La santidad por el camino de la Misión

La santidad por el camino de la Misión

Por: P. Marlio Nasayó Liévano, CM

“EL QUE COMENZÓ EN USTEDES LA BUENA OBRA…” FIL.1,6

El 17 de mayo de 1658, en un acto tan lleno de fe como de sentida emoción, San Vicente entregó a los primeros misioneros LAS SANTAS REGLAS i, fruto de asidua oración, profunda reflexión y alegre vivencia de las mismas, que tanto él como los misioneros de primera hora habían realizado intensamente durante 33 años, en su configuración con Cristo sirviéndolo en la evangelización de los pobres.

Y naturalmente, hablando sobre el fin y la naturaleza de la Congregación, las Reglas dicen: “…el fin de la Congregación de la Misión consiste: 1º En procurar la propia perfección, esforzándose por imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos. 2º En evangelizar a los pobres, especialmente a los del campo. 3º En ayudar a los eclesiásticos a conseguir la ciencia y las virtudes necesarias a su estado” ii

En la terminología de la época, “la propia perfección” equivale en nuestro lenguaje de hoy, a “la propia santificación”. Por eso, para San Vicente de Paúl “la perfección” para un misionero consiste en “revestirse del espíritu de Jesucristo” tal como lo expresó categóricamente al P. Antonio Portail:

«Acuérdese, Padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo» iii.

Esa santidad la va labrando el misionero vicentino: “vaciándose” de sí mismo y adquiriendo el espíritu propio, revistiéndose del Espíritu de Jesucristo, a través de los votos y las cinco virtudes propias del misionero: Humildad, sencillez, mansedumbre, mortificación y celo por las almas. En el cultivo y la práctica de estas virtudes, que son como las potencias del alma, el misionero deja animar todas sus acciones, y se va identificando con Cristo.

A los misioneros, hermanos y sacerdotes, San Vicente les decía:

“Hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal, que desea reinar y ensancharse en las almas. Por tanto, nuestra vocación consiste en ir… por toda la tierra… abrazar los corazones de los hombres, hacer lo que hizo el Hijo de Dios…”. A los sacerdotes les recordaba “no hay nada mayor que un sacerdote, a quien él le da todo poder sobre su cuerpo natural y su cuerpo místico, el poder de perdonar los pecados” iv.

Y así, desde los albores de la Compañía, centenares de misioneros de fama unos e ignotos otros, obispos, sacerdotes, hermanos y seminaristas, han seguido a Cristo desgastándose sin reservas en la obra del Señor, llegando hasta los rincones más lejanos del mundo llevando el Evangelio, y siendo ellos mismos Evangelio abierto para los pobres.

“DESDE LA SALIDA DEL SOL HASTA SU OCASO…” SALMO 113,3

En los casi 4 siglos de historia de la Congregación de la Misión, unos y otros, centenares de misioneros, sostenidos por la misma inspiración del Espíritu Santo, han sabido responder a la gracia, prolongando la obra de San Vicente, siendo profunda y totalmente fieles a su vocación.
Con tipologías diferentes, muchos misioneros los podemos ver con un espíritu de iniciativa y aventura, con el gusto del riesgo y el vigor por la adaptación a los climas, paisajes, lenguas y culturas. Con obras arduas y conquistas difíciles, con actitudes innovadoras, y con el morral misionero lleno de las cinco virtudes.

Otros misioneros, tan santos como los anteriores, han llevado una vida más silenciosa, metidos no en las llanuras misioneras sino encerrados en las aulas y los pasillos de los seminarios, o sentados en el confesionario hasta prolongadas horas de la noche, siempre amigos de los pobres y pequeños, con el corazón abierto para escuchar y apaciguar los corazones.

