Datos biográficos de los misioneros vicentinos asesinados durante la Revolución española, entre ellos el P. Fortunato Velasco y 13 compañeros mártires. Beatificados el 13 de Octubre de 2013 en Tarragona
INTRODUCCION:
Ya desde los tiempos del Santo Fundador la Congregación de la Misión ha estado teñida con la sangre de valiosos y fieles misioneros, tanto obispos, como sacerdotes, hermanos y seminaristas, que han derramado gozosamente la sangre por la causa del Señor Jesús evangelizador de los pobres.
El Fundador se percató de primera mano del sacrifico del protomártir Tadeo Lee en Irlanda, cuánto lo conmovió el martirio del P. Juan Le Vacher en Argelia y desde el cielo ha seguido presenciando la fidelidad de sus hijos en los diversos surcos misioneros del mundo.
El siglo XX que acaba de agonizar no ha sido la excepción en el sacrificio misionero: para nosotros la madre patria España, ha sido espléndida y generosa. Durante la persecución religiosa (1931 – 1939): 56 misioneros (37 sacerdotes y 19 hermanos) ofrendaron alegre y generosamente sus vidas por el Señor, la Iglesia y los pobres.
En un comienzo la Congregación introdujo la causa de todos estos misioneros, pero luego vio que lo más conveniente era iniciar con los casos más claros y evidentes. Se procedió a tomar 5 procesos en las diócesis donde nuestros misioneros sufrieron la palma del martirio. Pero pasando el tiempo se llegó a la unificación en un solo proceso. Para nuestro estudio no obstante tomamos por orden metodológico cada grupo de cohermanos según las casas y diócesis donde murieron.
Este es el primer proceso de nuestros misioneros que sale avante, quedan pendientes dos procesos más: el del P. Vicente Queralt LLoret y seis compañeros sacerdotes, proceso incoado en la Arquidiócesis de Valencia y el del P. José María Fernández y compañeros (17 sacerdotes y 16 hermanos) proceso iniciado en la Diócesis de Madrid.
Haré una reseña de cada uno de los mártires destacando lo más sobresaliente de su figura misionera y al final expondré los elementos comunes a todos, que son entre otras cosas los rasgos que deben impactar y estimular la vida de la trocha misionera, de quienes como ellos hemos sido llamados por el Señor para engrosar las filas de la Congregación de la Misión y construir la obra del Señor entre los pobres en este siglo XXI.
Este trabajo en su primera parte ha sido tomado de la página Web de los cohermanos de la provincia de Madrid, con unas leves correcciones, y la parte final es una sencilla reflexión que hago, siempre abierta para ser complementada y enriquecida.
BIOGRAFIAS
I. MARTIRES DE OVIEDO Y GIJON
1934 – 1936
- P. TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ
(1890-1934) - Hno. SALUSTIANO GONZÁLEZ CRESPO
(1871-1934) - P. AMADO GARCÍA SÁNCHEZ
- (1903-1936)
- P. PELAYO JOSÉ GRANADO PRIETO
(1895-1936) - P. ANDRÉS AVELINO GUTIÉRREZ MORAL (1886-1936)
- P. RICARDO ATANES CASTRO (1875-1936)
MARTIRES DE OVIEDO
La casa de OVIEDO se inició en la alborada del siglo XX. Esta obra era el SEMINARIO CONCILIAR. Nuestros misioneros tenían la misión de la dirección espiritual, la disciplina y la economía.
Cuando la revolución de Asturias había 5 sacerdotes y un hermano. Fueron martirizados los padres Pallares y Pastor, y el H. González. De todo nuestro elenco martirial el P. Vicente Pastor Vicente, es el único misionero que no fue aprobado para la beatificación en esta ocasión, porque aún falta material documental que pruebe la evidencia de su martirio, esperamos que en el futuro sean aclaradas las lagunas que hay al respecto.
P. TOMÁS PALLARÉS IBÁÑEZ
(1890-1934)
Nacido en La Iglesuela del Cid (Teruel), el 6 de marzo de 1890 y fue bautizado al día siguiente en la iglesia parroquial de su pueblo. Siendo aún niño ingresó en la Escuela Apostólica que los misioneros Paúles habían abierto en Teruel en 1887. Allí estudió los cursos preparatorios y luego ingresó en el Seminario Interno el 8 de septiembre de 1906. Emitió los Santos Votos el 9 de septiembre de 1908 y recibió el presbiterado el 29 de agosto de 1915.
Su vida misionera la inició en las MISIONES POPULARES, predicadas en la isla de Tenerife, 1915-1923, que combinaba con clases de latín a los bachilleres en el Colegio de Enseñanza Media de los Hermanos de la Salle. Vuelto a la Península en 1923, desarrolló varios ministerios, entre otros ayudante del Ecónomo Provincial y confesor en distintas capellanías, hasta que el Superior General, P. Francisco Verdier le nombra SECRETARIO DEL COMISARIO EXTRAORDINARIO, P. De las Heras, Superior Provincial de México, para visitar las Provincias de los Misioneros Paúles e Hijas de la Caridad de España.
Ya siendo Visitador, P. Adolfo Tobar (1930-1949), le envió en 1930 al SEMINARIO DIOCESANO DE OVIEDO, como Mayordomo, luego Director espiritual y Vicerector del Seminario de Oviedo. Lo que menos se esperaba era que la «octubrada» marxista de Asturias truncara su carrera, en 1934. Los comunistas revolucionarios rodearon el Seminario Diocesano, convirtiéndolo en punto de miras de un horrible tiroteo. La mayoría de profesores y discípulos quedó apresada y llevada a la Comisaría y posteriormente a una cárcel improvisada, antiguo cuartelillo de la Guardia Civil, juntamente con otros religiosos carmelitas y dominicos. Los revolucionarios, ellos y ellas, pistola en mano, lanzaban amenazas, gritando furiosos contra los sacerdotes y religiosos: “A éstos, acabad con todos de un tiro”.
El 13 de octubre en la improvisaba cárcel hubo dos explosiones. A las doce y media del mediodía, cuando vieron que las fuerzas gubernamentales avanzaban por la estación, provocaron la primera explosión con el fin de darles a ellos tiempo, para escapar, tras haber volado la escalera, y preparar la segunda explosión que arrasaría todo el edificio. Al deslizarse por las cuerdas el P. Pallarés, una ráfaga de balas le alcanzó la cabeza; se desprendió de la cuerda y cayó desplomado en el segundo piso, donde expiró al instante. Era el mediodía del 13 de octubre -sábado- de 1934. Un poste de hierro de los cables del tranvía, lanzado por la segunda explosión, cayó encima del cuerpo del P. Pallarés, quedando sepultado por el mismo poste.
Hno. SALUSTIANO GONZÁLEZ CRESPO
(1871-1934)
El 1 de mayo de 1871 nació Salustiano en un hogar de un humilde matrimonio, situado en Tapia de la Ribera (León), distante 25 km. de la capital leonesa. Eclesiásticamente, pertenecía entonces a la diócesis de Oviedo. Al día siguiente del nacimiento fue llevado a la iglesia parroquial, dedicada a Santa Eulalia, donde fue bautizado recibiendo el nombre de Salustiano. Y fue confirmado el 24 de julio del mismo año de su nacimiento. Al cumplir los veintidós años, en 1893, consiguió colocación en el Hospital Civil de León, donde estuvo empleado como auxiliar de enfermería dos años.
