a veces con advertencias fuertes (primera lectura), a veces con palabras amorosas (evangelio), a veces con una chispa de sabiduría (segunda lectura) y de muchos otros modos. Ante el pecado de los Ninivitas Dios les comunica una palabra fuerte: “Nínive será destruida dentro de cuarenta días”, al oír este anuncio los Ninivitas despiertan de su letargo y deciden vivir rectamente, ante esta reacción Dios se arrepiente del castigo que había determinado imponerles. En el evangelio ante el rechazo del anuncio que el Bautista hacía del Mesías, Dios sigue adelante con su plan; en vez de mandar fuego por haber encarcelado a Juan el Bautista ofrece la plenitud de la salvación en su Hijo Jesús, que comienza a anunciar el Evangelio de Dios justo en Galilea, tierra de los incrédulos, de los que viven en sombras (cf. Mt 4,16) de los que según el parecer de los hombres, no pueden alcanzar nada bueno. Y en la segunda lectura se nos recuerda un principio que de asumirlo puede cambiar todo en nuestra vida: “la vida es corta… este mundo que vemos es pasajero” (1 Co 7,29-31).
La llamada de Dios en este domingo es una llamada a confiar. En medio de las dificultades que nos toca hoy afrontar como individuos y como colectividad, hay motivos para alegrarse: Dios se ha hecho cercano, no tenemos ya que estar buscando e inventando caminos para encontrarlo, no lo buscamos ya a tientas, Él ha salido y sale a nuestro encuentro a través de su Hijo Jesús, Dios está en medio de nosotros.
¿Cómo responder a esta llamada de Dios a confiar en su presencia, en su cercanía? La respuesta nos la ofrece e evangelio mismo, se necesitan dos actitudes: convertirse y creer. Convertirse significa entender que nuestra vida es siempre mejorable, que podemos ser mejores personas, mejores cristianos, que podemos derrotar nuestros miedos, abandonar nuestro pesimismo, no darle cabida a la negatividad y a la amargura, dejar de creer que hay fuerzas oscuras que nos hacen fracasar en la vida, esas fuerzas se deshacen cuando confesamos a Dios como el único Señor que domina sobre todo y sobre todos, dejar atrás lo que es historia… pero convertirse, significa sobre todo convencerse que la mejor manera de vivir es abrir espacio a Dios en nuestra vida. Esta conversión lleva a la segunda actitud: creer. Creer en el poder del Evangelio (Rom 1,16-17) es decir aceptar a Jesús como nuestro salvador, y por lo tanto vivir la existencia conforme a las enseñanzas y el camino que Jesús nos mostró con su vida. Creer significa vivir de la certeza de que en esta vida lo que no logramos con nuestro sudor, Dios nos lo consigue con su gracia, cuando le confesamos con humildad que hay propósitos deseados y deseables que rebasan nuestra capacidad, y le decimos con fe que necesitamos la asistencia de su gracia para seguir avanzando.
Simón, Andrés, Santiago y Juan, ilustran de modo concreto lo que significa convertirse y creer. El paso decisivo lo da Dios, cuando irrumpe en nuestra vida cotidiana, se fija en nosotros y nos hace darnos cuenta de que hay otra posibilidad para nuestra vida. Simón, Andrés, Santiago y Juan aceptan la invitación de Jesús; como ellos somos invitados a tomar en serio las llamadas que sentimos de parte de Dios en cualquier aspecto de nuestra vida, somos llamados a soltar las redes que nos atan a vivir la vida como siempre hemos acostumbrado, somos invitados a asumir nuevas maneras de pensar, sentir, hablar y actuar. Somos llamados a romper con lo que aprendimos mal y reeducarnos en aquello que ahora encontramos valioso, haciendo las rupturas que haya que hacer. No se trata de abandonar los seres queridos, Jesús vivió con sus padres en Nazaret la mayor parte de su vida, y Pedro visita su propia casa con Jesús, se trata de vivir conforme a las nuevas y más hermosas maneras de vivir que hayamos podido encontrar en el camino.
De la misma manera que Simón, Andrés, Santiago y Juan ilustran lo que significa convertirse y creer, así también nos muestran, con su nueva manera de vivir, dos signos de que el Reino de Dios se ha acercado: el primer signo del reino es que cuando se pone a Jesús en el centro, automáticamente aparece una fraternidad más profunda que los lazos de la sangre que nos da la certeza de que no estamos solos, sentimos que otros caminan con nosotros, nos hacemos responsables mutuamente, sostenemos a otros y somos sostenidos. El segundo signo de que el Reino de Dios se ha acercado es que como Jesús nos convertimos en pescadores de hombres, es decir vamos asumiendo con seriedad la responsabilidad de auxiliar a otros para que encuentren por si mismos a Dios, lo confiesen como su salvador y se vean liberados de todo aquello que pudiera causar muerte en sus cuerpos o en sus almas.
Que el Señor Dios que busca siempre nuestra salvación, nos inunde con la confianza infinita de sabernos en sus manos; ilumine nuestra mirada para visualizar maneras óptimas de vida humana y cristiana; fortalezca nuestra voluntad para decidirnos a seguir a Jesús y que mientras lo seguimos sembremos y experimentemos los frutos de la fraternidad; y saboreemos el gozo de ver como la salvación de Dios alcanza a todas sus criaturas.