En la Compañía, contamos con 4 santos, 61 beatos y 3 venerables, a quienes la Iglesia ha elevado a los altares, que no son sino unos exponentes de los centenares de misioneros conocidos, que son los santos de la “puerta central”; pero sin olvidar a los santos «de la puerta de al lado», [o], «la clase media de la santidad» como nos lo ha dicho el Papa Francisco v, misioneros que nos mostraron el camino de Dios, y que se santificaron viviendo a nuestro lado, que pisaron el mismo barro que nosotros, y que ya han terminado el buen combate…vi

Podemos estudiarlos y conocerlos desde varios campos. Me permito hacer esta división, pero bien se pueden hacer otras muchas nuevas y complementarias:

1. Por siglos:

XVII: El Fundador, Juan Le Vacher, Mateo Lee. XVIII: Los mártires de la Revolución francesa.
XIX: Clet, Perboyre, De Jacobis, Ghebra, Ferreira Vicoso, Durando.
XX: Los mártires de la persecución española, Micalizzi, Gnidovec, Manzella. XXI: ¡Tú y yo!

San Vicente de Paúl “heraldo de la misericordia y de la ternura de Dios” vii, cuyo sólo nombre evoca al hombre que no vivió para sí, sino gastándose por los pobres, figura cuatricentenaria que inspira siempre lozanía y perennidad. Ya en vida del mismo Fundador, él vio cómo sus hijos llegaron hasta el heroísmo dando la vida por Dios, la Iglesia y los hermanos, empezando por el protomártir juvenil Tadeo Lee. Los misioneros de primera hora nos muestran las bases sólidas de la Compañía, cimentada en la roca firme de Jesús. viii.

El siglo XVIII, nos trae crisis, espíritu de mundo, pero en medio de la tormenta de la revolución francesa, fueron más los fieles que los pusilánimes en el seguimiento de Jesús como los mártires de septiembre de 1792. Y cuando la Congregación sale de las cenizas como el ave fénix, la Madre Milagrosa abre nuevos horizontes con Perboyre, De Jacobis… El siglo que acabamos de terminar, viene con la pléyade de mártires de China, España, Eslovaquia… Y ya, la historia seguramente en el futuro nos mostrará a nosotros los santos que peregrinamos hoy. ix.

2. Por vocación especial:

Obispos: De Jacobis, Ferreira Vicoso, Codina, Gnidovec, Schraven, Lissón. Sacerdotes: De Paúl, Clet, Perboyre, Durando, Manzella, De Andreis.
Hermanos: Aguirre, González, Pascual. Seminaristas: Jan Havlik

Nuestros obispos con aureola no “hicieron carrera episcopal”, algunos como De Jacobis y Codina llegaron a serlo sólo por el bien de la grey que se les confió, no obstante, el calvario y cruz que esto les implicó. Los últimos tiempos, han hecho gozar a los Hermanos con la santificación de 19 de ellos, que se santificaron en los oficios callados y heroicos de Marta; y el seminarista Jan Havlik dice a nuestros futuros misioneros que, la santidad se empieza a construir desde antes de la llegada al Seminario y, con la perseverancia hasta el final, a pesar de las dificultades del llamado.

3. Por continentes:

Europa: De Paúl, Francois, Gruyer, Durando, Micalizzi. Asia: Clet, Perboyre, Schraven.
América: Ferreira Vicoso, De Andreis, Lissón, Schumacher. África: De Jacobis, Ghebra.

Estando la Congregación fuertemente marcada por Europa y Francia, pues en definitiva allí se meció nuestra cuna, la santidad se ha ido abriendo camino por los demás continentes. El Señor nos está diciendo que allí donde hay la docilidad al Espíritu y al Fundador, nacen en los surcos misioneros nuevas flores de santidad. En nuestra América cómo nos representan bien el Venerable Vicoso y Monseñor Lissòn.

4. Por ministerios:

Formadores del clero: De Jacobis, Francois, Rogue, Micalizzi. Misiones: Clet, Perboyre, De Jacobis, Manzella.
Visitadores: Durando, Slatery, Ferreira Vicoso. Superiores Generales: Slatery, Mc Cullen.

