Dejaron una impronta notoria en la humanidad de mucho significado para la física, el arte y la biología.
Tres sacerdotes católicos que sin desamparar propiamente el ejercicio de su ministerio, dejaron una impronta notoria en la humanidad de mucho significado para la física, el arte y la biología.
El Polaco Nicolás Copérnico, vivió poco más de 70 años (1473-1543). Hasta hace 10 años atrás por fin descubrieron que sus restos estaban enterrados en la catedral de Frombork donde había sido uno de sus canónigos.
Primero en sustentar la teoría de que la tierra gira alrededor del sol, Copérnico fue la base de las posteriores investigaciones de Galilei antes que el tema se volviera religioso en una época de la Iglesia en que todo le servía a quienes querían cuestionarle su autoridad moral o confundir. Lo cierto es que el heliocentrismo de nuestro sistema solar es una verdad comprobada, y fueron las pacientes y meticulosas observaciones de un sacerdote católico polifacético e inquieto las que han servido de base para todos los observatorios astronómicos del mundo y la propia NASA.
Vivaldi fue un caso menos polémico pero sí de mucho ruido, aunque armónico, sereno y dulce. Inundó la tierra de motetes, cantatas, serenatas, oratorios y conciertos de una belleza y vivacidad sinigual. Sus «Cuatro estaciones» son inconfundibles y simplemente geniales.
Volver música esos momentos del año solamente se le podía ocurrir a un italiano católico y además sacerdote, aunque parece fue dispensado en algunos momentos de su vida de celebrar misa públicamente por causa de la angina de pecho que finalmente lo llevó a la tumba con 63 años de edad en 1741.
Todavía hoy el arte cinematográfico acompaña escenas y paisajes estacionales con fondo musical de Vivaldi. Nadie pudo imaginar la musicalidad del verano o del invierno como lo hizo él. Más que genio y talento, parece que allí hubo gracia, y gracia divina.
El Padre agustino Gregorio Mendel, (1822-1884) llevó con disciplina germánica sus investigaciones sobre genética y herencia biológica. Volcó su atención en los guisantes y las abejas para llegar a conclusiones definitivas y fundamentales.
La aplicación de su famosas «Leyes de Mendel» de la genética a las combinaciones de razas animales ha sido precisamente una de las causas de la proliferación y variedad de razas mejoradas entre vacunos y caninos, principalmente.
El Padre Mendel dejó también interesantísimos estudios sobre las abejas, muchos de los cuales han servido para descubrir en estos insectos asombrosos comportamientos frente a los fenómenos atmosféricos. Movido más por admiración que por espíritu práctico, dejó lamentablemente inconclusos unos curiosos trabajos sobre la relación entre los diferentes tipos de abejas y las flores, algo que nos lleva a pensar que estos animalitos de Dios pueden servirnos para algo más que hacer la dulce y medicinal miel o elaborar la ceras de nuestros cirios.
Astronomía, música y biología les deben a estos religiosos los fundamentos de posteriores descubrimientos y conclusiones que nos dejan presentir algo todavía más elevado e importante si se hubiese seguido en la dirección que todo parece indicar querían ellos andar: la admiración de la obra de Dios.
No fue la búsqueda de alimento el mayor propulsor del progreso de la humanidad sino la admiración, lo que nos llevó a investigar, dice el famoso documental El ascenso del hombre de la BBC (1973).
La vida religiosa bien entendida no solamente abre espacios para la mística y el conocimiento amoroso de Dios y del alma humana, sino también para aprender a observar la huella del creador en todos lo que nos rodea.
¿No será que la ciencia no necesita una aplicación concentrada de nuestra inteligencia sobre las cosas en facultades y centros de estudio, sino simplemente admirar inocentemente sin pretensiones como los niños? De ser así, razón tenía alguien que dijo que un adulto creativo es un niño que sobrevivió.
Por Antonio Borda
Artículo originalmente publicado por Gaudium Press