Por: P. Marlio Nasayó Liévano, CM
En la persecución religiosa española, de 1936 – 1939, en la F.V. fueron martirizados muchos de sus hijos e hijas: 586 de la Sociedad de San Vicente de Paúl, 69 miembros de la Asociación de la Medalla Milagrosa, 56 misioneros de la Congregación de la Misión, 29 Hijas de la Caridad y 11 Hijos e Hijas de María.
De todo este grandioso elenco, la Iglesia ha elevado a los altares a 102 (54 Misioneros de la C.M., 29 HH.C., 13 de AMM, 5 Sacerdotes diocesanos y 1 Hija de María.
Podemos sacar ahora, algunas inspiraciones para el cultivo vocacional de quienes ya estamos en el surco misionero, y ofrecer un buen aliciente para las nuevas generaciones que han llegado, y las que el Señor de la mies seguirá suscitando en nuestra “pequeña Compañía”.
1. El ardor misionero:
Estos mártires no fueron inferiores al querer del Fundador, quien a los misioneros de primera hora les hablaba al corazón:
“La Iglesia es como una gran mies que requiere obreros, pero obreros que trabajen. No hay nada tan conforme con el evangelio como reunir, por un lado, luz y fuerzas para el alma en la oración, en la lectura y en el retiro y, por otro lado, ir luego a hacer partícipes a los hombres de este alimento espiritual. Esto es hacer lo que hizo nuestro Señor y, después de él, sus apóstoles; es juntar el oficio de Marta con el de María” SVP.XI,734.
No fueron nuestros hermanos, misioneros de segunda clase, siempre en el campo de batalla, viviendo a la altura propia de su vocación: Entre ellos había misioneros ancianos curtidos en el trabajo apostólico hasta jóvenes recién salidos de la formación, sacerdotes y hermanos, misioneros aguerridos que estuvieron en las misiones extranjeras en México, Cuba y la India, operarios incansables en las misiones populares, predicadores infatigables, confesores asiduos, directores santos de las Hijas de la Caridad…
El campo que se nos abre no es menos difícil como grandioso. Necesitamos renovar el fervor del inicio vocacional “haciendo efectivo el evangelio”, luchando cada día con la gracia que el Señor nos da en la oración, siendo vigilantes para no caer en el relajamiento, la pereza, la vida muelle… y ante el cansancio de la tarea apostólica tener presente en la mente y el corazón que, hemos venido a la Comunidad para “gastarnos y desgastarnos” en la implantación del Reino de Cristo en la vida de los pobres.
2. En unión con la Familia Vicentina:
Antes de nacer nosotros y nuestras hermanas, ya el Fundador había dado inicio a las AIC, la Asociación laical más antigua de la Iglesia. Y si algo nos ha caracterizado en la evangelización, es el trabajo mancomunado no sólo con ellas, sino con los movimientos laicales que han ido surgiendo a lo largo de la historia, trabajando unidos en el servicio y evangelización de los pobres.
Entre estos mártires, muchos de ellos fueron orientados por nuestros misioneros y hermanas, ellos se introdujeron en la caridad gracias al testimonio y la formación que fueron recibiendo en nuestras obras y apostolados. El ejemplo de caridad activa de los Caballeros de la Milagrosa de Madrid, por no citar sino un caso, nos presenta a seis de estos laicos que fueron martirizados por su compromiso directo con los pobres; éste es un claro testimonio de la formación que los nutrió en su apostolado.
En la Nueva Evangelización, la Congregación nos insta seguir en la sana tradición del acompañamiento del laicado, que se remonta como lo sabemos a los orígenes de nuestra Familia. Los nuevos Estatutos de la c.m. aprobados en 2011 son claros y nos muestran a todos unos caminos a seguir:
7. — § 1. Los misioneros, en sus actividades apostólicas, tendrán un especial cuidado en promover y asistir a la Familia Vicenciana y a las asociaciones laicales vicencianas que forman parte de ella. § 2. Todos los misioneros deberán estar adecuadamente preparados para prestar este servicio a las diversas ramas de la Familia Vicenciana y disponibles a prestarlo cuando les sea pedido. § 3. El centro de este servicio consistirá en compartir la propia experiencia de fe a la luz de las enseñanzas de la Iglesia y del espíritu vicenciano. Para que este servicio responda a las necesidades de hoy, se deberá prestar atención a la necesaria formación teológico-espiritual, técnica, profesional y político-social. § 4. En el momento de cerrar Casas, se prestará una especial atención a facilitar la continuidad de grupos laicales que comparten el espíritu vicenciano.
3. Bajo el amparo de la Milagrosa peregrina…
El historiador y mártir, el Beato Ponciano Nieto, c.m. afirma que ya en 1833, a sólo tres años de las apariciones, en España se tenía conocimiento de las manifestaciones de la Medalla Milagrosa y de los prodigios que obraba. En las misiones, nuestros cohermanos y las Hijas de la Caridad en sus obras con los pobres, entregaban la medalla con una clara catequesis, mostrando que el llevarla al cuello era aceptar a María en la propia vida como madre y maestra, viviendo en gracia como ella, como signo de la presencia de Dios y como testimonio de pertenencia a la Iglesia.
La Medalla Milagrosa fue una compañía inseparable para nuestros mártires en la persecución, en los interrogatorios, en la cárcel, presencia amable, fortalecedora y serena en el momento sublime de la muerte y como en el calvario, la Virgen Milagrosa acompañó a sus hijos en el encuentro definitivo con su Hijo.
Sean, pues, las directrices de la c.m. en las Constituciones las que mejor nos orienten y guíen para concluir y vivir esta reflexión:
49.— § 1. Veneraremos también con especial devoción a María, Madre de Cristo y de la Iglesia, quien, según palabras de San Vicente, comprendió con más profundidad que todos los creyentes las enseñanzas evangélicas y las hizo realidad en su vida.
§ 2. Expresaremos de diversas maneras nuestra devoción hacia la Inmaculada Virgen María, celebrando con fervor sus fiestas e invocándola a menudo, sobre todo por medio del rosario. Divulgaremos el peculiar mensaje manifestado, por su maternal benevolencia, en la Sagrada Medalla.
ORACIÓN
Oh Dios Padre nuestro, que a los beatos Fortunato Velasco, Vicente Queralt, José María Fernández, Melchora Adoración Cortés y Josefa Martínez y compañeros, los llevaste con la ayuda de la Madre de Dios, a la imitación de Cristo hasta el derramamiento de la sangre, concédanos, por su ejemplo e intercesión, confesar la fe con fortaleza, de palabra y de obra. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.