Misioneros como Clet y Rogue supieron combinar sabiamente los ministerios más queridos al corazón del Fundador: la formación del clero, de los nuestros y las misiones entre los pobres, no negándose a ellos cuando la obediencia les pedía estos servicios. Slatery y Mc Cullen dejaron la formación del clero y de los nuestros, para ejercer el ministerio de la autoridad en bien de la c.m. y las Hijas de la Caridad. Uno y otro ministerio, son servicio para el Único Señor y para su misma mies.

5. Directores de hermanas: Durando.

Nuestras Constituciones actuales dicen: “Dado que la Congregación de la Misión goza de la misma herencia que las Hijas de la Caridad los misioneros se prestarán gustosos a ayudarlas cuando lo pidan, especialmente en lo que concierne a ejercicios y dirección espiritual…” x. ¡El P. Durando ejerció este ministerio durante 43 años! Como él centenares de misioneros se han gastado en este servicio, sirviendo a los pobres a través de nuestras hermanas… los demás directores no tienen aureola, pero son santos…

6. Párrocos: Caron, Colin, Gruyer.

Caron y Colin ejercían el ministerio parroquial con permiso de los superiores fuera de una casa canónica, pero en la persecución mostraron su sentido de pertenencia y junto con sus hermanos de Comunidad esperaron el martirio. Gruyer en una parroquia real, no dejó que el “espíritu de iniquidad” xi socavase su fidelidad a Dios y a la Iglesia.

7. Por edades:

Ancianos: Clet, Carmaniú y Mercader. Edad media: De Jacobis, Ireneo González.
Jóvenes: Perboyre, Rogue, Velasco, Aguirre.

Los ancianos nos muestran el cansancio de la vida, el desgaste del trabajo misionero y el sol a las espaldas… los de la edad meridiana la labor ardua con “el peso del día y del calor’” xii, y los obreros de primera hora el ánimo juvenil y el celo ardiente, por llevar el Evangelio hasta los confines del mundo. xiii

“HASTA DONDE HEMOS LLEGADO, SIGAMOS ADELANTE POR EL CAMINO RECORRIDO…” FILIPENSES 3:16

Como lo afirmaba el anterior postulador P. Shijo Kanjirathamkunnel, c.m.: “Necesitamos santos que hayan mostrado ejemplo a través de su particular camino de santidad, y de su particular testimonio a Cristo y al Evangelio. Necesitamos nuestros propios santos, que vivieron el carisma vicentino a través de la vida heroica de sus virtudes, o el martirio como ejemplos a imitar. Dios ha bendecido a nuestra Familia Vicentina con numerosos santos y beatos, que vivieron los valores evangélicos y siguieron las huellas de San Vicente de Paúl”. xiv

Hemos hecho un brochazo, y tenemos una visión panorámica de nuestras grandes figuras de santidad, con aureolas grandes y refulgentes y, otras no tan brillantes, pero de todas formas aureolas en el cielo de la Iglesia.

Ahora bien, nosotros no podemos vivir a la sombra de estos gigantescos arboles de caridad, cada uno por vocación y misión está llamado a crecer, florecer, dar copiosos frutos entre los pobres de nuestro mundo.

Para ti y para mí, he aquí unas luces que iluminan nuestra senda de santidad, como ayer orientaron a nuestros mayores:

– La “perfección” vicentina, es una perfección “apostólica”, que nos exige como misioneros, configurarnos con Jesucristo, trabajando en favor de los pobres. “Así pues, hermanos míos, conviene que trabajemos incesantemente por la perfección y por hacer bien nuestras acciones, para que sean agradables a Dios, y de esta manera podamos ser dignos de ayudar a los demás.” xv

– Es iluminadora la carta que San Vicente escribe a Santa Luisa, que ha buscado en diversas “espiritualidades”, el camino de santidad: “¡Qué poco se necesita para ser santa; basta hacer en todo la voluntad de Dios!” xvi Para nosotros no es otra cosa que “caminar al ritmo diario de la Providencia”.

– No olvidemos el horizonte, que el Papa Francisco nos ofrece en la Exhortación Apostólica Gaudete et exsultate, en la que nos ofrece “cinco grandes expresiones de amor a Dios y al prójimo, particularmente importantes a la luz de algunos peligros y limitaciones presentes en la cultura actual” xvii: – Aguante, paciencia y mansedumbre – Alegría y sentido del humor – Audacia y fervor – Vida de comunidad – Y oración constante.

