Homilía Dominical II Tiempo Ordinario ciclo B

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Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,35-42):

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.» 
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. 
Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?» 
Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?» 
Él les dijo: «Venid y lo veréis.» 
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»
Y lo llevó a Jesús. 
Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

Palabra del Señor

HOMILÍA 17 DE ENERO DE 2021

Les propongo que iniciemos la meditación sobre la Palabra del Señor este domingo apropiándonos de las palabras del niño Samuel: “habla Señor que tu siervo escucha”; digámosle al Señor que queremos que nos hable aquí, ahora, en este Templo consagrado a su Gloria; digámosle que queremos escuchar su voz también cada día: en nuestra oración diaria y en nuestra vida cotidiana. Digámosle con el salmista: “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”.

Han de saber ustedes que en los tiempos de Samuel “era escasa la palabra del Señor, y las visiones no eran corrientes” (1 Sam 3,1). El niño Samuel probablemente nunca había imaginado que Dios le pudiera hablar a uno y su maestro, el viejo Elí, había perdido ya la esperanza de que el Señor volviera hablar en sus tiempos. Dios tendrá que derrotar la ignorancia del niño y la desesperanza del viejo para que su voz resuene de nuevo en aquella época. Pues bien el Señor inicia la empresa de comunicarse, y después de varios intentos fallidos logra que su voz sea escuchada derrotando la desesperanza que volvió sordo a la voz de Dios a Elí, y haciendo oír su voz en la obediencia confiada del niño Samuel. Esta insistencia de Dios de hacerse oír es prueba de que Dios desea ardientemente comunicarse con cada uno de nosotros y de que a veces incluso lucha para vencer en nosotros aquello que nos impide escuchar su voz.

Samuel, una vez que hubo escuchado la voz de Dios “creció, y el Señor estaba con él. Y todo lo que el Señor le decía se cumplía” (1 Sam 3,10). Qué mejor programa para nosotros que deseamos crecer como creyentes, que escuchar la voz de Dios. El paso definitivo para vivir esta experiencia de escuchar la voz de Dios nos lo señala el Salmo de hoy cuando nos dice que: “cuando alguien espera con ansia al Señor, Él se inclina y escucha su grito” (cf. Sal 39).

Para fortuna nuestra nacimos en una época nueva, distinta a la de Samuel en la que “era escasa la palabra del Señor, y las visiones no eran corrientes” (1 Sam 3,1). Todas las voces de las Escrituras Judías quedan condensadas hoy en una frase de Juan el Bautista que -como lo hizo Elí con el niño Samuel- pretende abrirnos los oídos para escuchar la voz de Dios: “ése es el Cordero de Dios”, dice el Bautista. Todas las promesas de Dios tuvieron su cumplimiento cuando envió su Hijo al mundo, Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29) el que con su gracia rompe toda atadura que nos impide vivir en la gozosa libertad de los hijos de Dios, el que con su obediencia nos muestra el camino para hacer resonar en nuestros corazones la voz de Dios. Como los discípulos del Bautista llenos de esperanza volvamos los ojos a Jesús y corramos detrás de Él con la seguridad de que Él y solo Él “es el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6), el Maestro que muestra el camino con su vida, el Mesías que nos salva dándonos la vida eterna, la fe, la esperanza, y el amor.

Llegados a este punto, tengo que decirle a usted querida hermana, apreciado hermano, que hay una palabra en el evangelio directamente dirigida a usted: ¿qué busca? ¿Qué es lo que verdaderamente necesita? Como la respuesta puede resultar difícil, el evangelio mismo nos da la respuesta a través de la pregunta que le hacen los discípulos a Jesús: ¿dónde vives?, le responden los discípulos a Jesús. Nosotros hoy como Andrés y el otro discípulo le decimos a Jesús: buscamos tu persona, eso que Tú eres, eso que Tú tienes y puedes dar a quien te busca y te confiesa como Salvador. Buscamos esa firmeza que transpiras, buscamos derrotar el miedo a las pérdidas inevitables de la vida, buscamos derrotar el pecado que causa estragos en el mundo, buscamos derrotar el miedo a la muerte, buscamos ser como Simón, roca firme que se hizo fuerte por el amor que te profesó a ti Señor que lo sabes todo y conoces nuestra frágil condición. Si esto es lo usted busca querida hermana, querido hermano, Jesús le dice a usted hoy: “venga y lo verá”, venga y permanezca en la presencia de Jesús gozando de su presencia, escuchando su palabra y llevándola a la práctica. Y entonces experimentará en su propia vida el cumplimiento de la promesa de Jesús: “yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).

Que el Padre Celestial que hace obras extraordinarias en quienes se dejan guiar por su Santo Espíritu, nos abra los oídos para escuchar su voz y nos instruya en nuestro interior para que vivamos con la misma certeza y confianza que vivió Jesús de que lo verdaderamente necesario está en tus manos y nos lo concedes, y para decirte cada día en medio de cualesquiera de las circunstancias que tengamos que vivir: todo está bien, todo está en tus manos, “aquí estoy Señor para hacer tu voluntad”,

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