En contacto con las Hijas de la Caridad que servían a los enfermos del Hospital fue descubriendo la que sería su vocación definitiva. Una buena tarde dominical, aprovechando la confianza que le inspiraban las Hermanas, les manifestó su inquietud de servir en alguna comunidad religiosa. Las Hermanas reaccionaron al instante y le propusieron que se dirigiera a los Misioneros Paúles, y ellos le darían respuesta sobre la posibilidad de entrar en la Congregación de la Misión como Hermano. El 28 de octubre de 1894 iniciaba su vida misionera entrando en el Seminario Interno. Emitió los Santos Votos como todo miembro de la Congregación el 29 de octubre de 1896, en la Casa-Misión de Ávila, donde había sido destinado.
De Ávila, fue destinado a Valdemoro y de aquí, al Seminario Diocesano de La Laguna (Tenerife), en 1900. Sin cambiar de isla, en 1906 es trasladado a la Casa de Santa Cruz de Tenerife, donde gastó la etapa más larga de su vida: veintidós años, 1906-1928. Sin que lo esperara, le llegó un nuevo destino que le condujo a la Casa-Teologado de Cuenca (1928-1930). Finalmente, su última misión: el Seminario Diocesano de Oviedo. Un compañero suyo atestigua: “Se desvivía en atender a los pobres con los escasos medios de que disponía”. “En una de las incalificables torturas, frente a los fusiles, el Hno. González se adelantó con los brazos en cruz hacia los verdugos y, cubriendo con su cuerpo a los seminaristas que aguardaban su última hora, exclamó implorante: ¡Matadme a mí que no valgo para nada; pero dejad libres a estos jóvenes, que aún pueden hacer mucho bien!”
El día 13 de octubre de 1934 moría combatiendo el buen combate de la fe. Valga como homenaje póstumo lo jurado por un testigo: “… Al comenzar la revolución religiosa aquí en Oviedo, en el primer viernes de octubre de 1934, el Hno. Salustiano fue prendido por los comunistas en el Seminario Diocesano. Lo llevaron preso al antiguo Colegio de Jesuitas. Y aquí volaron los comunistas el edificio con dinamita, y el Hno. Salustiano pereció en la hecatombe”. Hombre sencillo, que con rectitud de corazón se ganaba los corazones de los pobres.
MARTIRES DE GIJON
Esta era una CASA-MISIÓN donada por el sacerdote Aniceto González. En 1936 la Comunidad local estaba formada por 4 padres y 1 hermano. Sufrieron el martirio los PP. Amado García, Atanes y Gutiérrez.
En la actualidad la Congregación continúa en Gijón en la casa e iglesia parroquial de La Milagrosa, donde los misioneros continúan trabajando en el ministerio vicentino.
P. AMADO GARCÍA SÁNCHEZ
(1903-1936)
Nuestro futuro mártir, Amado nació el 29 de abril de 1903 en Moscardón (Teruel). El bautismo le fue administrado el 1 de mayo, y la confirmación, cumplidos los 12 años, poco antes de ingresar en el Colegio Apostólico de Teruel, en 1914. Todos los sacramentos, incluida la Primera Comunión, los recibió en la iglesia parroquial del pueblo.
El 10 de septiembre de 1917 ingresó en el Seminario Interno de la Congregación de la Misión. El estudio de la vida y obras del Fundador satisfacía sus anhelos humanos y cristianos, según él mismo lo afirmó. El 30 de abril de 1921 emitía los Santos Votos. Aprobados los cursos filosóficos, emprendió el estudio de teología. El 2 de mayo de 1926 del mismo año recibió el presbiterado de manos del arzobispo de Santiago, Mons. Julián de Alcolea. El día de su ordenación sacerdotal reveló el secreto de su vida: “Que el Señor me dé sentido común. Y después, de ahí para arriba, todo lo que quiera…”
De gran devoción eucarístico-mariana en el templo de la Virgen Milagrosa, erigido en Madrid, se dirigió en 1926 a la Casa-Misión de Ávila para cumplir la misión de predicar MISIONES POPULARES. La autoridad de Santa Teresa de Jesús, cuyas obras conocía y citaba con frecuencia, daba un sabor especial a sus predicaciones. Recién fundada la casa de Granada, allá fue destinado en 1927. Pronto se dieron cuenta los clérigos de Granada de la personalidad del P. Amado y recurrían a él como a un apóstol para manifestarle sus necesidades espirituales y pastorales.
Habían pasado dos años escasos cuando los superiores llamaron de nuevo a la puerta de su disponibilidad para enviarle en 1929 a Gijón, donde desarrolló una excelente misión apostólica, de atracción de LA JUVENTUD. El 15 de agosto de 1936 hizo su última salida. Él sabía que la persecución arreciaba y que en cualquier momento podía ser sorprendido por los enemigos de la Iglesia y ser condenado a muerte. El 24 de octubre de 1936, la víspera de Cristo Rey, los asesinos entraron muy de mañana en la checa y, con lista en mano, el lector de turno leyó el nombre del Padre Amado, quien dio un paso adelante. De inmediato abrazó al Hno. Paulino, diciéndole: “¡Adiós! ¡Hasta la eternidad!”, a la vez que dirigía una súplica a los asesinos: “Matadme a mí, pero no hagáis nada a este pobre viejo, que es solo un criado nuestro”.
No había clareado todavía el día 24 de octubre cuando le hicieron subir a un coche y le condujeron al cementerio municipal de Gijón (cementerio del Suco, Ceares). Poco antes del asesinato, dirigiéndose a sus verdugos les dijo: “Me matáis porque soy sacerdote. Que Dios os perdone, como yo os perdono”. La joven Isabel García fue una de las personas que estuvo más cerca del P. Amado en los últimos momentos dijo: “Tengo un alto concepto de las virtudes del P. Amado, quien en los momentos de angustia revolucionaria se sentía responsable de la comunidad y de las personas acogidas en la misma comunidad”.
P. PELAYO JOSÉ GRANADO PRIETO
(1895-1936)
Pelayo José nació en Santa María de los Llanos (Cuenca), el 30 de julio de 1895, y fue bautizado el 1 de agosto del mismo año. Al enviudar su madre, se trasladó a Belmonte con sus cuatro hijos pequeños, y no le queda otro remedio que ponerse ella a trabajar, primero en casas de familias y, más tarde, como responsable de realizar trabajos externos de las religiosas Concepcionistas Franciscanas y colocar a dos de sus hijos mayores en colegios gratuitos.
Cumplidos los ocho años, en 1903, Pelayo fue llevado a Cuenca por su madre, dejándole internado en la Casa Beneficencia, atendida por las Hijas de la Caridad, tras haber hecho la Primera Comunión en el convento de los Padres Trinitarios. En la Beneficencia de Cuenca permaneció Pelayo hasta 1910. Le bastaron cuatro años a Pelayo para ponerse a la altura de sus compañeros mejor preparados e ingresó en la Congregación de la Misión el 8 de septiembre de 1914. Tenía 19 años cumplidos. Apenas ungido sacerdote para evangelizar a los pobres, recibe el primer destino que lo lleva a Écija (Sevilla), donde se da de lleno a la predicación de MISIONES POPULARES (1923-1927). Lo mismo hará en los destinos siguientes de: Granada (1927- 1929), Sevilla (1929-1932), Badajoz (1932-1935) y Gijón (1935-1936). Por donde pasaba dejaba implantada la ASOCIACIÓN DE HIJOS E HIJAS DE MARÍA.
Con ocasión de tener que ir a La Corrada a predicar, el 19 de agosto, una hermana le advirtió que no fuera, pues correría un gran peligro, pero él contestó: “La obediencia es necesaria, ya que sin ella no es posible el martirio”. Todo discurría con normalidad hasta que, llegada la tarde, comenzó la movida antirreligiosa de milicianos que proferían insultos contra la Iglesia y la religión. El P. Granado, al verlo y oírlo, suspendió el viaje de vuelta a Gijón.
