Homilía Dominical XXVI tiempo ordinario

Homilía Dominical XXVI tiempo ordinario

27 de septiembre de 2020

Lectura del santo evangelio según san Mateo (21,28-32):

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: «Hijo, ve hoy a trabajar en la viña.» Él le contestó: «No quiero.» Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: «Voy, señor.» Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»
Contestaron: «El primero.»
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor

Homilía:

Este domingo 27 de septiembre, que nos congregamos para celebrar en la Eucaristía la victoria de Cristo sobre la muerte y alimentar nuestra caminata con el pan eucarístico, celebramos la memoria de San Vicente de Paúl. Dejemos que la memoria de su vida nos ayude a entender la Palabra de Dios que se nos ofrece para este domingo.

Un hecho de la vida de san Vicente de Paúl, un sacerdote de origen campesino que nació en Francia en 1581 y murió el 27 de septiembre de 1660 a los 79 años, nos ayuda a asimilar la Palabra de Dios que acabamos de escuchar.

El hecho de la vida de Vicente de Paúl al que me quiero referir es su camino al sacerdocio. El inicio de su camino hacia el sacerdocio fue un sí al mundo y un no al Señor, justo como el segundo hijo de la parábola que dijo abiertamente no a su padre que lo mandó a trabajar a la viña. En la Francia de los años que vivió Vicente de Paúl ser sacerdote era una cuestión del mayor honor, mundanamente hablando. La pirámide de la sociedad estaba constituida en primer lugar por la gente asociada a la realeza, seguía el clero, luego los comerciantes y en la base los campesinos. En dicha sociedad el único camino posible de un campesino hacia la promoción social era el estudio, sobre todo si tal estudio conducía al sacerdocio. El papá de Vicente que no carecía de ambiciones, vio que su hijo estaba lo suficientemente dotado para afrontar los estudios y podía alcanzar algún día un buen nivel social que beneficiaría a la familia por lo cual creyó que cualquier sacrificio económico que hiciera para enviar a estudiar a su hijo se vería recompensado; es así como envía a su hijo a los 15 años a un internado de los franciscanos en la ciudad de Dax. Muerto su padre, Vicente se dedica a dar clases para sostener sus estudios y la carga se pone tan pesada que siente la necesidad apurar los tiempos para tener un buen oficio eclesiástico que proveyera para sus gastos. Vicente en aquel momento no era ni un gran santo, ni un persona malvada; “era, simplemente, un muchacho necesitado que veía en el sacerdocio el medio de asegurarse rápidamente – cuanto antes, mejor – una posición social respetable” (José María ROMÁN Vol 1 p.34). El momento de su ordenación: a la edad de apenas casi 20 años y lejos de su diócesis, deja ver que obraba mundanamente al querer sacar cuanto antes su proyecto de llegar a ser clérigo y hacer carrera para obtener algún buen beneficio. Desde su ida a Lyon en su adolescencia hasta más o menos los 37 años Vicente estará ocupado en su proyecto mundano de hacerse a una buena posición social y su esfuerzo y talento iban dando frutos. En 1613 ya había conseguido una gran estabilidad y gozaba de muy buenos beneficios, pero en 1617 Dios irrumpe en su vida a través de dos acontecimientos: un campesino que es auxiliado con el sacramento de la confesión y el socorro de la caridad brindado a una familia muy pobre, cambiarán su rumbo definitivamente.

Abandona la posición social que había conseguido y se dedica en adelante a servir a los pobres del campo y a infundir en los sacerdotes el celo por la salvación terrena y eterna de los pobres. Este hombre que desde muy joven había dicho si al mundo y no al Señor, ahora dedicará todo su talento y energía a trabajar en la obra de Dios. Abandonó su vieja perspectiva, sintió el llamado de Dios que lo llamaba a “evangelizar a los pobres”. Toda su vida estaría centrada desde aquel momento en Cristo que vino a la tierra a Evangelizar a los pobres. Dejó atrás todos sus proyectos, lo que no sabía era que el proyecto que Dios quería construir con él superaba en mucho sus ambiciones. Eran tantas las necesidades para atender que ya no podía hacerlo solo, comenzó por fundar las Damas de la Caridad, un grupo de mujeres que siguiendo sus vidas normales de esposas y madres que atendían las múltiples necesidades de los enfermos, después con Luisa de Marillac estableció una comunidad de mujeres que dejándolo todo se deciden por responder con ardor al amor de Cristo Crucificado por los necesitados, consolidará también un grupo de misioneros (laicos y sacerdotes) conocidos como misioneros vicentinos; después de su muerte surgirán asociaciones por todos los rincones del mundo que impulsados por sus espíritu se preocupan por el bien espiritual y material de los pobres.

San Vicente nos enseña con el pasaje de su vida que les he contado, que si un día le hemos dicho no al Señor, nos queda abierta la posibilidad de decirle sí a su invitación a trabajar por su causa que es la salvación temporal y eterna de nosotros de todos sus hijos, sobre todo de los que carecen de los bienes materiales o espirituales para llevar una vida acorde a nuestra dignidad de ser imagen de Dios.

Siguiendo la Palabra de Dios que hemos escuchado hoy, decirle al Señor implica varios momentos, descubro estos siete: (1) creer que el Señor es justo y bueno; (2) recapacitar sobre nuestro modo de proceder y corregirlo si no es acorde con los planes de Dios; (3) invocar incesantemente al Señor pidiéndole como el Salmista que nos recuerde que su misericordia es eterna, que nos enseñe sus caminos y nos instruya en sus sendas y (4) llegar a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús que fue obediente y humilde ante la voluntad del Padre Celestial; (5) contar con la certeza de que vivir para Dios es un camino abierto para todos, incluso si en algún momento le dijimos que no; (6) abandonar la tentación de creer como los sumos sacerdotes y los escribas que todo lo que se puede experimentar viviendo en Dios se agota en algún momento de nuestra vida y (7) creer como los publicanos y las prostitutas que la vida en Dios es una novedad que jamás termina.

Que san Vicente de Paúl, el hombre que un día le dijo no a Dios, pero recapacitó y le dijo sí a su obra y recibió mucho más de lo que esperaba interceda por nosotros para que cada día le renovemos nuestro sí al Señor, confiando en su misericordia y en la fuerza de su gracia que hace grandes obras en quienes quieren vivir para su gloria.

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