Martes- Lectio Vicentina 4 de junio

Martes- Lectio Vicentina 4 de junio

Ambientación: 7 velas que representen los dones del Espíritu Santo, una imagen de Santa Luisa, un libro y el Cirio Pascual.

Canto: El Espíritu de Dios está en éste lugar.

1. Invocación al Espíritu Santo:

De manera espontanea invoco al Espíritu Santo Para que nos acompañe en este lectura y nos permita descubrir en este escrito de Santa Luisa de Marillac, el verdadero sentido de Pentecostés.

2. Lectura del Texto:

De los Escritos de Santa Luisa de Marillac: “Razones para darse a Dios a fin de participar en la recepción del Espíritu Santo el día de Pentecostés”

El primer tema de mi oración es la impotencia de participar en ella si quedo encerrada en mi misma. Considerando que soy de Dios por su Ser único y por la creación, que son los dos fundamentos de mi pertenencia a El, he visto que le pertenecía también por la conservación que es el sostén de mi ser y como una creación continua. Me he preguntado entonces qué pretendía yo hacer cuando pensaba entregarme a El. Y he visto que este poder de poseerme lo debía a la excelencia del designio que Dios tuvo al crear al hombre de unírselo estrechamente por toda la eternidad si ponía en práctica el único medio para ello que era la Encarnación de su Verbo, el cual al ser hombre perfecto quería que la naturaleza humana participase en la divinidad por sus méritos y por su naturaleza tan estrechamente unidos. ¡Ah!, ¡cuántas maravillas se ven en el cielo a este respecto en las almas que han dado a Dios ese «ellas mismas»! que no puede ser otra cosa que la voluntad libre en cuyo uso y de ella, no quieren servirse más que como posesión o propiedad de Dios.

Excelencia del alma libre que no perteneciéndose ya a si misma, obra en todos sus pensamientos, deseos y acciones con la justicia de Dios, no habiendo nada tan razonable, ventajoso y justo como darse por entero a El. ¡Qué amor, qué inventiva, ha tenido la Divinidad para dar a conocer su omnipotencia en este hecho único y sin par de que la criatura le esté tan unida que en lo que la concierne, vaya de igual a igual con su Creador. — Confusión por el abuso hecho —oblación entera y resolución no exenta de desconfianza— de hacer mejor en adelante.

La segunda oración sobre la segunda razón que tengo de darme a Dios para disponerme a participar en la recepción del Espíritu Santo, que es lo que perdería y el daño que me resultaría de ello. Una de las mayores pérdidas que pueden sobrevenir a las almas que no participan en la venida del Espíritu Santo es que los dones infusos en el Bautismo no tienen su efecto; lo que nos hace comprender la verdad de una advertencia de Nuestro Señor a las almas cobardes y perezosas, de que no sólo no habrán conseguido nada, sino que lo poco que tienen les será quitado. Es verdaderamente colocarnos por nuestra miseria en la impotencia de que ni siquiera la gracia haga nada en nosotras. ¡Oh! ¡cuántas veces me he encontrado en tal estado! apartándome así del orden de los designios de Dios que son grandes sobre las almas a las que envía su Espíritu Santo. Esto me ha hecho ver que todos los desórdenes de la vida vienen por falta de darse a Dios para recibir al Espíritu Santo; y faltando sus dones, se aprecia una sorprendente diferencia en el obrar entre las personas que están animadas por ellos y las que no lo están, cuyo obrar es terreno y fuera de razón, como tantas veces por mi miseria lo he experimentado con los desórdenes de mis sentidos y pasiones.

3. ¿Qué me dice el texto?

¿De qué manera nos preparamos para Pentecostés?
¿Cómo Santa Luisa de Marillac dejó que el Espíritu Santo tocara su vida?
¿Qué perdidas tenemos al no dejar que el Espíritu Santo obre en nuestras vidas?
¿Qué nuevos dones del Espíritu Santo descubro hoy en el mundo y en la Iglesia?

4. ¿Qué me inspira Santa Luisa de Marillac para orar a Dios?

Me dejo tocar por la palabra escuchada y elevo a Dios una súplica.

5. ¿Qué compromiso trajo a mi vida esta repetición de oración?

Lectura complementaria tomada de la Homilía del 30 de Abril 2019 del Papa Francisco en la Casa Santa Marta. 

“Sólo podemos renacer “de lo pequeños que somos”, de “nuestra existencia pecaminosa” con “la ayuda de la misma fuerza que el Señor levantó: con la fuerza de Dios” y para esto “el Señor nos envió el Espíritu Santo”. No podemos hacerlo solos. Esta mañana el Papa Francisco recuerda esto en su homilía en la Misa en la Casa Santa Marta, todo centrado en la respuesta de Jesús a Nicodemo -propuesto por el Evangelio de hoy (Jn 3, 7-15)- que preguntaba cómo podía suceder esto. Una pregunta que nosotros también nos hacemos. Jesús habla de “renacer desde arriba” y el Papa traza este vínculo entre la Pascua y el mensaje de renacer. El mensaje de la Resurrección del Señor es “este don del Espíritu Santo”, recuerda, y de hecho, en la primera aparición de Jesús a los apóstoles, el mismo domingo de la Resurrección, les dice: “Recibid el Espíritu Santo”. “¡Esta es la fuerza! No podemos hacer nada sin el Espíritu”, explica el Papa, recordando que la vida cristiana no es sólo comportarse bien, hacer esto, no hacer lo otro. “Podemos hacer esto”, también podemos escribir nuestra vida con “caligrafía inglesa”, pero la vida cristiana nace de nuevo del Espíritu y, por lo tanto, debemos hacer sitio para ello:

Es el Espíritu que nos hace resucitar de nuestros límites, de nuestros muertos, porque tenemos tantas, tantas necrosis en nuestra vida, en nuestra alma. El mensaje de la Resurrección es este de Jesús a Nicodemo: debemos renacer. Pero, ¿por qué cede el paso al Espíritu? Una vida cristiana, que se llama a sí misma cristiana, que no deja espacio para el Espíritu y que no se deja llevar por el Espíritu, es una vida pagana, disfrazada de cristiana. El Espíritu es el protagonista de la vida cristiana, el Espíritu -el Espíritu Santo- que está con nosotros, nos acompaña, nos transforma, nos vence. Nadie ha ascendido jamás al cielo, sino aquel que descendió del cielo, es decir, Jesús. Bajó del cielo. Y en el momento de la resurrección, nos dice: “Recibid el Espíritu Santo”, será el compañero de la vida, de la vida cristiana.

Por tanto, no puede haber vida cristiana sin el Espíritu Santo, que es “compañero de cada día”, un don del Padre, un don de Jesús.”

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