María del Carmen García de Castro Carreño, escribió estas palabras textuales de su confesor: “Mira, hija, yo no temo ser mártir. Lo que temo es que me hagan sufrir mucho, porque en esos momentos tan terribles no sé lo que puede pasar…” Los verdugos más encarnizados contra la fe católica mutilaron parte de los miembros del cuerpo del P. Pelayo, mientras ofrecía su vida por la paz y la concordia. Le golpeaban y pinchaban, al tiempo que se burlaban de él. Le privaron de su integridad viril y fueron cortando con cuchillo trozos de carne, que luego cosían con agujas colchoneras.
El 27 de agosto de 1936 -era de noche- le sacaron de la prisión para conducirle a la orilla del río Nalón, a su paso por Soto del Barco. Allí mismo, con navaja, le cortaron de nuevo la espalda hasta que expiró, arrojando su cuerpo al río. Soportó el dolor, sin renegar de su fe, porque la fuerza del Espíritu estaba con él. Murió amando a cuantos le hacían sufrir. “¡Señor, perdónales!”, exclamaba. El P. Pelayo al morir tenía 41 años.
P. ANDRÉS AVELINO GUTIÉRREZ MORAL
(1886-1936)
Andrés Avelino nació el 12 de noviembre de 1886, en Salazar de Amaya (Burgos), fue bautizado el día 14, dos días después de su nacimiento, en la iglesia parroquial, y confirmado el 25 de octubre de 1893, a los siete años de edad.
Desde joven daba ya señales claras de un temperamento vivo y rebelde. Su hermana mayor le encauzará por las vías del dominio de sí mismo, aprovechando que se acercaba el día de la Primera Comunión. De los consejos de su hermana se acordará cuando, siendo ya misionero, predique a la gente en las misiones sobre la necesidad de dominarse a sí mismo.
Andrés ingresó en el Seminario Interno el 3 de julio de 1903. Pronunció los Santos Votos el 4 de julio de 1905. Al terminar el cuarto año de teología en Limpias (Cantabria), en 1911, recibe la ordenación sacerdotal en Santander. Su nombre se hizo célebre en toda la comarca burgalesa, dando MISIONES POPULARES; era conocido con el nombre de «P. Tareas». Llegó destinado a Gijón, en 1933, ligero de equipaje.
El P. Gutiérrez conocía el peligro que corría en la nueva residencia de Gijón y sabía que le esperaba lo mismo que a sus compañeros de Oviedo si no buscaba refugio. Su nombre estaba fichado y no tardaron en aprisionarle. Un día no fechado, “llamaron los comunistas a la residencia de los Misioneros Paúles de Gijón. Salió el P. Gutiérrez. Preguntaron por él, que respondió inmediatamente: «Servidor». Y se lo llevaron”. Nadie supo dónde le escondieron, para sacrificarlo secretamente, sin llamar la atención. Lo cierto es que el 3 de agosto de 1936 lo encontraron encerrado en una prisión improvisada de Gijón. Hacia las tres de la tarde de este mismo día, tres o cuatro milicianos lo sacaron a escondidas, y le transportaron en un carro al pueblo de San Justo. No necesitó interrogatorio alguno para ser condenado a muerte, pues bien sabían los asesinos que era sacerdote. Sin más palabras, arremetieron a golpes contra él, con saña despiadada, y le sentenciaron a muerte entre insultos y vejaciones.
Llegado al pueblo, le hicieron subir monte arriba con grandes sacrificios, mientras sus enemigos le punzaban con palos hasta derribarlo de bruces en tierra. La subida al monte fue un verdadero calvario. “Iba hablando solo -según un testigo-, es decir rezando los misterios dolorosos del rosario”. Llegó por fin a la altura de unos setenta metros y allí mismo le dispararon vilmente. Mediaba la tarde del día 3 de agosto. Apenas tenía cincuenta años de edad. Según los testigos que lo vieron ya agonizante, yacía boca arriba, bañado en una gran charca de sangre. Tenía la frente marcada con una cruz. El último esfuerzo lo hizo para llevar la mano ensangrentada hasta la frente y bendecir a sus verdugos.
P. RICARDO ATANES CASTRO
(1875-1936)
Ricardo nació en Cualedro (Orense) el 5 de agosto de 1875. En mayo de 1882, cuando le faltaba poco para cumplir siete años, recibía la Primera Comunión. Ingresó en la Congregación de la Misión el 11 de mayo de 1891. Ricardo tenía 15 años; pese a su corta edad los superiores le juzgaron preparado para emitir los Santos Votos el 6 de agosto de 1893. Sus condiscípulos le señalaban como un auténtico místico. Abundan testimonios como el siguiente: “Rendía culto fervoroso a los misterios más augustos de nuestra fe, como la Santísima Trinidad, la Encarnación y la Eucaristía…”
En octubre de 1899 fue enviado a Mérida de Yucatán (México), donde permaneció diez años enseñando en el SEMINARIO DIOCESANO. En 1909 dejó el ministerio de las clases del Seminario, para dedicarse sólo a dar CATEQUESIS A LOS INDIOS MAYAS, hasta 1914 en que dirigió sus pasos a Estados Unidos de América. En 1914 cambió de escenario geográfico y actúo en Fort Worth, Texas, al servicio de la colonia mexicana (1914-1924). Obligado por sus superiores, vuelve a España en 1924, pero con intención de regresar a su destino de Fort Worth, una vez recuperadas las fuerzas perdidas, pero los superiores de España le hicieron desistir de su empeño y le enviaron a la residencia de Orense y, poco más tarde, a Gijón, en 1935.
Un compañero de la comunidad de Orense testificó: “Recuerdo que cuando los superiores le destinaron a Asturias me dijo confidencialmente: «Tengo un presentimiento claro de que algo grave me va a pasar en Asturias»”. A una sobrina suya le comunicaba, al poco de llegar a Gijón: “Hasta los niños, cuando salen de los colegios, se meten con nosotros; nos saludan con el puño cerrado y ¡Viva el comunismo! Estamos al servicio del Señor. Que disponga de nosotros según Él tenga determinado”. Al ser descubierto, sus perseguidores le llevaron preso a una checa, donde recibió golpes con cadenas de hierro. Dentro de la prisión, lanzaba suspiros de dolor; la sangre le chorreaba de la cabeza y de la boca. De aquí fue llevado a la iglesia de los Jesuitas, convertida en cárcel, y de aquí a la iglesia de San José.
Eran las cuatro de la tarde del día 14 de agosto cuando los comunistas sacaron a todos los presos, para fusilarlos. El P. Atanes fue arrojado como un saco viejo a uno de los camiones de la muerte. Aunque hubiera pretendido defenderse del trato que recibía, su salud endeble no se lo habría permitido. Era la víspera de Ntra. Sra. de Begoña en Gijón y había que celebrar su fiesta por todo lo alto, sacrificando la vida de curas y frailes. Y así lo hicieron, llevando las víctimas al pinar situado en una de las bellas colinas que circundan Gijón, en el término designado con el nombre de “Llantones”. Inmediatamente, los presos fueron arrastrados con sogas al suelo y, puestos en fila, un piquete se encargó de acribillarlos a tiros. Era el 14 de agosto. El P. Ricardo tenía 61 años y siempre había destacado por su amabilidad con los pobres.
