Martes- Lectio Vicentina 28 de mayo

Martes- Lectio Vicentina 28 de mayo

Hola a todos nuestro lectores, en Corazón de Paúl desde el Seminario Mayor Villa Paúl, hemos decidido comenzar la publicación semanal de una «Lectio» a partir de textos de nuestros Santos, Beatos y otras personalidades de nuestro Carisma Vicentino.

Buscamos animar de alguna manera, a todos los miembros de la Familia Vicentina, a hacer oración con aquellos que nos han precedido en el carisma.

Ambientación: Un cuadro de San Vicente de Paúl, una imagen de una Iglesia y algunas fotografías de guerra o de pobreza.

Canto: Por los caminos de Vicente:

1. Invocación al Espíritu Santo:

2. Lectura del Texto:

(Extracto de la repetición de la oración del 24 de julio de 1655)

Renuevo la recomendación que hice, y que nunca se hará bastante, de rezar por la paz, para que quiera Dios reunir los corazones de los príncipes cristianos. Hay guerra por todos los reinos católicos: guerra en Francia, en España, en Italia, en Alemania, en Suecia, en Polonia, atacada por tres partes, en Irlanda, incluso en las pobres montañas y en lugares casi inhabitables. Escocia no está mucho mejor; de Inglaterra, ya sabéis su triste situación. Guerra por todas partes, miseria por todas partes. En Francia hay muchos que sufren. ¡Oh, Salvador! ¡Oh, Salvador! Si por cuatro meses que hemos tenido la guerra encima, hemos tenido tanta miseria en el corazón de Francia, donde los víveres abundaban por doquier, ¡qué harán esas pobres gentes de la frontera, que llevan sufriendo esas miserias desde hace veinte años! Sí, hace veinte años que están continuamente en guerra; si siembran, no están seguros de poder cosechar; vienen los ejércitos y lo saquean y lo roban todo; lo que no han robado los soldados, los alguaciles lo cogen y se lo llevan. Después de todo esto, ¿qué hacer? ¿qué pasará? No queda más que morir. Si existe una religión verdadera… ¿qué es lo que digo, miserable?…, ¡si existe una religión verdadera! ¡Dios me lo perdone! Hablo materialmente. Es entre ellos, entre esa pobre gente, donde se conserva la verdadera religión, la fe viva; creen sencillamente, sin hurgar; sumisión a las órdenes, paciencia en las miserias que hay que sufrir mientras Dios quiera, unos por las guerras, otros por trabajar todo el día bajo el ardor del sol; pobres viñadores que nos dan su trabajo, que esperan que recemos por ellos, mientras que ellos se fatigan para alimentarnos…

Buscamos la sombra; no nos gusta salir al sol; ¡nos gusta tanto la comodidad! En la misión, por lo menos, estamos en la iglesia, a cubierto de las injurias del tiempo, del ardor del sol, de la lluvia, a lo que están expuestas esas pobres gentes. ¡Y gritamos pidiendo ayuda cuando nos dan un poquito más de ocupación que de ordinario! ¡Mi cuarto, mis libros, mi misa! ¡Ya está bien! ¿Es eso ser misionero, tener todas las comodidades? Dios es nuestro proveedor y atiende a todas nuestras necesidades y algo más, nos da lo suficiente y algo más. No sé si nos preocupamos mucho de agradecérselo.

Vivimos del patrimonio de Jesucristo, del sudor de los pobres. Al ir al refectorio deberíamos pensar: «¿Me he ganado el alimento que voy a tomar?». Con frecuencia pienso en esto, lleno de confusión: «Miserable, ¿te has ganado el pan que vas a comer, ese pan que te viene del trabajo de los pobres?». Al menos, si no lo ganamos como ellos, recemos por sus necesidades. Bos cognovit possessorem suum: las bestias reconocen a quienes las alimentan. Los pobres nos alimentan, recemos a Dios por ellos; que no pase un solo día sin ofrecérselos al Señor, para que quiera concederles la gracia de aprovechar debidamente sus sufrimientos.

Decía… ¡qué iba a decir, miserable!… Decía últimamente que Dios espera que los sacerdotes detengan su cólera; espera que ellos se coloquen entre él y esas pobres gentes, como Moisés, para obligarle a que las libre de los males causados por su ignorancia y sus pecados, y que quizás no sufrirían si se les instruyese y se trabajase en su conversión. Es a los sacerdotes a quienes corresponde hacerlo. Esos pobres nos dan sus bienes para esto; mientras ellos trabajan, mientras combaten contra estas miserias, nosotros somos el Moisés que levanta continuamente las manos al cielo por ellos. Somos los culpables de que ellos sufran por su ignorancia y sus pecados; nuestra es, pues, la culpa de que ellos sufran, si no sacrificamos toda nuestra vida por instruirlos.

3. ¿Qué me dice el texto?

  • ¿Cómo hoy en día nuestra sociedad se “alimenta” de los pobres?
  • ¿Qué consecuencias negativas está trayendo a los pobres, nuestro estilo de vida?
  • ¿Cómo interpreto hoy esa realidad que vivió san Vicente, con la de mi país?
  • ¿Qué parecido encuentro entre las palabras de San Vicente y el magisterio del Papa Francisco?

4. ¿Qué me inspira San Vicente de Paúl para orar a Dios?

Me dejo tocar por la palabra escuchada y elevo a Dios una súplica.

5. ¿Qué compromiso trajo a mi vida esta repetición de oración?

Lectura complementaria para el compromiso tomada de: CHRISTUS VIVIT- Papa Francisco (numerales 35-36)

Pidamos al Señor que libere a la Iglesia de los que quieren avejentarla, esclerotizarla en el pasado, detenerla, volverla inmóvil. También pidamos que la libere de otra tentación: creer que es joven porque cede a todo lo que el mundo le ofrece, creer que se renueva porque esconde su mensaje y se mimetiza con los demás. No. Es joven cuando es ella misma, cuando recibe la fuerza siempre nueva de la Palabra de Dios, de la Eucaristía, de la presencia de Cristo y de la fuerza de su Espíritu cada día. Es joven cuando es capaz de volver una y otra vez a su fuente.

Es cierto que los miembros de la Iglesia no tenemos que ser “bichos raros”. Todos tienen que sentirnos hermanos y cercanos, como los Apóstoles, que «gozaban de la simpatía de todo el pueblo» (Hch 2,47; cf. 4,21.33; 5,13). Pero al mismo tiempo tenemos que atrevernos a ser distintos, a mostrar otros sueños que este mundo no ofrece, a testimoniar la belleza de la generosidad, del servicio, de la pureza, de la fortaleza, del perdón, de la fidelidad a la propia vocación, de la oración, de la lucha por la justicia y el bien común, del amor a los pobres, de la amistad social.”

“Dame un hombre de oración y será capaz de todo; podrá decir con el Santo Apóstol: Puedo todas las cosas en Aquel que me sostiene y me conforta. La Congregación durará mientras se practique fielmente el ejercicio de la oración” (XI 778)

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