“Fratelli tutti” (Hermanos todos) es la tercera encíclica del Papa Francisco, y en ella habla sobre la fraternidad y la amistad social. Estas palabras –Fratelli tutti- las escribía san Francisco de Asís para dirigirse a todos los hermanos y las hermanas, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio.
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Resumen:
INTRODUCCIÓN
Desde las primeras páginas, el Santo Padre nos dice que su intención con esta encíclica no es resumir la doctrina sobre el amor fraterno, “sino detenerse en su dimensión universal, en su apertura a todos”.
“Fratelli tutti” es, asegura el Papa, una encíclica social y un aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras.
“Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, que me alientan y me nutren, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad”.
CAPÍTULO PRIMERO: Las sombras de un mundo cerrado
El Papa Francisco alerta que, los pasos que la humanidad había dado en las últimas décadas hacia diversas formas de integración, parecen estar quedándose atrás, con el regreso de conflictos anacrónicos que parecían superados y nacionalismos cerrados y agresivos.
El Papa hace un recuento de las amenazas como la pérdida de conciencia histórica, la desconfianza disfrazada de la pérdida de algunos valores, la polarización política, la imposición de un modelo cultural único, la cultura del descarte que afecta principalmente a los no nacidos y a los ancianos, la inequidad que favorece el crecimiento de la pobreza, las diversas formas de injusticia, la esclavitud moderna, guerras, atentados, persecuciones por motivos raciales o religiosos, la globalización sin rumbo, la pandemia, la desinformación y la amenaza a los migrantes.
Pese a estas “sombras densas que no conviene ignorar”, el Papa asegura que, con esta encíclica, busca dejar un mensaje de esperanza “Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien”, y recuerda la labor heroica del personal de salud y hospitalario durante la pandemia, y los empleados de supermercados, cuidadores, transportistas, voluntarios, sacerdotes y religiosas que “comprendieron que nadie se salva solo”.
CAPÍTULO SEGUNDO: Un extraño en el camino
El Santo Padre cita el capítulo 10 del Evangelio de Lucas, en el que el evangelista narra la Parábola del buen samaritano, “un ícono iluminador, capaz de poner de manifiesto la opción de fondo que necesitamos tomar para reconstruir este mundo que nos duele”.
El Papa explica cómo desde el Antiguo Testamento hay un llamado de amar al extranjero. En el Nuevo Testamento resuena con fuerza el amor fraterno, con citas como: “Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Ga 5,14).; y “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve”(1 Jn 4,20).
El Papa lamenta cómo la humanidad ha crecido en distintos aspectos, “pero somos analfabetos en acompañar, cuidar y sostener a los más frágiles y débiles de nuestras sociedades desarrolladas. Nos acostumbramos a mirar para el costado, a pasar de lado, a ignorar las situaciones hasta que estas nos golpean directamente”.
Reconoce que, a veces, le asombra cómo la Iglesia tardó tanto en condenar contundentemente la esclavitud y diversas formas de violencia, pero con el desarrollo de la espiritualidad y la teología ya no hay excusas. No obstante, lamenta cómo algunos se sienten alentados “o al menos autorizados por su fe” para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, y actitudes xenófobas.
“Para ello –agrega- es importante que la catequesis y la predicación incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos”.
CAPÍTULO TERCERO: Pensar y gestar un mundo abierto
El Papa nos dice que un ser humano sólo se desarrolla plenamente en la entrega sincera a los demás, pero no sólo con nuestra familia o amigos, pues “grupos cerrados y las parejas autorreferenciales, que se constituyen en un ‘nosotros’ contra todo el mundo, suelen ser formas idealizadas de egoísmo y de mera autopreservación”.
Ante los creyentes que piensan que su grandeza está en la imposición de ideologías al resto, en la defensa violenta de la verdad o en grandes demostraciones de fortaleza, el Papa les dice: Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: “lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar”.
El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene en su base lo que llamamos “amistad social” en cada ciudad o en cada país. Cuando es genuina, esta amistad social dentro de una sociedad es una condición de posibilidad de una verdadera apertura universal.
No se trata –dice el Papa- del falso universalismo de quien necesita viajar constantemente porque no soporta ni ama a su propio pueblo, o del universalismo autoritario y abstracto, planeado por algunos para homogeneizar, dominar y expoliar. En cambio, hace un llamado promover el bien, para nosotros mismos y para toda la humanidad, y reivindica el valor de la solidaridad y la importancia de reconocer la dignidad humana sin importar si nacieron ricos o pobres, o en uno y otro país.
“Si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos”.
CAPÍTULO CUARTO: Un corazón abierto al mundo entero
Este capítulo el Papa se centra en el problema migratorio. Es verdad, asegura, que lo ideal es que todas las personas encuentren en sus países de origen la posibilidad efectiva de vivir y de crecer con dignidad, “pero mientras no haya serios avances en esta línea, nos corresponde respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidades básicas y las de su familia, sino también realizarse integralmente como persona”.
El Papa recuerda que los esfuerzos ante los migrantes se resumen en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar; y retoma el llamado a los jóvenes que hizo en la Exhortación Christus Vivit: “no caigan en las redes de quienes quieren enfrentarlos a otros jóvenes que llegan a sus países, haciéndolos ver como seres peligrosos y como si no tuvieran la misma inalienable dignidad de todo ser humano”.
