Homilía Dominical XXIX tiempo ordinario

Homilía Dominical XXIX tiempo ordinario

Evangelio

Lectura del santo evangelio según san Mateo (22,15-21):

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta.
Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: «Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar impuesto al César o no?»
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.»
Le presentaron un denario. Él les preguntó: «¿De quién son esta cara y esta inscripción?»
Le respondieron: «Del César.»
Entonces les replicó: «Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.»

Palabra del Señor

Homilía

18 de octubre de 2020

Todos tenemos la posibilidad de caer en la tentación en que cayeron los enemigos de Jesús, de siendo gente piadosa, en su obrar cotidiano parecían como si no creyeran en Dios, pues les importaba más su propia gloria que la Gloria de Dios, y más su bienestar que el bienestar del Pueblo que Dios había confiado a sus manos. Su descontento con las enseñanzas de Jesús creció de tal manera que pasaron de detestar su doctrina, a detestar su persona hasta llegar en el evangelio que escuchamos hoy, al deseo de buscar la manera de matarlo. Este peligro en que estamos todos los cristianos de alejarnos de Dios, de desconfiar de Él y de sus designios y enseñanzas, y hasta de sacarlo de la vida, lo podemos evitar si tomamos en serio lo que dice hoy el Señor a través del profeta Isaías: : “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mi no hay Dios […], no hay otro Dios fuera de mi. Yo soy el Señor y no hay otro”. Tomar en serio esta palabra del Señor significa trabajar con seriedad y respeto en nuestra salvación dándole espacio a Dios en nuestra vida para que realice su obra en nosotros (cf. Flp 2,12-15).

La gente que en el evangelio de hoy se acerca a Jesús quiere tenderle una trampa pero quedan atrapados en su propia trampa. La lucidez con que Jesús obra en el Evangelio nos recuerda que la fe tiene en nuestra vida un impacto que va más allá de nuestros actos de piedad; la fe tiene la capacidad de iluminar cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones de la vida cotidiana. Sin embargo como los fariseos del evangelio muchos cristianos estamos como divididos, disociados, es decir cuando venimos a la iglesia o cuando rezamos somos casi como los ángeles: entregados del todo a Dios, dulces, apacibles, llenos de bellas palabras y sentimientos pero cuando volvemos a la realidad hablamos y obramos sin que Dios inspire nuestras palabras y acciones (en algunas ocasiones, casi como demonios). A veces como esta gente del evangelio le preguntamos a Dios qué debemos hacer en esta o en aquella situación, cómo debemos comportarnos en alguna situación pero en realidad como ellos ya tenemos decidido lo que haremos, y que ojalá Dios no interfiera en nuestros planes.

Descubro en el obrar de Jesús en el evangelio de hoy dos actitudes y una convicción que bien podemos adoptar nosotros en nuestra vida diaria para hablar y obrar acertadamente. Las dos actitudes son: (1) Escuchar con atención a los demás; (2) Responder con sinceridad, firmeza y serenidad. Y la convicción es, y esto es lo más importante: “a Dios lo que es de Dios”. Esto es lo que puedo decir de las dos actitudes: (1) Escuchar con atención a los demás. Porque Jesús escuchó con suma atención a los secuaces de los fariseos pudo darse cuenta de que todo lo que estaban diciendo estaba lleno de malicia y de maldad. Una escucha atenta de los demás nos permitirá entender de pronto que el otro habla desde sus heridas, desde sus miedos, desde sus carencias, desde sus torpezas..(2) Responder con sinceridad, firmeza y serenidad. Es posible combinar sinceridad, firmeza y serenidad, cuando nos enfocamos en el diálogo en el asunto que se está tratando y no en los sentimientos de perversidad, agresividad o maldad del otro. Es muy seguro que quien, como Jesús, no se deje descontrolar y desenfocar encontrará la respuesta correcta y desarmará al otro y entonces sucede lo que dice el v. 22:”cuando oyeron esto se quedaron admirados…”.

Y ahora vayamos a lo más importante: la convicción que guía nuestra vida de creyentes: “a Dios lo que es de Dios” y que es lo que es de Dios, ya nos lo respondió el profeta Isaías en la primera lectura: “: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mi no hay Dios […], no hay otro Dios fuera de mi. Yo soy el Señor y no hay otro”. Es decir de Dios es todo y cuando Él ocupa el primer lugar todo lo demás transcurrirá bien. Creer y practicar esta verdad, es una guía segura para hacer en cada momento de la vida lo más apropiado como seres humanos y como hijos de Dios y hermanos de las otras personas. Esta palabra de Dios: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mi no hay Dios […], no hay otro Dios fuera de mi. Yo soy el Señor y no hay otro”, nos libera de las trampas en que nos pueden hacer caer la egolatría y la idolatría. Esta convicción nos libera de la egolatría que es aquella creencia falsa que me hace creer que yo soy el centro del universo, y puede llevar a alguien a tratar desconsiderada o injustamente a otra persona, o peor aún, podría llevarla a pisotear a otros seres humanos. Esta convicción nos libera de la idolatría, que podría decirse es la falsa creencia que nos lleva a endiosar a personas, ideologías o medios de subsistencia, y creamos con ellas una vínculo tal de dependencia que caemos en la locura de creer que nuestra vida depende de esas personas, ideologías o medios. Cuando guiados por el Espíritu Santo, le damos a Dios lo que es de Dios, que es todo porque “en Èl vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28), entonces nuestro trato respetuoso y amoroso a todos los seres de la creación se convierte en nuestro himno de alabanza a Dios, a quien sea el honor, el poder y la gloria por siempre en su Hijo Jesús Nuestro Señor.

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