A nosotros que caminamos en la larga noche de esta pandemia una luz nos brilla hoy, es una luz que viene de arriba, de Dios, pero es una luz que ilumina nuestra vida desde adentro hacia afuera, es una luz que puebla nuestra alma hoy, es una luz que ni siquiera la muerte puede apagar.
Esta luz que nos engrandece, y hace renacer nuestra alegría, es el amor de Dios manifestado hoy en su Hijo Adorable, envuelto en pañales.
Este niño envuelto en pañales fue el signo que se dio a los pastores que velaban en la noche y es el signo que se nos da a nosotros hoy también. Con mirada penetrante y guiados por el Espíritu Santo contemplemos este niño envuelto en pañales fuente de nuestra alegría.
Este niño envuelto en pañales y las circunstancias en que nació nos revela la verdad de lo que somos, realidad que a veces queremos ocultar o pretendemos ignorar. La verdad es que somos constitutivamente frágiles, tal vez el ser más frágil de la creación somos los seres humanos. Dios al asumir nuestra condición nos asegura que tenemos los recursos internos necesarios para vivir la vida, así como es, pues el vino para que tuviéramos vida y la tuviéramos en abundancia.
Este bebé envuelto en pañales se pone frente a nosotros para reconciliarnos con nuestra fragilidad. La soledad, la angustia, las preocupaciones de la vida diaria, la precariedad de los lazos que nos unen a las personas que amamos, la imprevisibilidad de las circunstancias que rodean nuestra vida, la pobreza, la enfermedad, la realidad de la propia muerte y de la muerte de los seres que amamos, ciertamente pesan sobre nosotros, pero en medio de todo esto, como creyentes, sabemos que todas las cosas concurren para el bien de los que aman a Dios.
Este niño recién nacido que carece, según el parecer de los hombres, de todo lo que un ser humano necesita para un buen comienzo lo tiene todo y le sobra: tiene el amor de sus padres que le brindan una seguridad y una confianza únicas porque ellos mismos se sienten seguros, nada los amenaza, saben que su destino está en las manos de Dios; desde la cuna este recién nacido sabe que todo irá bien pase lo que pase, pues sus padres con su actitud de serenidad y confianza le han dado ya la certeza de que su vida está en las manos de uno que es más grande de todos, de Dios su Padre, y Padre Nuestro también. Lo que para algunas personas podría haber sido el acabose, dar a luz en un establo en el momento menos esperado sin estar preparados, sin recursos materiales, para María y José se convierte en un momento de alegría y gracia, por fin pueden ver a su anhelado hijo, pero sobre todo ven cumplidas las promesas de Dios en un bebé que resultó ser tan normal como cualquier bebé.
Volvamos los ojos al niño envuelto en pañales y démosle crédito a la Palabra de Dios que nos enseña que en es la fragilidad donde se muestra su fuerza. Volvamos los ojos al niño envuelto en pañales y contemplemos a Dios que se acerca a nosotros inspirándonos la misma ternura y afecto que inspira un bebé recién nacido.
Volvamos nuestros ojos al niño envuelto en pañales que nos mueve a vivir nuestra vida, como dice la segunda lectura de esta noche de navidad, con sobriedad, justicia y fidelidad a Dios. La sobriedad, que nos libra de la pandemia que arrasa miles de vidas en el planeta, llamada estrés. La justicia que consiste en aceptar lo que somos como humanos, y nos ayuda a abrazar con amor nuestra fragilidad y a celebrar sin prepotencia nuestros logros. Y la fidelidad a Dios que consiste en creer en su amor y en sus cuidados, y así tendremos asegurada la felicidad en esta tierra y la dicha eterna.
Volvamos los ojos al niño envuelto en pañales y abramos los ojos como los pastores para descubrir ahora ya, aquí, la presencia, la hermosura y el poder de Dios que se deja ver, oculto en la fragilidad de la Palabra de Dios, oculto en la humildad de la hostia consagrada, oculto en el milagro del amor de los esposos que intentan cada día hacer renacer el amor, oculto en los rostros desfigurados de tantos hermanos nuestros, por las distintas miserias humanas, y entonces cuando veamos este Dios escondido corramos hacia Él y sirvámosle del modo que tiene que ser servido en esa situación específica y veremos su Gloria, su Hermosura, su Bondad y su poder, y nuestra alma se colmará de la alegría indecible de saber que estamos en las manos del que todo lo puede. Nada nos arrebatará la alegría de saber que de Dios venimos, en Dios estamos, en Él vivimos, nos movemos, y existimos y hacia Él caminamos porque nuestro gozo eterno será verlo un día cara a cara, y entonces gozaremos de la alegría que permanece para siempre.