II. MARTIRES DE ALCORISA 1936
En 1889 llegaron los primeros Misioneros Hijos de San Vicente de Paúl. Abrieron un COLEGIO APOSTÓLICO y se dedicaron a la vez a LAS MISIONES POPULARES, EL SERVICIO A LAS HIJAS DE LA CARIDAD Y LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES A SACERDOTES.
En plena guerra, la casa la constituían 8 sacerdotes y 1 hermano quienes huyeron de la casa, quedándose sólo el P. Velasco y el H. Aguirre, quienes murieron en el mismo pueblo por odio a la fe, el P. Pérez murió martirizado en Oliete cuando se dirigía a Zaragoza.
- P. FORTUNATO VELASCO TOBAR (1906-1936)
- P. LEONCIO PÉREZ NEBREDA (1895-1936)
- Hno. LUIS AGUIRRE BILBAO (1914-1936)
P. FORTUNATO VELASCO TOBAR
(1906-1936)
Fortunato nació en el pueblo de Tardajos (Burgos), el 1 de junio de 1906. Hijo de familia numerosa, la casa de sus padres será conocida con el nombre de «casa grande». Las virtudes domésticas de la obediencia y trabajo, oración y piedad, austeridad y disciplina se imponían por sí mismas en la «casa grande».
Si fuéramos a hablar de record guinness vicentinos, hasta donde tengo conocimiento de la historia de la C.M. se lo llevarían la familia Velasco Tobar: 6 de sus hijos fueron para el servicio de Dios y de los pobres en nuestra Congregación.
El cuidado del campo y del ganado ocupó los primeros años de Fortunato hasta que ingresó en el Colegio Apostólico que nuestros misioneros tenían abierto en su pueblo natal mismo.
Cursados los años de Humanidades, ingresó el 18 de septiembre de 1923 en el Seminario Interno en Madrid, C/. García de Paredes 45. Prosiguió sus estudios de formación eclesiástica: tres años de filosofía y cuatro de teología, que culminaría en Londres. La adquisición de la virtud y la ciencia fue su ideal, trazado desde la juventud, como él mismo escribió.
Con dispensa de la Sede Apostólica, el 11 de octubre de 1931, el obispo Mons.Cruz Laplana y Laguna, otro mártir glorioso de la persecución religiosa española, le imponía las manos. Alcanzada la meta del sacerdocio jerárquico, el P. Fortunato se sientió pletórico de gozo y alegría. Su primera misa la celebró en la Basílica La Milagrosa, de Madrid, acompañado de sus tres hermanos misioneros paúles: PP. Esteban, Luis y Maximiano, mayores que él.
Dispuesto a ir “adonde Dios quiera que me envíen los superiores”, recorre las comunidades de Murguía (Álava), Teruel y, finalmente, Alcorisa (Teruel), al COLEGIO APOSTOLICO, donde dio testimonio de fe con derramamiento de sangre, en la madrugada del 24 de agosto de 1936. Tenía treinta años cumplidos. A un discípulo suyo, que llegaría a ser misionero paúl, Manuel Herranz le había escrito desde la cárcel: “… estoy esperando me fusilen de un momento a otro. Ruega por mí… Moriré mártir en defensa de la fe… Yo ya me he ofrecido a Dios para que se haga su santa voluntad”.
Su disposición para el martirio no podía ser mejor. Habiendo recibido temporalmente libertad vigilada, se limitó a decir. “No me ven digno del martirio”. Pero pronto volvió a ser encarcelado y condenado a muerte, tras haber dado muestras de perdón y amor a quienes iban a acabar con su vida terrestre. Antes de recibir el tiro de muerte, el P. Fortunato oró a Dios por sus asesinos, les perdonó de todo corazón, y con el grito: ¡Viva Cristo Rey!, cayó desplomado por una descarga de pólvora.
P. LEONCIO PÉREZ NEBREDA
(1895-1936)
Leoncio, hijo único del matrimonio José y Engracia, nace en Villarmentero (Burgos), el 18 de marzo de 1895. Al día siguiente de su nacimiento, fiesta de san Leoncio, recibe las aguas del bautismo. No había cumplido aún los dos años cuando fue confirmado por el arzobispo de Burgos, en la parroquia del pueblo. La casa paterna constituyó su primera escuela de formación; de sus padres aprendió a vivir una fe viva ante las contrariedades de cada día. La extraordinaria aplicación de Leoncio fue reconocida por la Junta Provincial de Instrucción Pública de Burgos, que le concedió un flamante diploma el 2 de julio de 1905 por los méritos obtenidos en exámenes públicos. Tenía entonces diez años. Para esa edad ya había recibido la Primera Comunión.
Su cojera de nacimiento no presentó impedimento alguno para que los superiores le dieran el pase para ingresar en el Seminario Interno, el 29 de agosto de 1911, ubicado en C/. García de Paredes, 45, Madrid, una vez realizados los estudios humanísticos en el Colegio Apostólico de Tardajos. Al término de los dos años de prueba, emitió los votos perpetuos el 1 de enero de 1914 y se enfrascó en el estudio de la filosofía durante tres años en el Seminario de Hortaleza (Madrid), seguidos de los cuatro de teología, cursados en la Casa Central, de Madrid. Con dos veces que leyera un discurso o una lección de historia, era capaz de repetir todo de memoria: la suya era privilegiada, pero le disgustaba que se lo mencionaran. El 10 de mayo de 1921, recibió la ordenación sacerdotal.
Vistas sus cualidades y disposiciones para la enseñanza y educación de la juventud, es enviado al COLEGIO APOSTÓLICO de Teruel, donde desempeñó el cargo de profesor, con entera dedicación a los muchachos (1921-1935); después de Teruel, es destinado a Alcorisa, para acompañar y ayudar al P. Fortunato Velasco en la tarea de la formación de los seminaristas apostólicos. Juntos desempeñaron la misma misión hasta que les llegó la hora de disfrutar de la «misión del cielo». Rezan las Actas de estudio, que el P. Leoncio era más exigente con los muchachos que el P. Fortunato Velasco.
Declarada la persecución religiosa, el P. Leoncio salió asustado de Alcorisa, el 29 de julio de 1936, camino de Zaragoza. A unos tres kilómetros de Oliete, un astuto vecino, fingiendo una ayuda, le hizo montar en una de sus caballerías y le llevó por un sendero, hasta que llegaron a un barranco solitario. Fue entonces cuando comenzó a golpearle en la cabeza con las varas de acarrear que llevaba, sin que le diera tiempo de decir una sola palabra de perdón. El P. Leoncio cayó desmayado y sin sentido, al primer golpe que recibió en la cabeza. No satisfecho con la barbaridad cometida, el asesino continuó golpeándole con pedruscos. Luego arrojó el cadáver en la hendidura de una roca al borde del barranco, echándole encima una gran losa y algunas piedras. El P. Leoncio tenía cuarentaiún años. Los vecinos siempre le vieron como un gran testigo de la fe y del amor; por eso lloraron su muerte cruenta.
Hno. LUIS AGUIRRE BILBAO
(1914-1936)
Luis nació en Munguía (Vizcaya) el 19 de agosto de 1914. El mismo día de su nacimiento recibió el bautismo por temor a que muriera pronto. Siendo muy niño, quedó huérfano de padre y madre. Era muy alegre por temperamento. Hacia 1919 fue llevado al internado del Hospital-Asilo de Guernica. Las Hijas de la Caridad, de quienes dependía el servicio del Hospital-Asilo, lo recibieron con el cariño de unas madres. Cuando a Luis le llegó la edad de hacer la Primera Comunión, sus familiares le llevaron a la parroquia de Munguía, para celebrar en familia la fiesta, lo que supuso para él un gozo grande el poder encontrarse con sus primeros amigos de la infancia.