¿No podemos decir que estas expresiones, son la traducción para nuestros tiempos, de las cinco virtudes vicentinas, que han de ser vividas “como hermanos que se quieren bien”, y de rodillas ante el Señor?”. Y no podemos olvidar estar atentos en el combate contra el Diablo, siendo vigilantes en todo momento y discernimiento la voluntad de Dios. xviii

– Y para terminar, hago eco a la voluntad de nuestro Superior General. xix: “Creo firmemente que la renovación y profundización de nuestra relación con nuestros Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios, como modelos del carisma y espiritualidad vicentinos, nos brinda, en primer lugar, ejemplos dignos de imitar. En segundo lugar, es una herramienta extraordinaria para la evangelización, para introducir o profundizar el carisma y la espiritualidad vicentina entre la gente, pero especialmente entre los jóvenes, siendo también una fuente de nuevas respuestas positivas a la vida consagrada, y ¿por qué no? a nuestra Pequeña Compañía”.

Les propongo los siguientes pasos:

• A través de diferentes iniciativas, revivir la veneración e invocación de los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios. Se puede comenzar con dar a conocer el lugar de origen. Señalar el lugar donde nacieron, vivieron, sirvieron, y murieron. Indicar dónde están enterrados o donde reposan sus reliquias, esto, con el fin de profundizar nuestra relación con ellos. Renovar esa cercanía a nivel local fomentará y a la vez ayudará a difundir, en otras partes del mundo, la veneración y la oración implorando su intercesión.

• Organizar reuniones para darlos a conocer sobre todo a aquellos que no los conocen o que no los conocen bien; organizar peregrinaciones; propiciar momentos de oración para niños, jóvenes y adultos; hacer folletos; preparar presentaciones en PowerPoint; hacer uso de los diferentes medios.

• Orar incesantemente para pedirle a Jesús la gracia de que todos los Beatos, Venerables y Siervos de Dios o posibles nuevos candidatos con signos de santidad, sean canonizados por la Iglesia. Se trata de adecuar nuestras vidas, esfuerzos, iniciativas, planes y sueños comunes lo más cerca posible de aquellos que nos han precedido y que ahora están en el cielo intercediendo por nosotros. Seguro que ellos responderán si acudimos a su intercesión ante Dios. Son nuestros modelos a seguir en la vivencia del carisma y de la espiritualidad propia. Su modelo de santidad tiene algo que decir a los niños, jóvenes, adultos, y a toda persona de buena voluntad en este preciso momento de la historia. Su testimonio de vida también es un recurso para incentivar nuevas vocaciones a la vida consagrada o para invitar a los laicos a participar activamente en las diferentes ramas de la Familia Vicentina, en la misión de Jesús y en la misión de la Iglesia…”

¡Que la intercesión de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa, San Vicente de Paúl y todos los Santos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios de nuestra Pequeña Compañía acompañen todos nuestros esfuerzos!”.

________________________
Citas: 
i S.V.P.V. p.321-331.
ii RR.CC.1,1
iii S.V.P.I, 320.
iv S.V.P.XI. 391.
v Gaudete el exsultate, 7
vi 2 Tim.4,7.
vii Juan Pablo II. 12 de mayo de 1981.
viii Lc.6,48.
ix 1 Cor.1,2.
x Const. y Est. c.m. N.17
xi 2 Tes. 2,7.
xii Mt.20,1-16.
xiii Mc.16,15-20.
xiv Informe a la A.G. Chicago. 2016.
xv S.V.P. XI, 386
xvi S.V.P. II, 34.
xvii Gaudete et exsultate. Nos. 112 – 139.
xviii Idem.159 – 177.
xix A los visitadores, Superiores regionales y Superiores de las misiones internacionales. Roma, febrero 21 de 2019.

Imprimir o guardar en PDF

Comentarios

Aún no hay comentarios. ¿Por qué no comienzas el debate?

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *