Por: Óscar Fabián Betancourt (Seminarista Vicentino- Colombia)
Evangelio del día: Mt. 21, 1-11
Jesús va camino a Jerusalén para celebrar la Pascua, es un peregrino como todos los judíos que en la época peregrinaban para celebrar la fiesta más importante del año con todo su pueblo. Mateo narra en su Evangelio la entrada de Jesús en Jerusalén, pero no de cualquier forma, sino que lo presenta como el Mesías, figura que para los judíos de Israel representaba a un rey enviado por Dios, un rey justo y liberador, restaurador de Israel. Tal esperanza mesiánica nace con la monarquía de David, el rey más importante en la historia de Israel, y prefigura la espera de un rey futuro y se convierte en la fuerza que mantiene la esperanza del pueblo en tiempos de crisis. Quienes más tenían afianzada la esperanza en el Mesías eran los pobres que vivían marginados por un sistema político-social opresor y una religión excluyente.
El profeta que predice con más fuerza la llegada del Mesías es Zacarías y así lo narra: “¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén! Que viene a ti tu rey: justo y victorioso, humilde y montado en un asno, en una cría de asna. Suprimirá a los carros de Efraín y los caballos de Jerusalén; será suprimido el arco de guerra, y él proclamará paz a las naciones. Su dominio alcanzará de mar a mar, desde el Río al confín de la tierra” (Za. 9, 9-10).
Jesús es el cumplimiento de esta promesa, es el Salvador esperado, un Rey que realiza la justicia y trae la paz. En su misión profética lo ha demostrado; acogió a los pobres, curó a los enfermos y dignificó a los marginados. No es un Rey adinerado, poderoso y triunfalista, sino un hombre del pueblo que camina como todos y es recibido con alegría en el ambiente preparatorio de la celebración de la Pascua, “Bendito el que viene en nombre del Señor” (Sal. 118, 26). Con la entrada de Jesús reconocido como el Salvador se abre una oportunidad para los pobres, los cuales gritan de júbilo (“Hosanna”: danos la salvación) al experimentar que Dios abraza sus sufrimientos y les da la fuerza para triunfar.
En las circunstancias actuales parece difícil expresar gozo y alegría, el temor y la incertidumbre roban la paz, y no es para menos, la crisis de salud por la que pasa el mundo entero es crítica. Sin embargo, hay una luz, y es el constante deseo de Dios que se conmueve entrañablemente por el sufrimiento y busca acompañar en las situaciones adversas. En Jesús, itinerante incansable, Dios quiere visitar cada familia y espera que allí se le reconozca como el Salvador, en palabras del Papa Francisco, “el comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación”.
Acoger la salvación que Dios nos ofrece es hacer triunfal la entrada de Jesús en la propia vida. Y la realización histórica de esta salvación es el reconocimiento de las injusticias cometidas contra los hermanos, el ejercicio de la solidaridad, el autocuidado y el cuidado del otro, la conservación del medio ambiente. Esto es realmente el comienzo de una verdadera pascua donde Jesús se hace vida en nuestras vidas.