Al lado de las Hijas de la Caridad aprendió las primeras letras. Con quince años, ingresó en el Seminario Interno, el 29 de junio de 1931. Al Hno. Aguirre le fue revelada la sabiduría del Reino de Dios oculta a los sabios y entendidos de este mundo. Transcurridos los dos años de Seminario, emitió los Santos Votos perpetuos, el 30 de junio de 1933, y con la mejor de las disposiciones se encaminó hacia Alcorisa.
Impresionado por los acontecimientos que se iban desencadenando, el Hno. Luis escribió a su hermano mayor el 21 de abril de 1936: “Ahora vivimos al revés porque todos los criminales están fuera, y los inocentes en prisión… Que hay que morir por defender la fe, allá vamos, no hay más remedio”.
El 29 de julio, mientras estaba todavía la comunidad celebrando la fiesta de Santa Marta, patrona de los Hermanos, recibieron confirmación de que los comunistas andaban vociferando dentro de Alcorisa. Con un fuerte abrazo se despidieron todos, unos de otros. Pronto llegaron los milicianos a la residencia de los Misioneros Paúles. El P. Velasco y el Hno. Aguirre salieron a recibirlos y atenderlos con gestos y buenas palabras. Tras haberse enfrentado contra los dos moradores del Seminario, los llamados «comunistas» les obligaron con empujones y amenazas, a que les acompañaran en el registro.
Poco antes de ser tiroteado el Hno. Aguirre, los marxistas le intimaron con golpes y amenazas a que gritara: “¡Viva el comunismo!”, pero el Hermano gritaba con más fuerza: “¡Viva Cristo Rey!” Con los brazos en cruz e invocando el nombre del Señor, sellaba su vida mortal con la inocencia bautismal. El Hno. Aguirre tenía veintidós años de edad y era tenido por todos los conocidos como un santo de talla, por su sencillez. El martirio contribuyó a que la gente de Alcorisa proclamara públicamente que había muerto un hombre de fe, que nunca se avergonzó del evangelio.
III. MARTIRES DE GUADALAJARA
Esta casa fue abierta por el P. Eladio Arnaiz en el año 1909, y se dedicó a la formación de los futuros misioneros. Esta ESCUELA APOSTOLICA funcionó hasta el año 1936. Tres sacerdotes y 1 hermano sufrieron la persecución y la muerte en este año.
- P. IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ (1879-1936)
- P. GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ (1874-1936)
- P. VICENTE VILUMBRALES FUENTE (1909-1936)
- Hno. NARCISO PASCUAL PASCUAL (1917-1936)
P. IRENEO RODRÍGUEZ GONZÁLEZ
(1879-1936)
Ireneo, hijo de modestos labradores, nació en Los Balbases (Burgos), el 10 de febrero de 1879. Cumplidos los 12 años, se dirigió a la Casa Misión y Colegio Apostólico que los Misioneros Paúles habían abierto en Arcos de la Llana, en un antiguo Palacio del Arzobispo. El joven Ireneo tuvo oportunidad de estudiar en Arcos el primer curso de latín, 1891-1892. Será uno de los primeros paúles que pasen de Arcos de la Llana a Tardajos. De aquí, es enviado a Murguía (Álava), donde funcionaba, desde 1888, otro Colegio similar al de Tardajos.
Al cumplir los dieciséis años, pidió ingresar en la Congregación. Emitió los Santos Votos perpetuos el 3 de junio de 1897. En el mismo lugar y casa de García de Paredes, Madrid, realizó tres años de filosofía y cuatro de teología, que le capacitaron para la misión inmediata que le esperaba. Recibió el presbiterado el 1 de noviembre, y fue enviado a FILIPINAS. El granito de arena aportado por el P. Ireneo en la formación del clero filipino contribuyó a levantar la obra más grandiosa que la Congregación de la Misión ha realizado allí. De Filipinas va a CUBA, y de aquí, al finalizar el año 1931, fue enviado al COLEGIO APOSTÓLICO de Guadalajara, donde mantenía los movimientos marianos y apostólicos, con espíritu vicentino. Nadie sabrá contabilizar las horas que dedicó con sus compañeros a la dirección espiritual y al confesionario.
Avanzado el año 1936, pero antes de que estallara la persecución religiosa, la comunidad educadora del Colegio Central de Guadalajara había escapado a Murguía (Álava), para poner a salvo a los jóvenes aspirantes a misioneros. Quedaban sólo para guardar el Colegio los PP. Ireneo Rodríguez y tres compañeros de comunidad. Un tal «Chinitas» respiraba odio mortal contra el P. Ireneo y le tenía jurado que un día le cortaría la cabeza. Los milicianos detuvieron y encarcelaron a los tres Padres y al Hermano, juntamente con otros sacerdotes, religiosos y católicos, el 26 de julio de 1936.
En un gesto de caridad heroica, el P. Ireneo y otro sacerdote se ofrecieron como víctimas por todo el grupo de presos, en especial por los padres de familia. El P. Ireneo no cesaba de exhortar a todos los presos a recibir el sacramento de la penitencia y a disponerse para el martirio, si esa era la voluntad de Dios. Conducidos al recinto de la Prisión, allí fueron fusilados «en odio a la fe», dejando sus cadáveres en el suelo. Los primeros asesinados fueron los sacerdotes y religiosos de la celda aislada, unos veintiuno. Parece que el P. Ireneo y el Hno. Pascual fueron los primeros en romper filas en la lista de condenados a muerte, el 6 de diciembre de 1936, animando al resto a morir por Cristo. El P. Ireneo tenía cincuenta y siete años de edad.
P. GREGORIO CERMEÑO BARCELÓ
(1874-1936)
Zaragozano de origen y madrileño de adopción, nació el 9 de mayo de 1874, y fue bautizado el 11 del mismo mes y año en la parroquia de San Pablo, de la capital del Ebro. Al quedar huérfano de padre y madre, era trasladado a Madrid e ingresado en el Asilo de Jesús, C/ Alburquerque, dirigido por las Hijas de la Caridad. Según los Estatutos del Colegio, los niños podían permanecer en régimen de internado hasta los catorce años, edad en que Gregorio tomó la decisión de ser un buen misionero paúl, como los que visitaban el Asilo como capellanes.
Tras una corta estancia en el Colegio Apostólico de Teruel, ingresó en el Seminario Interno de los Misioneros Paúles, el 27 de abril de 1892, con 18 años cumplidos. Pronunció los Santos Votos, el 28 de abril de 1894, en Madrid. Inmediatamente comienzó los cursos de filosofía y teología en la misma casa de Madrid, que ya conocía de vista por sus paseos en torno al barrio de Chamberí. Llegado el día de la ordenación sacerdotal, el 8 de septiembre de 1899, en Madrid, su alegría quedó colmada. En la celebración de su primera misa, estuvo acompañado de algunas Hijas de la Caridad que habían sido sus educadoras y formadoras, de las que guardará un recuerdo imborrable y agradecido.
Recién ordenado presbítero, se dirigió a Valdemoro hasta que viaja a PORTO ALEGRE (BRASIL), donde los misioneros paúles españoles regían el Seminario diocesano, en lugar de los PP. Jesuitas que lo habían dejado. En 1902, también los Paúles levantaron la fundación de Porto Alegre y el P. Cermeño regresó a España, muy cano, según él, por los muchos y serios disgustos que hubo de pasar durante su corta estancia en Brasil. Después de un corto paréntesis en Madrid, fue destinado al Santuario de Nuestra Señora de los Milagros, en el Monte Medo (Orense). Más tarde fue destinado al colegio de Guadalajara, donde le sorprendió la persecución religiosa. Dado el poco tiempo que llevaba en la capital, era poco conocido por la gente. Declarada la persecución, la comunidad entera fue conducida a la cárcel para ser juzgada y, posteriormente, sacrificada, sin más cargos que ser religiosos.