Aunque reconoce que en la acogida existe el riesgo de una “esclerosis cultural”, para evitarlo “se necesita un diálogo paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás”.
El Papa hace un llamado al intercambio entre países, pues la ayuda mutua “en realidad termina beneficiando a todos”.
“Necesitamos desarrollar esta consciencia de que hoy o nos salvamos todos o no se salva nadie. La pobreza, la decadencia, los sufrimientos de un lugar de la tierra son un silencioso caldo de cultivo de problemas que finalmente afectarán a todo el planeta”.
Toda cultura sana –puntualiza el Papa-, es abierta y acogedora por naturaleza, de tal modo que una cultura sin valores universales no es una verdadera cultura.
CAPÍTULO QUINTO: La mejor política
“Para hacer posible el desarrollo de una comunidad mundial, capaz de realizar la fraternidad a partir de pueblos y naciones que vivan la amistad social, hace falta la mejor política puesta al servicio del verdadero bien común”.
El Papa denuncia que la forma actual de hacer política suele no incorporar a los débiles y no respetar la diversidad cultural. En concreto, critica al populismo —entendido como “la habilidad de alguien para cautivar en orden a instrumentalizar políticamente la cultura del pueblo, con cualquier signo ideológico, al servicio de su proyecto personal y de su perpetuación en el poder”— y el “dogma de fe neoliberal”, pues asegura que el mercado por sí mismo no resuelve todo.
Asegura que la buena política está basada en el amor, la caridad, la solidaridad y la subsidiariedad, pues una visión que supera toda visión indivualista nos hace amar el bien común y nos lleva a buscar el bienestar de todas las personas.
CAPÍTULO SEXTO: Diálogo y amistad social
El diálogo es el primer paso para acercarnos, expresarnos, conocernos, tratar de comprendernos y buscar puntos de contacto. Sin embargo, el Papa asegura que no debemos de confundir diálogo con “un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable”.
El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. No obstante, el Pontífice advierte de los riesgos del relativismo que, disfrazado de tolerancia, “termina facilitando que los valores morales sean interpretados por los poderosos según las conveniencias del momento”.
“El diálogo que necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y que no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas”.
El Papa Francisco propone cambiar la “falsa tolerancia” por un “realismo dialogante”, donde podemos ser fieles a nuestros principios, pero reconociendo que el otro también tiene el derecho de tratar de ser fiel a los suyos. Esto será posible si practicamos la amabilidad, pues ésta facilita “la búsqueda de consensos y abre caminos donde la exasperación destruye todos los puentes”.
CAPÍTULO SÉPTIMO: Caminos de reencuentro
El Papa Francisco recuerda en esta encíclica que el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. “Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza”. Y para este proceso es indispensable la transparencia y la preservación de la memoria histórica, pues “la verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia”.
Si bien el perdón es indispensable para la búsqueda activa de la reconciliación, el Papa recuerda que perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad y la de los demás. El perdón reclama la necesidad de que se exija justicia. La clave, asegura el Papa, está en “no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma personal y el alma de nuestro pueblo, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro que desata una carrera de venganza”.
El Papa también habla de la guerra, a la que califica como una amenaza constante, lejos de ser un fantasma del pasado. Asegura que no es posible sostener el concepto de “guerra justa” y hace un llamado a la eliminación total de las armas nucleares y propone usar ese dinero para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres.
Sobre la pena de muerte, el Santo Padre reafirma el rechazo histórico y total de la Iglesia a esta práctica. “El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos”, escribe el Papa.
CAPÍTULO OCTAVO: Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo
En este capítulo, el Papa Franciso asegura que las distintas religiones, a partir de la valoración de cada persona humana como criatura llamada a ser hijo o hija de Dios, ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad.
El Papa asegura que la Iglesia católica valora la acción de Dios en las demás religiones, y no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Hace también un llamado al respeto de la libertad religiosa. Esa libertad proclama que podemos encontrar un buen acuerdo entre culturas y religiones diferentes.
Sobre la violencia y el terrorismo religioso, el Santo Padre advirtió que “el culto a Dios sincero y humilde no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos”.
Casi al final del capítulo, el Papa retoma su llamado a difundir la cultura de la tolerancia, la convivencia y de paz que plasmó en el Documento sobre la hermandad humana por la paz mundial y la convivencia común, que firmó de forma conjunta con Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyib en febrero de 2019. Además, asegura que se sintió inspirado en el pensamiento de “otros hermanos que no son católicos”, como Martin Luther King, Desmond Tutu y Mahatma Mohandas Gandhi.
Concluye esta encíclica con una reflexión en torno al beato Carlos de Foucauld, a quien describe como “una persona de profunda fe, quien, desde su intensa experiencia de Dios, hizo un camino de transformación hasta sentirse hermano de todos”.
“Él fue orientando su sueño de una entrega total a Dios hacia una identificación con los últimos, abandonados en lo profundo del desierto africano. En ese contexto expresaba sus deseos de sentir a cualquier ser humano como un hermano, y pedía a un amigo: «Ruegue a Dios para que yo sea realmente el hermano de todos». Quería ser, en definitiva, «el hermano universal». Pero sólo identificándose con los últimos llegó a ser hermano de todos. Que Dios inspire ese sueño en cada uno de nosotros. Amén”.