Homilía III Domingo de Adviento

Homilía III Domingo de Adviento

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Juan (1,6-8.19-28):

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?»
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.»
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?»
El dijo: «No lo soy.»
«¿Eres tú el Profeta?»
Respondió: «No.»
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?»
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: «Allanad el camino del Señor», como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?»
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Palabra del Señor

Homilía

13 de diciembre de 2020

Hoy vivimos un domingo particular en la Iglesia, denominado en latín: “Domenica Gaudete”, es decir “Domingo de Gozo”. Hoy toda la liturgia desea avivar en nosotros la gracia de la alegría. De manera particular la segunda lectura de hoy recoge el deseo de Dios para nosotros en este “Domingo de Gozo”: “estén siempre alegres” (1 Tes 5,16). Podríamos decir que la alegría, es ese sentimiento de sentirse a gusto con lo que somos y lo que tenemos.

Frente a esta invitación: “estén siempre alegres” muchos de nosotros nos preguntamos cómo alcanzar la alegría que parece tan esquiva tanto para los que todo lo tienen, como para los que carecen de todo.

Sin ignorar los grandes desafíos que enfrentamos hoy frente al sentido de la vida, el para qué de nuestra existencia y frente a los grandes males que golpean a buena parte de la humanidad como el hambre, la miseria, los desastres naturales, la violencia…, tratemos de descubrir en los textos que hemos escuchado cuál es la alegría que se nos propone y cuáles los motivos y los medios que pueden mantener en nosotros la alegría.

Les propongo tres motivos para estar alegres, según la Palabra de Dios: (1) disfrutar las alegrías de la vida corriente; (2) alegrarnos porque de Dios nos viene la salvación; (3) vivir la solidaridad como fuente de alegría.

El primer motivo que tenemos para alegrarnos es sin duda el motivo que llenó de contento a Dios cuando creó el mundo. Cuando Dios contempló su creación, se alegró al ver que todo era bueno. Como Dios alegrémonos “aprendiendo a gustar simplemente las múltiples alegrías humanas que el Creador pone en nuestro camino: la alegría exaltante de la existencia y de la vida; la alegría del amor honesto y santificado; la alegría tranquilizadora de la naturaleza y del silencio; la alegría a veces austera del trabajo esmerado; la alegría y satisfacción del deber cumplido; la alegría transparente de la pureza, del servicio, del saber compartir; la alegría exigente del sacrificio. La alegría cristiana supone un hombre capaz de alegrías naturales. Frecuentemente, ha sido a partir de éstas como Cristo ha anunciado el Reino de los Cielos” (Pablo VI “Gaudete in Domino”).

El segundo motivo de nuestra alegría hunde sus raíces en Dios. Es una gracia poder disfrutar las alegrías naturales, sin embargo la alegría cristiana que nunca pasa, nace del hecho de saber que nuestra vida entera depende de Dios: que nos reviste de gracia cuando nos carecemos de ella, nos llena de fuerza cuando parece que no tenemos el ánimo para seguir adelante, equilibra nuestra vida en la abundancia y en la escasez, hace de nuestra fragilidad humana, como dice hoy la Virgen, el escenario de sus obras maravillosas. Nuestra fe en Dios es nuestro gran motivo de alegría porque gracias a la fe podemos reconocer a “uno que está en medio de nosotros, y el mundo no conoce”, a Dios que se nos manifestó en Cristo por obra del Espíritu Santo, habita nuestras almas y nos capacita para disfrutar las alegrías de este mundo, y asumir los sufrimientos y las miserias de nuestro tiempo sin caer en la desesperanza, con la mirada fija en nuestra meta que es la unión con Dios que ya gustamos imperfectamente en la tierra pero un día la saborearemos perfectamente y seremos entera y eternamente felices.

El tercer motivo de nuestra alegría es comportarnos como “Dios que a los hambrientos los colma de bienes” (Salmo Responsorial Dom III Adv.), siendo solidarios con los empobrecidos de la tierra. Toda “acción solidaria es ya obra de Dios; y corresponde al mandamiento de Cristo. Ella procura la paz, restituye la esperanza, fortalece la comunión, dispone a la alegría para quien da y para quien recibe, porque hay más gozo en dar que en recibir” (Pablo VI “Gaudete in Domino”).

En cuanto a los medios, la segunda lectura de hoy nos propone tres medios que mantienen en nosotros la alegría: (1) orar sin cesar; (2) dar gracias en todo; (3) abstenerse de toda clase de mal.

Primer medio: orar sin cesar. Es decir vivir nuestra existencia permanentemente en la presencia de Dios, dirigiendo siempre hacia Él todo nuestro ser con fervor y amor, viviendo en dependencia de Él, poniendo en Él toda nuestra esperanza y nuestra confianza en todo lo que emprendamos o en todo lo que nos suceda.

Segundo medio, “dar gracias en todo”. Quien vive su vida en clave de acción de gracias por todo adquiere sin darse cuenta la magia de transformar cada circunstancia de su vida en fuente de alegría. Quien agradece tendrá la misma magia de Jesús, que agradeciendo a Dios tomó los pocos panes y peces que tenían y hubo alimento para la multitud hambrienta.

El tercer medio, “abstenerse de toda clase de mal”. En otras palabras es vivir íntegramente; un valor tan apreciado en todas las épocas y lugares. La integridad de una persona le asegura siempre una gran paz que se convierte en fuente de alegría.

Vivir la alegría es posible y es lo que Dios quiere para nosotros. Dejémonos motivar por Dios para (1) disfrutar las alegrías de la vida corriente; (2) alegrémonos porque de Dios nos viene la salvación; (3) vivamos la solidaridad como fuente de alegría. Y practiquemos los medios que, de acuerdo a la segunda lectura de hoy, pueden procurarnos la alegría: (1) orar sin cesar, (2) dar gracias en todo, (3) abstenerse de toda clase de mal.

Con la Virgen María a quien todas las generaciones llaman “dichosa” por haber creído, dispongamos nuestros corazones para celebrar la fiesta del Nacimiento de Jesús con la misma fe que ella esperó en Dios de modo, que nuestra alegría de ahora permanezca para siempre.

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