Él solo se atrevió a preguntar a los verdugos por qué se comportaban de modo tan inhumano con personas dedicadas al servicio de los necesitados. Nadie le respondió palabra, pero como respuesta recibió una fulgurante descarga de pólvora. Tenía sesenta y dos años de edad. Los cadáveres de los PP. Cermeño y Vilumbrales, con los de otros muchos clérigos y seglares, fueron arrojados a una hoguera encendida, fuego que los dejó transformados en ceniza blanca.
P. VICENTE VILUMBRALES FUENTE
(1909-1936)
Vicente nació el 5 de abril de 1909 en Reinoso de Bureba (Burgos). Él será el benjamín de los diez hermanos, como lo será también de los sacerdotes mártires de la C.M. en España. Sus padres ejercían el magisterio en los pueblos; su madre hubo de dejar la escuela para dedicarse al cuidado y educación de sus hijos; gozaba de fama de mujer santa por su caridad con los pobres.
Dos acontecimientos: la muerte de su querida madre y la misión reciente dada en el pueblo por los misioneros paúles animaron a Vicente a pedirle a su padre que le llevara a Tardajos, porque también él quería ser misionero. Según testimonio de su hermana mayor, Vicente era “muy alegre y comunicativo, despejado y de fácil expresión; algo travieso, impulsivo, pero de tan buen corazón, que se hacía querer de todos”. El joven Vicente ingresó el 14 de septiembre de 1926 en el Seminario Interno de la Congregación fundada por San Vicente de Paúl. Siendo seminarista, dejó escritas para la posteridad sus impresiones acerca de la vocación misionera, impresionado por el centenario 1828-1928 de los Misioneros Paúles en Madrid.
Emitió los Santos Votos en la residencia de Villafranca del Bierzo (León), el 27 de septiembre de 1928. En tierras bercianas estudió los tres cursos de filosofía, 1928-1931. Terminado el ciclo filosófico, se trasladó a Cuenca, al Seminario de San Pablo, para cursar los tres primeros años de Sagrada Teología. Terminado el curso tercero de teología, recibió el 9 de septiembre de 1934 el presbiterado, con dispensa de la Santa Sede. Al día siguiente, celebró la primera Eucaristía en la Basílica de la Virgen Milagrosa. En Potters-Bar (Londres) cursó el cuarto de teología. Vuelto a España, los superiores decidieron dejarle provisionalmente en Madrid como ayuda al director de la revista Reina de las misiones, pero por poco tiempo, porque en febrero de 1935 lo vemos ya establecido en el COLEGIO APOSTÓLICO Central de Guadalajara.
En su nuevo destino desempeñó los cargos de profesor de lenguas, sobre todo de inglés, además de llevar la capellanía del Colegio de Huérfanas Militares en el Palacio del Duque del Infantado, cargos que desempeñó con responsabilidad y con alegría contagiosa. Con su simpatía y buena presencia se ganó a la juventud, que procuraba orientar hacia los mejores ideales y compromisos cristianos. Poco tiempo duró su misión de educador porque pronto se echó encima la persecución religiosa.
Entrado el día 26 de julio de 1936, el P. Vilumbrales fue detenido con sus compañeros de comunidad. Juntos fueron conducidos a la Prisión Central, donde quedaron encarcelados y sufrieron incontables castigos y penalidades. Camino de Chiloeches, coronó su vida, el 6 de diciembre de 1936, confesando con los labios la fe que profesaba su corazón. Tenía veintisiete años y respiraba salud física y espiritual por todos los poros.
Hno. NARCISO PASCUAL PASCUAL
(1917-1936)
Narciso nació el 11 de agosto de 1917 en Sarreaus de Tioir (Orense). Sus padres, Juan Antonio y Pilar, celebraron fiesta el día del nacimiento de su hijo, a quien llevaron a bautizar al día siguiente a la parroquia de Tioira. Con el baño del segundo nacimiento y con la fuerza de los otros sacramentos que fue recibiendo: la confirmación el 15 de octubre de 1920, la penitencia el 14 de agosto de 1924, y la eucaristía al día siguiente, fiesta de la Asunción a los cielos de la Virgen María, quedó y fortalecido para la vida presente hasta que dio testimonio, con sangre, de fe y amor a Cristo en 1936.
El santuario de Nuestra Señora de la los Milagros, cercano a Sarreaus de Tioira, le atrajo a la Congregación de la Misión. A eso se debe que Narciso, a la edad aproximada de 14 años, pidiera entrar en la Escuela Apostólica de Los Milagros. Aquí cursó los dos primeros cursos de humanidades. Pero viendo que el estudio se le hacía cuesta arriba, decidió dejar las letras y dedicarse a las LABORES MANUALES a que acostumbraban los Hermanos de la Congregación.
La decisión tomada por Narciso no le privó de ir, junto con sus compañeros de los Milagros, al COLEGIO APOSTÓLICO de Guadalajara, para completar su formación y ser admitido en el «postulantado». Terminado este tiempo de preparación y prueba, los superiores de Guadalajara lo consideraron maduro para enviarlo al Seminario Interno, ubicado en Hortaleza (Madrid), acto que tuvo lugar el 26 de noviembre de 1933, víspera de la celebración de las Apariciones de la Virgen Milagrosa.
A la vista de todos estaba que la devoción del Hno. Pascual a la Virgen María destacaba en sus prácticas piadosas durante el Seminario, como también descollará, en los años futuros, en Cuenca y Guadalajara. Emitió los Santos Votos el mismo día de la fiesta de la Virgen de la Medalla Milagrosa, el 27 de noviembre de 1935: día grande para él y para la comunidad. El grupo de estudiantes teólogos se encargó de homenajear al Hno. Pascual, que, conmovido hasta derramar lágrimas de emoción, cedió la palabra al superior de la casa, para que en su nombre agradeciera a la comunidad el acto celebrado en su honor.
El día 2 de mayo de 1936, de madrugada, escribía a sus familiares, ante la desbandada de la comunidad conquense, por orden gubernativa: “Supongo que no pasará nada. Pero si llega a pasar, Vds. no tengan pena, pues yo, si me matan, muero por Cristo y por salvar a la Patria..” Vuelto a Madrid y recuperado físicamente, los superiores le enviaron de nuevo a su antigua residencia de Guadalajara. Pero fue aquí, en Guadalajara, donde cayó prisionero con sus compañeros de comunidad y murió fusilado el 6 de diciembre 1936 en el camino de Chiloeches, junto con el P. Vilumbrales, convertidos en cenizas. Tenía 19 años, pero le acompañaba una voluntad de hierro para hacer el bien.
IV. MARTIR DE RIALP
P. ANTONIO CARMANIÚ Y MERCADER
(1860-1936)
Antonio nació en Rialp (Lérida), el 17 de abril de 1860. Al día siguiente del nacimiento fue bautizado en la iglesia parroquial del pueblo. A los doce años, en 1872 ingresó en el Seminario Diocesano de Seo de Urgel (Lérida), donde cursó con nota sobresaliente las asignaturas de humanidades y filosofía. Su primera intención de ser sacerdote diocesano fue reorientada hacia la de ser misionero paúl. Tenía diecinueve años cumplidos. El día 22 de febrero de 1879 ingresó en el SEMINARIO INTERNO. En febrero de 1881 emitió los votos y comenzó los estudios de Teología Dogmática y Moral, en las que destacó brillantemente, demostrando ser un gran talento en Ciencias Morales.
Ungido sacerdote en 1885, fue enviado a la Casa Misión de Palma de Mallorca, donde se dedicó incansablemente a la predicación de MISIONES POPULARES. La fundación en Rialp, de una Casa-Colegio de la C.M., de 1904, le llenó de ilusión; a ella irá destinado por largo tiempo, 1909-1927. Es muy probable que fuera en Rialp donde confesó ocasionalmente a san Josemaría Escrivá de Balaguer. No satisfecho con la dedicación a los jóvenes, se introdujo en las familias del pueblo por medio del movimiento apostólico mariano de la “Visita Domiciliaria de la Virgen Milagrosa”.
Declarada la revolución marxista en julio de 1936, el P. Carmaníu dejó la Casa Central de Barcelona y buscó un refugio en la capital condal, hasta que encontró lugar seguro en su pueblo natal. De escondite en escondite, llegó a Estarón (Lérida); acompañado por un familiar, comienzó a caminar montaña arriba, con dirección de la frontera de Francia. Al encontrarle los milicianos, sospecharon de él, le pidieron el salvoconducto, le detuvieron y, sin más, le encarcelaron en el Comité Rojo del pueblo de Estarón. En otra parada le obligaron brutalmente a beber vino drogado.
En Ribera de Cardós hicieron entrega del Siervo de Dios a los comunistas procedentes de la F.A.I de Tremp (Lérida), que le condujeron al cercano pueblo de Llavorsí (Lérida). Eran las diez u once de la noche del 17 de agosto de 1936. Los milicianos sentaron al ajusticiado encima de un malecón. Le ordenaron que se pusiera de espaldas a ellos y de cara a la corriente del río Noguera Pallaresa, a lo que no accedió el P. Carmaníu, respondiéndoles que moriría de cara, pidiendo a Dios por ellos.
Mientras aquellos mandados por las Fuerzas Armadas Internacionales gritaban «Viva el Comunismo», él se esforzaba en confesar su fe: “Os perdono. ¡Viva Cristo Rey, ya podéis tirar!”. Sobre su cadáver echaron los asesinos arena y cascajo, que una riada del Noguera se lo llevó por delante sin dejar rastro de su cuerpo. Su fama de mártir invicto se extendió por toda la comarca y aún hoy llega a nosotros su aureola de «sabio y humilde» misionero, gloria de la Iglesia. Tenía setenta y seis años de edad.
EL HOY DE NUESTROS MISIONEROS:
Tenemos el peligro de quedarnos ante nuestros mártires contemplando su gesta martirial, admirando sus virtudes y usufructuando su vida para nuestra gloria, pero sin que su legado toque la fibra personal y comunitaria de quienes somos el presente y el futuro de nuestra Comunidad.
Así pues, permítanme hacer un aterrizaje que es apenas un esbozo simple que abre caminos, para que otros misioneros y hermanas sigan escavando la veta rica de nuestros mayores en la fe, el seguimiento de Cristo, la fidelidad a la Comunidad y a los pobres en la amplia gama de la evangelización, y la entrega final al Señor en el martirio:
- EL SEGUIMIENTO DE JESUS EVANGELIZADOR:
Todos nuestros misioneros mártires llegaron a la Congregación de la Misión siendo niños. Se fueron formando a partir de las Escuelas Apostólicas y así se fueron forjando en el camino de Jesús. Desde un inicio comprendieron que Jesucristo era el centro de sus vidas y de sus actividades como lo dicen las Constituciones actuales N° 5. Su fuente de inspiración vital fue la Sagrada Escritura y los escritos del Fundador, que leyeron en parte en la lengua materna pero también en la lengua materna del Fundador y de la Comunidad. Textos como los siguientes, seguramente los leyeron, reflexionaron, oraron y vivieron en su itinerario misionero:
“Esta pequeña Congregación
de la Misión, pues quiere imitar en la medida
de sus pocas fuerzas al mismo Cristo, el Señor,
tanto en sus virtudes cuanto en los trabajos dirigidos
a la salvación del prójimo, conviene que use
medios semejantes para llevar a la práctica el santo
deseo de imitarle.
Por ello el fin de la Congregación
es:
1° dedicarse a la perfección propia, tratando
de practicar en la medida de sus fuerzas las virtudes
que este supremo maestro nos quiso enseñar
de palabra y con el ejemplo…” RR.CC. I, 1.1.
“El propósito de la Compañía es imitar a nuestro Señor, en la medida
en que pueden hacerlo unas personas pobres y ruines. ¿Qué quiere decir
esto? Que se ha propuesto conformarse con él en su comportamiento,
en sus acciones, en sus tareas y en sus fines. ¿Cómo puede una persona
representar a otra, si no tiene los mismos rasgos, las mismas líneas,
proporciones, modales y forma de mirar? Es imposible. Por tanto, si nos
hemos propuesto hacernos semejantes a este divino modelo y sentimos
en nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar
conformar nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones
a las suyas. El no es solamente el Deus virtutum, sino que ha venido
a practicar todas las virtudes; y como sus acciones y no acciones eran
otras tantas virtudes, nosotros hemos de conformarnos con ellas procurando ser hombres de virtud, no sólo en nuestro interior, sino obrando externamente por virtud, de modo que todo lo que hagamos y no hagamos se acomode a este principio. Así es como hay que entender las palabras primeras de nuestra regla». SVP. XI, 383.
Nuestros misioneros comprendieron que Cristo, era el enviado del Padre para evangelizar a los pobres. Ellos en los diversos ministerios se dejaron interpelar por los sufrimientos de los pobres, y en ellos descubrieron el rostro doliente del Señor. Como San Vicente dieron “la vuelta a la medalla” (SVP. XI, 32) y allí en sus miserias descubrieron a Cristo. Este espíritu de San Vicente fue el que los contagió para unirse a la familia fundada por él.
- EN LA CONGREGACION DE LA MISION TODO EL TIEMPO DE LA VIDA.
“Todos hemos traído a la Compañía la resolución de vivir y de morir
en ella; hemos traído todo lo que somos, el cuerpo, el alma, la voluntad,
la capacidad, la destreza y todo lo demás. ¿Para qué? Para hacer lo que
hizo Jesús, para salvar al mundo. ¿Cómo? Por medio de esta vinculación
que hay entre nosotros y del ofrecimiento que hemos hecho de vivir y de
morir en esta sociedad y de darle todo lo que somos y todo lo que hacemos…”
SVP. XI, 402
Hoy estamos viviendo un fenómeno especial en la Congregación y en la vida religiosa: El abandono de hermanos que luego de haber emitido los Santos Votos, van abandonando la Comunidad, unos dejando el ministerio y no pocos pasando a la vida diocesana. La realidad contraria es un fruto exótico: Cuán pocos jóvenes o sacerdotes del clero diocesano tocan las puertas de la Compañía. Bástenos mirar las últimas estadísticas para que lo veamos claramente, sólo 2 sacerdotes diocesanos de Indonesia han entrado entre nosotros, y pasan años y años sin que se dé esta realidad. Por el contrario no faltan los misioneros sacerdotes y no pocos los que abandonan la Pequeña Compañía.
En nuestros mártires, tengamos en cuenta que las fuentes de las que disponemos no son abundantes, primero por el material del que dispongo y porque varios de ellos murieron muy jóvenes, y de sus vidas no nos han quedado mayores escritos y testimonios. A pesar de ello al menos algunos descuellan claramente por su amor y fidelidad a la Comunidad.
El P. Fortunato Velasco y el H. Luis Aguirre no abandonaron la casa de Alcorisa, pensando en el bien de la Comunidad y en los bienes que la casa tenía y que debían salvaguardarse por ser bienes al servicio de la Congregación y de los pobres, pero también lo hicieron pensando en que había que atender a las gentes de la comarca que no podían quedar sin el cuidado de sus pastores.
Llama la atención el P. Gregorio Cermeño, quien tenía una sicología difícil: tímido y con complejo de inferioridad, debido a su temprana orfandad y a las dificultades de la vida misionera. Fue un misionero que trabajó cerca de nosotros en Porto Alegre – Brasil. Regresó a la Madre Patria con sufrimientos físicos y morales. Entró en crisis y esto hizo que los superiores lo llevaran de una a otra parte por su inestabilidad, con deseos de irse al clero diocesano. Pero su vida espiritual, su talante de buen confesor, su apertura a los superiores y la cercanía de ellos, hicieron que nuestro misionero siguiera el camino vicentino en fidelidad hasta el martirio en Guadalajara.
Es notorio el testimonio del joven mártir de 27 años P. Vicente Vilumbrales, quien dejó escrito. “Me debo al Señor para siempre, en la vida y en la muerte. En el mundo que tú has creado, Señor, hay muchas criaturas tuyas que me gustan y me atraen, pero te prefiero a ti, a todas las cosas y personas perecederas”.
Qué bueno sería que pudiéramos seguir profundizando y encontrando otros testimonios de nuestros mártires que nos muestren cómo fueron fieles y perseverantes durante toda la vida al voto que hicieron un día.
- SEGÚN EL ESPIRITU PROPIO
“Ay, padres! ¡Qué felices somos de estar en una Compañía que tiene
como finalidad, no sólo hacernos dignos de que él reine en nosotros, sino
también que sea amado y servido por todo el mundo y que todo el
mundo se salve! Cuando leamos la regla, veremos que nos recomienda
en primer lugar que nos perfeccionemos, esto es, que hagamos reinar a
Dios en vosotros y en mí, y en segundo lugar que cooperemos con él por
la extensión de su reino. ¿No os parece esto maravilloso? Es hacer lo que
hacen los ángeles de Dios, escogidos por él para llevar e indicar su voluntad
a los hombres, para que estos obren según ella. ¿Habrá en la tierra
una situación más digna de ser deseada que la nuestra?” SVP. XI, 435
El carisma de San Vicente estaba vivo en la península ibérica: No hay un solo ministerio propio que no fuera atendido en la época: Misiones populares, formación del clero, misiones extranjeras, Hijas de la Caridad, asociaciones vicentinas y marianas…
Sólo tomo los ministerios finales de estos cohermanos:
- El primer grupo de mártires fue el de OVIEDO, allí los 3 misioneros estaban dedicados a la FORMACION DEL CLERO, incluido el H. Salustiano González quien de lleno estaba en la cocina y en la portería del Seminario.
- Los mártires de GIJON (4). De lleno involucrados en las MISIONES POPULARES Y LA PREDICACION.
- Las casas de GUADALAJARA Y ALCORISA, eran COLEGIOS APOSTÓLICOS, donde se empezaban a forjar los futuros Misioneros Vicentinos.
Hubo misioneros dedicados a las MISIONES EXTRANJERAS como los PP. Ireneo Rodríguez en Filipinas y Cuba, Gregorio Cermeño en Brasil y Ricardo Atanes en México y EE.UU. En el campo de la atención a las HIJAS DE LA CARIDAD no podríamos dejar por fuera a ninguno de ellos tanto en la predicación de los retiros anuales como en la dirección espiritual y en el ministerio de la penitencia. Y en cuanto a los HERMANOS, misioneros como nosotros, también se destaca en ellos el servicio humilde en la enfermería, la catequesis, la portería, la cocina y todos los oficios generales al estilo de Santa Marta. Unos y otros, misioneros todos siguiendo a Cristo evangelizador de los pobres desde distintos filones de la vocación.
Nuestros Misioneros con un gran amor y reverencia hacia el Padre, con caridad compasiva y eficaz por las miserias de los pobres, en docilidad a la Divina Providencia y revestidos de las cinco virtudes que son “como a las cinco limpísimas piedras de David con las que venceremos en el nombre del Señor…RR.CC.XII,12, estos hijos de San Vicente fueron fieles “hasta recibir la corona inmarcesible de la gloria” Apoc. 2, 10.
BAJO EL AMPARO DE MARIA
“La misma bula nos recomienda expresamente
que veneremos también con un culto especial
a la Santísima Virgen María, cosa que debemos
hacer también por otras muchas razones.
Nos esforzaremos en hacerlo a la perfección con
la ayuda de Dios: 1° dando honor cada día con
devoción singular a esta nobilísima madre de
Cristo y madre nuestra; 2° imitando sus virtudes
en la medida de nuestras fuerzas, sobre todo la
humildad y la castidad; 3° animando con celo a
los demás, siempre que se ofrezca ocasión, a
que también la honren constantemente en gran
manera y la sirvan con dignidad”. RR. CC.X. 4
Este texto de las Santas Reglas, si no había sido leído en la formación inicial, sí había sido vivido en el transcurso de los años. Los mártires bien habían asimilado la espiritualidad mariana que en el comienzo del siglo XX tenía un matiz especial en la F.V.: Las apariciones de la Virgen Milagrosa a Santa Catalina Labouré.
Es curioso que a sólo 10 años de las apariciones se haya esculpido la primera imagen de la Medalla Milagrosa en Celeiros, Orense, región de la cual entre otros muchos Misioneros Vicentinos son el P: Ricardo Atanes y el H. Narciso Pascual; y en el mismo año en Madrid se tallara la primera imagen de Nuestra Señora que está en la Iglesia de San Ginés. Todo esto nos indica la gran propagación de la Medalla Milagrosa en la península ibérica y naturalmente en medio de la F. V.
Citemos sólo dos casos de misioneros desbordados de amor a la Virgen Milagrosa: el P. Andrés Avelino Gutiérrez quien como formador en Limpias instituyó la recién aprobada Asociación de la Medalla Milagrosa, recientemente aprobada en 1909 por San Pío X, y el P. Leoncio Pérez quien fue reconocido en el lugar de su martirio gracias a la medalla milagrosa que llevaba al cuello.
Y es también muy probable que en este tiempo nuestros mártires conocieran la espléndida figura del primer vicentino llegado a los altares: el P. Perboyre. Y que junto con el alborozo que causó su beatificación hayan leído e interiorizado escritos de él donde rezume su amor a María Milagrosa. Este texto que si bien pudo ser leído por nuestros hermanos, indica todo el papel fundamental de María en sus vidas y su compañía en las fatigas misioneras y en el momento sublime del martirio:
“Pida a María que bendiga sus palabras y sus acciones…Cuando hable, cuando confiese, cuando ofrezca el Santo Sacrificio, interese a María en favor suyo. No haga nada sin ella y atraerá abundantes bendiciones sobre todo aquello que emprenda”.
Y qué mejor actualización y conclusión que el texto de nuestras Constituciones actuales:
49.— § 1. Veneraremos también con especial devoción a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, quien, según palabras de San Vicente, comprendió con más profundidad que todos los creyentes las enseñanzas evangélicas y las hizo realidad en su vida.
§ 2. Expresaremos de diversas maneras nuestra devoción hacia la Inmaculada Virgen María, celebrando con fervor sus fiestas e invocándola a menudo, sobre todo por medio del rosario. Divulgaremos el peculiar mensaje manifestado, por su maternal benevolencia, en la Sagrada Medalla.